LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Sostiene Marta Riskin que las demoras en la aplicación plena de la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual vulneran los derechos de la ciudadanía toda, jueces incluidos.
› Por Marta Riskin*
Cuenta Oscar Wilde que, cuando Narciso murió, las ninfas y el lago lloraban al unísono. Ellas gemían: “¡Narciso, era tan hermoso!”. Al escucharlas, el lago las interrumpió con sincero asombro: “¿Acaso Narciso era hermoso?”. “¿Quién podría saberlo mejor que tú?”, respondieron ellas, sorprendidas. “A nosotras nos despreciaba, pero a ti te buscaba y reflejaba su rostro en tus aguas.” “Amaba a Narciso porque él se inclinaba a mis orillas...”, dijo el lago, “y me miraba de tal modo que, en el espejo de sus ojos, yo veía reflejada mi propia belleza”.
El cuento subraya el potencial de nuestros propios relatos para impulsarnos hacia horizontes prefijados, pero también explica uno de los secretos clave y menos inocentes de la publicidad y la formación de la opinión pública: somos capaces de consumir productos y personajes, sin otro fundamento que la complacencia de nuestras propias miradas. Miradas que tanto compran blancura para ropas o dientes, cuanto mágico alivio para deseos insatisfechos u ofertas apolíticas de aspirantes a puestos, paradójicamente... políticos.
El juego del espejito posee experimentadas técnicas de construcción de realidad y su reconocimiento resulta, periódicamente, saludable. Rememoremos algunas.
La estratagema de reversión de pruebas, que sirve para obligar a otra persona a malgastarse en explicaciones hasta perder confianza propia y credibilidad ajena, es descripta por la sabiduría popular con abrumadora sencillez: “Digamos que la hermana es puta y luego que demuestre... que nunca tuvo hermana”. Si el adversario osa defenderse, cabe redoblar la apuesta, hacerlo responsable del conflicto y de la crispación social que produce y, con mayor perversidad, reclamarle que pruebe la inexistencia de hermanas.
Además de la inmoralidad del autor, el procedimiento requiere redes para difusión del rumor y cálculo profesional de tiempos, que permitirán el cumplimiento de sus objetivos, cualquiera sean éstos, antes que la víctima demuestre su inocencia.
El famoso caballo de Troya fue artilugio de vencidos. Odiseo fabricó al precursor del arte pop, luego de la muerte de Aquiles y la deserción de sus soldados. La estatua tenía al costado derecho la escotilla para los guerreros y, del izquierdo, una leyenda: “Con la agradecida esperanza de un retorno seguro a sus casas después de una ausencia de nueve años, los griegos dedican esta ofrenda a Atenea”; fiel descripción del cumplimiento de los deseos troyanos, la derrota enemiga y el fin del sitio a su ciudad. Casandra y Laocoonte fueran ferozmente castigados por sus conciudadanos por dudar de la ilusión de la victoria.
Hoy, aunque de Troya sólo queden ruinas, la artimaña continúa mostrando su poder transformando a sus víctimas en agresores informáticos, y cada vez que convence a un potencial triunfador, antes de tiempo, de que su deseo ya ha sido cumplido.
La impunidad de los vendedores de espejitos de colores se funda en la ignorancia popular de sus herramientas especulares y en el blindaje oligopólico de los medios de comunicación.
Fue el siniestro aparato de propaganda nazi de Goebbels el que sistematizó estas técnicas de terror y manipulación colectiva de las conciencias y, con herramientas similares, convenció a pueblos enteros de que los judíos eran los culpables de todos los problemas que sufría Alemania: la pobreza, el desempleo e incluso de la derrota en la Primera Guerra Mundial. Luego sumó opositores políticos, gitanos, homosexuales, intelectuales.
También difamaron a los mejores jueces para disciplinar al resto.
La memoria acerca de las consecuencias históricas del “terrorismo mediático” debería impedirnos más suicidios colectivos. Sin embargo, las democracias continúan inermes frente a operaciones mediáticas similares a las que permitieron a Hitler alcanzar el gobierno, por el voto popular. Reiteremos: por el voto del pueblo.
Porque los pueblos, expuestos al terrorismo mediático, se equivocan.
La convivencia democrática en el espacio comunicacional requiere el registro y el respeto mutuo de la compleja densidad de nuestras miradas.
Desde que los laboratorios de marketing pueden legitimar productos y personajes que violan los valores y significados originales que presumen encarnar, los Estados democráticos tienen la obligación y el derecho de establecer políticas anticíclicas que garanticen la reflexión y la libre circulación de ideas. Por ello, las demoras en la aplicación plena de la ley de medios vulnera los derechos de la ciudadanía toda, jueces incluidos.
Como aquel profundo lago de Wilde, libre de automáticos espejos, también el Poder Judicial cumplirá con mayor felicidad su trabajo cuando escuche las múltiples voces de la ciudadanía.
* Antropóloga UNR.
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