LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Ricardo Haye sostiene que interesa conocer la radio que tuvimos, no para incurrir en el automatismo anacrónico de su reiteración, sino para tomar elementos que ayuden a mejorar la que hoy escuchamos.
› Por Ricardo Haye *
Tenemos en común la cuestión generacional. Oscar Bosetti en la UBA, Claudia Villamayor en La Plata, Rosita Mercado en San Juan, Tina Gardella en Tucumán, Diego Ibarra y Jorge Arabito en Olavarría. Y tantos otros. Todos somos docentes universitarios que enseñamos radio.
Y también compartimos una dificultad: muchas de nuestras referencias atrasan.
No podemos hablar en clase del trío que conformaban Cacho Fontana, María Esther Vignola y Rina Morán, sin dar definiciones biográficas y de contexto. Tampoco podemos nombrar, sin más, a Antonio Carrizo. Cuando mencionamos a Hugo Guerrero Martinheitz se impone que describamos lo que a nosotros todavía nos resuena como un eco cercano: su risa desacompasada, su ciclotímico gusto musical, su enorme talento para narrar. Incluso el fenómeno de Radio Bangkok exige explicaciones que lo distingan del descafeinado trabajo que hoy entrega Lalo Mir.
¿Cómo podríamos detallar lo que significó Niní Marshall en su tiempo? Sólo Capussotto podría servirnos de ejemplo, si su ciclo radiofónico hubiese sido menos esporádico.
¿Quién recoge hoy el guante que en su día arrojó Miguel Angel Merellano con su inteligente Generación espontánea? Mario Wainfeld y su Gente de a pie asoman como una posibilidad cierta.
No nos asiste la pretensión excluyente de sostener que todo tiempo pasado fue mejor. Ocurre que las referencias actuales no siempre alcanzan.
Apenas quisiéramos citar unos ejemplos de profesionales que, pudiendo gustarnos más o menos, dejaron su huella en el éter. Y es allí cuando el tiempo descarga la crueldad de su paso furioso y nos confronta con las caras impávidas de unas chicas y muchachos que se preguntan de quiénes diablos les hablamos.
Estimados estudiantes: las personas rescatadas del fondo cercano de la historia no son obra de nuestra imaginación. Fueron animadores de un prodigio comunicativo al que nosotros seguimos dedicando nuestros mejores entusiasmos.
Seguramente dentro de pocos años, nuestros actuales auxiliares docentes estarán sometidos a similares extrañamientos a propósito de los Matías Martin, Varsky, Sietecase, O’Donnell y demás.
Hasta entonces, sólo les pedimos que nos permitan seguir contándoles acerca de los arrullos melodiosos que nos entregaban Modart en la noche o Las siete lunas de Crandall, cuando aún no teníamos el acceso torrencial a la música que hoy propicia Internet. Que podamos continuar refiriéndonos al exquisito buen gusto que en esa misma materia demostraba Juan Carlos Beltrán o al elegantísimo humor de Juan Carlos Mesa. Y que en el mientras tanto, sigamos disfrutando del aporte nocturnal de Dolina y compañía.
Nos interesa conocer la radio que tuvimos, no para incurrir en el automatismo anacrónico de su reiteración, sino para tomar de ella los elementos que nos ayuden a mejorar la que hoy escuchamos.
* Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue.
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