LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Para Daniel Mundo, la pornografía es un género literario cuyo último suspiro lo dio con el fenómeno denominado “industria pornográfica”. Pero antes de ser sexo el porno es imagen y antes de ser imagen es un tipo específico de vínculo social.
› Por Daniel Mundo *
El sentido común mantiene con el porno una relación de ajenidad: no lo ve. O mejor: lo ve en todos lados (en la publicidad del yogur o del auto, en los noticieros, en el reality show), pero se niega a mirarlo. Por supuesto, hace décadas que su producción, circulación y consumo se despenalizaron, y por eso ya no se lo condena, aunque se estigmatiza (tolerantemente) a sus consumidores. Mirar porno genera inquietud. Y a esta inquietud mejor tramitarla en privado.
La pornografía es un género literario cuyo último suspiro lo dio con el fenómeno denominado “industria pornográfica”, cuando mirar pornografía salió de los guetos masculinos u homosexuales y arribó a los cines comerciales. Ocurrió en la década del setenta y el hito fue Garganta profunda, de G. Damiano. La “liberación” del porno fue un proceso que atravesó la década del sesenta. Se conquistó primero en Europa y un año más tarde en EE.UU. la auténtica usina de este tipo de imágenes. También es cierto que esta liberación fue contemporánea a la aparición de un nuevo medio para la educación sentimental de las masas, la televisión, que vino a desplazar al cine. La libertad permitida afectaba al cine más que a la imagen pornográfica.
La pornografía propiamente dicha llega hasta la década del ochenta, con el video. La aparición de éste transformó tanto las condiciones de producción y exhibición como de recepción de la imagen pornografía. Abarató los costos, logró una distribución planetaria, privatizó su contemplación. Pero no se alteraron las condiciones estructurales de su relato. Aunque incluso la bibliografía especializada la condene como aburrida y sin historia, la pornografía persiguió siempre la transmisión de un mensaje, sea sexual (una utopía maquínica), religioso, científico o hasta metafísico, desde las sagas del Marqués de Sade hasta casi el último set pedorro producido sin presupuesto. El sexo era el medio para soportar la blasfemia, la impertinencia o la idiotez, intervenciones discursivas con las que se denunciaba el orden sexual, político, filosófico, etc., instituido. El porno irrumpe cuando el medio prescindió de utilizar el sexo para transmitir todos estos otros mensajes. Estos mensajes ya no cumplían ninguna función.
Para P. Virilio la televisión nace con el color, la tevé en blanco y negro forma parte de una época anterior, una paleotelevisión –a lo que podríamos agregar que la televisión real aparece recién cuando se pasa de tener canales de transmisión que se contaban con los dedos de una mano, a tener una oferta ilimitada (imaginariamente ilimitada) de imágenes a cualquier hora del día de cualquier género–. El porno es a la pornografía lo que el cableado a la televisión por aire. A lo largo de la historia moderna, la pornografía estuvo atada al medio técnico como ningún otro género, fue el primero, siempre, que usufructuó de la novedad tecnovisual, desde la fotografía, el estereoscopio, el cine, el video hasta Internet. Pero es en la “red” donde encuentra su hábitat idóneo.
Por varios motivos. Hay porno cuando el delivery de imágenes es continuo. Cuando esta imagen renuncia a cualquier tipo de trascendencia (incluso la trascendencia de arrasar con cualquier idea de trascendencia. Por ello todos los subgéneros posporno, desde el queer hasta el “femenino”, pertenecen al género pornográfico). Cuando el mensaje se reprime o expulsa de tal modo que desaparece de la escena, ¿qué queda? Queda un archivo incontrolable de imágenes de sexo. O para decirlo en otras palabras: queda la acción del medio, el medio audiovisual en acción, el medio sin mensaje.
El otro motivo consiste en su virtualidad. En ningún otro medio técnico como con Internet se plasma la virtualización del género. La pornografía y el porno implican indefectiblemente una mediación, sin medio hay sexo, no porno. Por ello, el porno no es, como cree el sentido común (y alguna bibliografía abocada al tema), sexo y sólo sexo. Salvo que imaginemos “el sexo” como una práctica muy diferente a la imagen que nos representamos cuando hablamos de sexo, un sexo ampliado, en todo caso, hasta su extinción. Antes de ser sexo el porno es imagen. Y antes de ser imagen es un tipo específico de vínculo social en el que se encarna (iba a escribir “refleja”) todo lo que nuestro inconsciente sea capaz de proyectar. No es mucho.
* Docente de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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