LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Augusto Dos Santos, desde Paraguay, plantea su “duda sagrada” respecto de qué son y para qué sirven los medios públicos, partiendo de la base de que no son ni medios de gobierno ni medios comunitarios y señalando que se necesita un debate sobre el tema al más alto nivel.
› Por Augusto Dos Santos *
Desde Asunción, Paraguay
Un día, cursando el segundo o tercer grado de la primaria en un colegio católico, le pregunto a mi abuela cómo es posible que en el Arca de Noé se salvaran todos los animales, porque no entendía cómo fueron convocados y tampoco comprendía si la inundación también alcanzó a mi pueblo en el Paraguay.
Mi abuela me miró un rato, puso la mano sobre mi cabeza y me dijo: “Esas son dudas sagradas y las dudas sagradas no se preguntan, m’hijo”.
Hace pocas semanas, escuchando a un admirado teórico de la comunicación latinoamericana, con una posición muy dura en contra de la “distancia” que tendrían que tener los medios públicos de sectores particulares (para ser universalmente plurales), agregando un duro cuestionamiento a cualquier intención de basarnos en la experiencia europea para sostener tal sentido de institucionalidad, me vino a la mente esta reflexión de la abuela porque no hizo sino reavivar en mí “la duda sagrada” en relación a si realmente estamos planteándonos un debate conceptual sobre qué son y para qué sirven los medios públicos en América latina.
Aunque cualquier generalización (y comparación) termina siendo antipática, a veces nos asaltan ganas de pensar que así como la derecha ha caído en la tentación de creer que los medios públicos son medios de gobierno, en reiterados ejemplos se vislumbra que la izquierda tiende a creer que los medios públicos son medios comunitarios. Y ni lo uno ni lo otro.
Persistir en tal polaridad, aun peor, sería presagiar que los medios públicos serían indefinidamente una especie de Sleepy Hollow, aquel legendario jinete sin cabeza de Washington Irving, que cabalga por el mundo llevando justicia pero sin definirse quién es realmente.
Posiblemente, este problema para dibujar los medios públicos, desde la tinta de su concepto, no es otra cosa sino la dificultad que tenemos los latinoamericanos para conseguir la tinta de lo público.
Lo público, la esfera pública, etc., sigue siendo un debate de oenegesistas y universitarios que han logrado –intelectualmente– apropiarse de este concepto, cuya ausencia, vale afirmarlo, sigue agobiando al resto de la ciudadanía. Perdón... de la población, porque sencillamente el hospital público o la escuela pública siguen siendo asuntos más importantes que la comunicación pública, por no citar el precio del pan y la suba del combustible.
Mientras tanto, por algún motivo vinculado fundamentalmente con la oportunidad del poder, se sigue postergando un gran consenso sobre el ADN de los medios públicos. Un debate sobre este tema, claro, abierto y democrático, y que implique a los decisores políticos de los países podría ser una fórmula importante para que –por lo menos– separemos una cosa de otra cosa. Y de paso serviría para lograr que la identidad de los medios públicos deje de ser una más de nuestras atávicas dudas sagradas.
* Comunicador, consultor en comunicación. Ex ministro de Comunicación para el Desarrollo (Paraguay).
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