LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Federico Corbière da cuenta de las jornadas sobre Marshall McLuhan realizadas en la Universidad Nacional de Rosario compartiendo nuevas búsquedas a la luz de viejos aportes del pensador canadiense.
› Por Federico Corbière *
Hiperconectados, metamensajeados, cibercafetizados, superindexados y remixados por la web semántica. Así quedamos, un tanto aturdidos, luego del proceso de wiki identificación, y ultrapasteurización de las supuestas patologías de la sociedad moderna. A cien años del nacimiento de la “bestia pop” que universalizó la metáfora de la Aldea Global, Marshall McLuhan (1911-1980), no pocas reflexiones surgen respecto a la comunicación y la cultura en plena convergencia digital.
Las Jornadas que llevaron su nombre, realizadas durante los tres primeros días de agosto en la Universidad Nacional de Rosario, condensan singulares abordajes que ya se pueden googlear, descargar y leer en el e-book: El dispositivo McLuhan. Recuperaciones y derivaciones.
Lejos de glorificar la figura del intelectual, un dato curioso del encuentro fue la coincidencia, entre los casi 30 expositores, de ubicarse a buena distancia de posiciones puramente optimistas o tecnófobas. Desde distintas disciplinas se intentó comprender el actual escenario mediático. Se trabajaron aquellos fenómenos de construcción de sentido novedosos como las redes sociales YouTube, Facebook y Twitter; e incluso aparecieron contrastes coloridos en la búsqueda de contrapuntos con las teorías de Heidegger, Masotta, Deleuze y Marx, sin llegar a los extremos del “info-fetichismo”.
Llegado desde España, el comunicólogo Carlos Scolari llamó a desterrar el pensamiento mágico al que pueden derivar las predicciones sobre la globalización de McLuhan. No obstante, reconoció en el autor esa capacidad de interpretar aquel momento de extrañamiento necesario para dar cuenta de la naturalización de ciertas prácticas en la interacción con las TIC (tecnologías de información y comunicación).
Pero la pregunta es: ¿por qué partir de la figura de este profesor de literatura inglesa de afán biologicista, más abocado a su fe católica que a discutir el impacto simbólico de los medios masivos y su componente ideológico?
Sin duda, este canadiense que entendía a la publicidad como “la mayor forma de arte del siglo XX” tuvo algo de suerte. Se llamó Marshall y sus frases entraron en boga junto al pop art y los amplificadores británicos usados por The Who, Jimmy Page, Eric Clapton y Jimi Hendrix.
McLuhan no elaboró un programa coherente ni sus categorías sobre los medios fríos o calientes (en la interacción corporal con los dispositivos técnicos) resultan operativas para comprender el funcionamiento de las actuales plataformas comunicacionales, mucho más complejas que los soportes monomedia de los ’60, como la radio, el cine, la televisión, el teléfono, la industria discográfica o del libro.
Lo cierto es que sus trabajos: The Gutenberg Galaxy (1962); Understanding Media (1964); The Medium is the Massage (1967), entre otros, jugaron con la ambivalencia (mensaje/masaje) de un clima de época en los que su autor supo sortear la conflictividad de la Guerra Fría.
Como todo Marshall, su clave diferenciadora está en la distorsión. De hecho, su obra lleva al extremo ese juego retórico y puede observarse en el poco comprensible War and Peace in the Global Village (1968).
Ahora bien, ese concepto de Aldea Global sigue vigente y se torna potente cuando descubrimos que un motor de búsqueda llamado Usahsidi (testigo, en swahili) se usó como sistema de geolocalización para alertar sobre situaciones de violencia política en las elecciones en Kenia, de 2007, luego de 40 años de dictaduras; o que se usaron celulares para identificar las zonas de desastre en el terremoto que sacudió a Chile, en 2010.
McLuhan sirve también para dar cuenta de ese movimiento solapado de la modernidad que invisibiliza los tiempos largos de la cultura. Que en la actualidad la información es la materia prima, la variable y el timón de mando sobre la cual los Estados deben pensar sus políticas públicas. Que aquellas ciudades interconectadas por sus circuitos financieros globales son las que marcan el ritmo de la economía y en donde puede descubrirse el lugar de emplazamiento de los poderes fácticos. También, que frente a la presunta democracia de las redes existen fuertes monopolios del saber y formas de control de quienes manejan las conexiones troncales de fibra óptica que abastecen al mundo de Internet. Pero que de ese mismo entorno digital surge la paradoja de abrir un espacio público ampliado incontrolable en el flujo de datos.
Las Jornadas llevaron a destacados semiólogos que siguen indagando desde esa matriz los usos audiovisuales de aquellos dispositivos sobre los cuales la categoría “veroniana” respecto al “contrato de lectura” (diseñada para la prensa gráfica) resulta inadecuada.
La coordinadora del evento, Sandra Valdettaro, congregó en la “Siberia” rosarina al menos 200 jóvenes que participaron activamente de los debates. Por eso, McLuhan deja de tener para la teoría crítica las bolas de Adorno y Horkeimer.
* Docente-investigador. Facultad de Ciencias Sociales UBA.
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