Ante la realidad de un torrente informativo que ahoga, Ricardo Haye sostiene que sólo un trabajo académico sistemático de desacondicionamiento mental de los futuros profesionales de la comunicación puede modificar la situación. A partir de la observación del tratamiento que algunos periodistas les dan a los políticos de la oposición, Mauro Greco asegura que el medio no mediatiza, los periodistas no preguntan y los entrevistados no responden en un clima de familiaridad construido como estrategia publicitaria.
Por Ricardo Haye *
Desde Roca, Río Negro
El mundo presenta hoy un escenario de mediamorfosis. El ecosistema mediático en su conjunto atraviesa una fase de reconfiguración a propósito de los procesos de convergencia medial favorecidos tanto por el desarrollo tecnológico, como por una reestructuración empresarial que tiende a la concentración al tiempo que también extiende tentáculos hacia otras actividades económicas.
Frente a esas mutaciones, el usuario de la comunicación se ve sometido a una descarga aluvional de mensajes que parten de la superestructura de organizaciones vastas y complejas, así como de los arrestos individuales de blogueros, podcasters y youtubers diseminados por todo el planeta.
De algún modo, volvió a adquirir sentido aquella noción de la infoxicación, acuñada por Toffler a comienzos de los 70 para referirse a los riesgos que suponía la sobrecarga informativa para unos usuarios que recibían más datos que los que podían asimilar.
La situación también llevó desasosiego a ciertas instancias de poder que vieron en riesgo su control sobre la distribución y el acceso a los mensajes. Sin embargo, pronto encontraron la forma de preservar sus privilegios mediante el paradojal procedimiento de acrecentar exponencialmente el número de esos mensajes.
El recurso lo hemos visto en alguna serie o película: el abogado defensor solicita al ministerio público un expediente que podría determinar la absolución de su cliente. La fiscalía, desesperada por anotarse un poroto consiguiendo la condena, envía cientos de cajas repletas de documentos que recrean la enorme dificultad de encontrar una aguja en un pajar.
A propósito del tema, Umberto Eco contó alguna vez sus padeceres contemporáneos cuando lo invitaban a impartir una conferencia en Jerusalén. Antes, su biblioteca le proveía la justa y necesaria información de contexto acerca de la ciudad que lo recibiría. Hoy, en cambio, realiza la búsqueda en la computadora y el torrente informativo lo ahoga.
Es que a Internet, que no selecciona la información, todo llega sin jerarquía y en cantidades industriales. La masa desmesurada de datos se torna inmanejable y no solo desinforma sino que también provoca un cuadro sintomático conocido como “síndrome de fatiga informativa” o “síndrome de fatiga por exceso de información”, que se refleja en un intenso agotamiento físico y mental, que produce angustia y frustración ante la imposibilidad de procesar la ingente cantidad de estímulos en que se desenvuelve nuestra vida cotidiana y que suele devenir en patologías como la ansiedad y el estrés.
Pero algo permanece inmutable: igual que en el pasado, en el actual paisaje mediático la calidad de una gran porción de los contenidos continúa estando fuertemente condicionada por hábitos tan arraigados como la inconstancia de la mirada, la superficialidad de planteos, un espontaneísmo que disfraza la falta de producción previa, la tendencia a la fragmentación conceptual, una preocupante ausencia de contextualización y relaciones entre los hechos y el descuido estilístico.
Estas y otras características favorecen la configuración de un pensamiento leve y huérfano de compromisos que se ve más inerme toda vez que las tecnologías del engaño se desarrollan más vertiginosamente que las de la verificación.
La situación no será modificada por normativas de ningún tipo. Las únicas acciones que podrán alterarla son un trabajo académico sistemático y sostenido de desacondicionamiento mental de los futuros profesionales de la comunicación y la edificación de contradiscursos esclarecedores para beneficio de la capacidad de discernimiento y selección de las audiencias.
Todos necesitamos de una nueva alfabetización que nos posibilite filtrar contenidos discriminando entre lo que es relevante y lo que no alcanza ese rango. De ese modo forjaremos una escala de valores que difícilmente logre alcanzar valor universal pero que seguramente nos resultará útil a escala individual.
Como ya señalamos en este mismo espacio: afrontamos la necesidad de un nuevo orden narrativo que propicie el disfrute estético de aquello que se cuenta y que, al mismo tiempo, ponga en valor la voluntad analítica de sus receptores, para que el relato no agote sus potencialidades en el arte de engatusar incautos con fines comerciales, políticos, morales o religiosos.
* Docente e investigador de la Universidad Nacional del Comahue.
Por Mauro Greco *
Cuando por primera vez escuché la expresión “cobertura mediática” me pareció un poco exagerada: los medios de comunicación son objeto de investigaciones desde hace más de un siglo (funcionalismo, escuela de Frankfurt, estudios culturales); afirmar que los medios “cubrían” las espaldas de determinado candidato podía pasar por alto sus heterogeneidades internas, simplificar lo complejo.
Sin embargo, días después de las elecciones generales, mirar televisión, volver a mirar televisión para intentar entender también de ese modo, devuelve una escena singular: los candidatos del frente ganador, perdedor a nivel presidencial pero aun así victorioso y ganador en Provincia de Buenos Aires, son entrevistados como en la sala de su casa.
No hace falta que el propio living se convierta en plató de grabación, sino que el estudio se vuelve de una familaridad tal que la mediación inherente a los medios desaparece: son conversadores charlando con otros dialogantes, que a su vez llevan esa plática a otros conversadores con su familia en sus casas. El medio no media, no sólo desde él mismo hacia afuera sino tampoco dentro del medio. Desaparecen las cámaras, los camarógrafos, los micrófonos, y todo adviene como una conversación de sobremesa donde, tras una victoria, o porque ésa es su forma de estar en el mundo en contraposición a conflictividades y antagonismos, la relajación es el clima.
El medio no mediatiza, los periodistas no preguntan y los entrevistados no responden: el habla publicitaria en su máxima expresión.
Lo anterior conlleva una reformulación de la tarea periodística. No porque el periodista devenga en militante y no en investigador, apasionado y no técnico de la información, como tanto se alarmó en los últimos años. Sí porque el entrevistador se convierte en familiar de entrevistados de determinados partidos o alianzas.
El periodista de estos medios no repregunta a determinado candidato porque sea compañero de militancia sino porque lo construye como un familiar al que no va a dejar en evidencia dado que “lo conoce de toda la vida”. Hay cariño. En las últimas elecciones esta imbricación casi familiar entre cierto periodismo y algunas fuerzas políticas, llegó al límite. Varios periodistas, famosos por su aparición en el medio, fueron candidatos de una alianza que le ganó a un viejo varón local. De los medios a la política para luego ir de la política a los medios, pero de entrecasa.
A mediados de siglo XX, exiliados de la Alemania nazi en una sociedad estadounidense que les costaba diferenciar de la cultura hollywoodense, Adorno y Horkheimer escribían: “El apellido produce entre los norteamericanos un curioso embarazo. Para ocultar la incómoda distancia entre individuos particulares se llaman Bob y Harry, como miembros fungibles de teams”. Las cursivas son del original. La primera manifestación, en la política local, de esta “incómoda distancia” fue la aparición del “vecino” en lugar del “pueblo” e incluso de “la gente”. Luego, el nombre propio re-emplazando el apellido. Más tarde, con espíritu rugbier, el elogio del trabajo en equipo en lugar de liderazgos destacados o “mesas chicas”. Ahora, la extensión del vecino a la mesa mediática donde, en conjunto, llamándose por el nombre, todos pujan, como una familia, para que al familiar le vaya bien.
La crítica ideológica o denuncismo mediático han demostrado sus limitaciones pero quizá, a fuerza de olvidar momentáneamente estas críticas y de escuchar la incomodidad que nos produce cierto ethos cultural que asoma sus narices o ya la cabeza entera, podamos reafirmar en qué país queremos vivir, amar y sufrir: si en un estudio puntuado por la dicción de Mirtas, Susanas y Marcelos, o en una nación con memoria, historia y política.
* Licenciado en Comunicación UBA.
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