› Por Mela Bosch *
Desde Milán
Diarios, canales de televisión, productoras de cine y espectáculos de un país concentrados en una sola empresa que es además propiedad del primer ministro desplegaron todo su arsenal:
“Son un grupo de izquierdistas chic”. Y ellas iban a las plazas, algunas citaban a la Madre Teresa.
“Es una bolsa de gatas que se empezarán a pelear en cualquier momento.” Seguían llegando, con sus diferencias, bailando en las plazas, con bufandas blancas que me recordaban el blanco de otras plazas. También clamaban por la vida, cada una la suya: las precarias, su trabajo; las obreras, paridad; las desempleadas, oportunidad; las migrantes, trabajo reconocido; las madres, jardines de infantes; las que aún no pueden serlo, fecundación asistida; otras, no tocar la ley del aborto.
Los hombres venían también. Algunos atónitos arrastrados por sus esposas, otros orgullosos de sus compañeras se ponían la bufanda blanca, otros enamorados se la enrollaban en el mismo cuello que su novia. Otros venían a ver mujeres lindas y terminaban con una cinta rosa atada en la muñeca, transformados en hombres feministas, no mujeriegos. Y llegaban los gay, las trans, las travestis. Algunos acompañando amigas, otros porque sentían que debían estar.
“Dividen entre mujeres honestas y putas.” Y llegaban las columnas de las prostitutas que decían en sus carteles: “Cobramos el sexo, el amor es gratis”.
“Son unas moralistas.” Y se besaban las lesbianas mientras las heteros las aplaudían.
“Están siendo instrumenalizadas.” Y continuaban llegando mujeres, sin banderas, sin partidos. La mayor parte no sabía o no les interesaba quién las había convocado. Llegaban con sus hijos e hijas, con sus perros, con sus viejos en sillas de rueda.
Fue la concentración más grande en Italia en los últimos 25 años, en más de doscientas plazas desde Roma hasta Arcore, la pequeña ciudad donde nació Berlusconi y donde tenían lugar las fiestas del “bunga bunga”. Se calcula que se movilizaron más de un millón de mujeres.
Ahora, en los días siguientes, en todos los gabinetes de políticos, sindicalistas, periodistas intentan entender qué y cómo pasó.
Reponiendo mi garganta de los adesso, adesso (ahora, ahora), que era el grito que unificaba y que respondía a Se non ora, quando? (Si no es ahora, cuándo) de la convocatoria, juzgada por algunos demasiado abstracta para ser captada, también me dedico a hacer mis averiguaciones.
Intenté una forma de ingeniería inversa que se resume en la simple pregunta: “y vos, ¿cómo te enteraste?”.
He aquí mis oficiosos resultados: el “cómo” más difundido no fue Facebook, ni los blog, tampoco obviamente los medios masivos. Fue fundamentalmente el instrumento histórico de la comunicación entre mujeres: la información de boca en boca, el encuentro con amigas complementado con el teléfono celular, algo de Twitter, también mucho a través de programas de radio. Mucho de viejos medios, con algo de nuevos.
Esta combustión espontánea presentó otro fenómeno en las plazas mismas: la organización fue superada por el número de asistentes. Especialmente en Milán bajo una lluvia que no las desanimó, la oradoras importaban poco, lo que importaba era estar ahí, sin protagonismos, sin grandes personajes.
Tampoco estaban presentes los cartelones o banderas al estilo de las canchas de fútbol o del aparato de los partidos políticos. En lugar de eso había una selva de carteles. Eran en el papel A4 de los escritorios, de las oficinas, impresos o escritos a mano, caían al piso, se los levantaba, se lucían, se prestaban, se les sacaba fotos con el celular, como quien muestra un nuevo par de zapatos, de la frivolidad a la crítica.
La creatividad era explosiva, con muchísimo humor con juegos de palabras de doble sentido que no me atrevo a traducir. Estos “cartelli” expresión variadísima, descontrolada, individual, se transformaron en uno de los grandes protagonistas de la manifestación. Al punto de que el diario La Repubblica dedicó una galería fotográfica en línea para mostrarlos.
Aquí tendría que ofrecer una conclusión, sólo que no la tengo. No es Egipto, no es Túnez, países en dictadura con un pueblo que resiste, o que está migrando desesperadamente a Europa por oportunidades.
Aquí se trata de un grupo transversal a los partidos políticos y a las organizaciones. Muchas de las que estaban en las plazas eran mujeres de derecha. Es el caso de una de las oradoras Giulia Bongiorno. Y hubo sindicalistas como Susanna Camusso. También, más obvio, feministas, militantes de izquierda, y cantantes, artistas, estudiantes, inmigrantes, así como monjas católicas y mujeres musulmanas.
El objetivo va mucho más allá que exigir la dimisión de un primer ministro acusado de tener sexo pago con menores de edad. Hay un sector de una sociedad que necesita mirarse unas a otras y unos a otros, reírse, indignarse, escribirse mensajes individuales, tomar la palabra y estar presente sin mediaciones ni mediadores.
* Consultora lingüística. Docente on line de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.
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