Miércoles, 29 de mayo de 2013 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Sostiene Marta Riskin que en el mundo del entretenimiento, los McGuffin resultan artilugios divertidos que apartan la atención de la trama principal, pero cuando se usan para manipular la opinión pública son miserables.
Por Marta Riskin *
“Van dos hombres en un tren y uno de ellos le dice al otro ‘¿Qué es ese paquete que hay en el maletero que tiene sobre su cabeza?’. El otro contesta: ‘Ah, eso es un McGuffin’. El primero insiste: ‘¿Qué es un McGuffin?’, y su compañero de viaje le responde: ‘Un McGuffin es un aparato para cazar leones en los Adirondacks’. ‘Pero si en los Adirondacks no hay leones’. le espeta el primer hombre. ‘Entonces eso de ahí no es un McGuffin”’, le responde el otro.”
François Truffaut,
El cine según Hitchcock
En el mundo del entretenimiento, los McGuffin resultan artilugios divertidos que apartan la atención de la trama principal. Cuando se usan para manipular la opinión pública son miserables.
La sucesión de microguiones distractivos que empantana, desde octubre de 2009, la plena aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA) defiende un único núcleo narrativo: “El Estado debe entregar la custodia de los derechos ciudadanos a los grupos corporativos y la agenda pública a los monopolios de los medios de comunicación”.
El resto es espectáculo, un largo show de cortometrajes que oscurece el alcance de las redes de privilegios y la importancia estratégica del negocio.
Quienes hacen de la política un vodevil y crean “consenso” amuchando espectadores con anzuelos emocionales suelen reconocer cuando la redundancia de miedos e incertidumbre en los libretos aburre hasta a su audiencia más fiel... aunque la carencia de obra sólo les permita producir cambios de escenografía o reparto.
La sustitución de intérpretes secundarios, aquellos que mudan de parlamentos ideológicos como de vestuario, por otros más dignos y talentosos, desnuda los aprietes usuales de la sección “Espectáculos” del monopolio sobre los profesionales, cuyos oficios dependen de la visibilidad pública.
Suele bastar con la reedición de algún reportaje, convertir las opiniones en injurias y una difusión que incluya a la víctima, defendiendo su discurso original.
Estas ficciones se multiplicarán en discusiones y serán recicladas como disparadores para nuevas y similares series.
Si la captura de espectadores distraídos no fuese la única finalidad de estas operaciones, podría imaginarse que otro objetivo sería dividir a los sectores progresistas para impedir debates significativos y proyectos comunes.
En tiempos electorales, la competencia por cuotas de pantalla exige lealtad al código funcional del medio concentrado, pero obliga al candidato a contradecir sus más tiernas frases proselitistas.
El Próspero posmoderno, consentiría Fernández Retamar, respeta la lógica según la cual el pueblo gobierna a través de representantes de las corporaciones mediáticas y, por eso, participa con reveladora anticipación del casting para suplentes del círculo de Lampedusa, adonde se mienten cambios para que nada cambie.
Ya no se trata de pobres cómicos de la legua preservando arte o pan cotidiano, sino de aspirantes, incluso muy jóvenes y con disfraz transgresor, a la representación ciudadana y, por ello, asumen pleno compromiso del daño que ocasionan al renegar del poder transformador de la Política.
Cuentan, Nerón cantaba “El saqueo de Ilion” durante el incendio de Roma.
Luego, culpó a judíos y cristianos y desarrolló su plan urbanístico.
La destrucción de los Talleres del Borda posee similitudes de guión y autores parecidos.
La película está destinada a audiencias con hábitos de consumo previamente condicionados; el “Centro Cívico” oculta el nudo inmobiliario de la trama, las guardias pretorianas ejecutan la brutal represión, periodistas incluidos, y la responsabilidad se elude con un DNU a favor de la libertad de expresión.
No es casual si se recuerda el fallido cierre de antenas de TDA que impedía la difusión de contenidos gratuitos de TV en HD y, de paso, perjudicaba al proyecto de TV abierta, desarrollado y fabricado por la Industria Nacional.
Cabe destacar que la orden del gobierno provincial atentaba también contra el esfuerzo de empresarios y trabajadores, cordobeses incluidos, por reconstruir el prestigio de la industria tecnológica argentina, usando un argumento ambiental.
Tampoco es nuevo que ciertos ecologistas descarten los riesgos graves de contaminación y concentren sus cruzadas sobre productos y tecnologías vernáculos. Valga el ejemplo de aquella campaña contra la adjudicación australiana del Reactor Atómico Argentino al Invap, que favorecía, por omisión, a sus competidores internacionales.
Como diría Aída Bortnik, se puede vivir una larga vida sin aprender nada, pero es más difícil si usamos la memoria. “Hagamos una lista.” Las viejas historias sirven para identificar fallutos, cretinos y McGuffins.
* Antropológa Univ. Nacional de Rosario.
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