MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS
El extenso debate parlamentario permitió entrever un Congreso muy diferente del que había quedado impregnado del bochorno de la Banelco. Las preguntas de los movileros. Y en materia de consensos, ¿a qué le llamamos “educación” cuando la reclamamos?
› Por Sandra Russo
“¿No podríamos habernos ahorrado estos cien días?”, fue una de las preguntas más escuchadas al finalizar la votación por las retenciones móviles. Otra pregunta que hacía un movilero a cada uno de los integrantes de las entidades ruralistas era: “¿Qué les dice a los chacareros que ya están al borde las rutas?” Sobre esos dos ejes funcionó uno de los discursos mediáticos de inauguración de un nuevo escenario: una ley con media sanción, y una mayoría que acababa de expresarse en apoyo a la decisión del Poder Ejecutivo.
“¿No podríamos habernos ahorrado estos cien días?” era una pregunta formulada, naturalmente, a los diputados oficialistas. Era una pregunta con forma de pregunta pero con fondo de reproche, de queja, y con una asignación de responsabilidades incluida: se le preguntaba eso a quien se consideraba responsable de la pesadilla de los últimos cien días. A ningún representante ruralista se le preguntó por ese eventual ahorro de trastornos.
La ley que finalmente fue votada incluye muchas modificaciones que lejos de alejarla de su espíritu, la mejoran. La resolución pelada era, en efecto, más injusta que esta ley. Por una equivocación del Gobierno (“torpeza política”, dijo en su momento CFK), la falta de segmentación inicial fue finalmente corregida, salvaguardando a los pequeños y medianos productores, aunque nunca se terminará de entender bien a qué se llama en la Argentina “mediano productor”. Como fuere, si hay una burguesía que reclama su espacio y su horizonte de crecimiento económico, esa burguesía debía estar incluida, saludable y contenta, en las políticas de Gobierno. Pero es imposible establecer vínculos y proyectos con sectores que no se autolimitan en su percepción de sí mismos, y que no se enmarcan, cuando hacen sus cuentas, en un país que intenta tener reglas de juego que no son las que ellos quieren. “No hay reglas de juego” debe leerse como “quiero mis propias reglas de juego”.
El abrazo de Agustín Rossi con Eduardo Buzzi fue muy televisado y ahí quedó flotando, como un enigma que refuerza esa pregunta mediática, pero la dirige hacia otra zona de su interrogación. ¿No podríamos habernos ahorrado estos cien días? ¿No podría, la Federación Agraria, ser actor y parte de un proceso que a todas luces la beneficia, trazando otras coordenadas de asociación y solidaridad que las que hasta ahora ha tendido? Si no sólo los vientos internacionales, sino los locales, como está visto, soplan en el sentido de los pequeños y medianos productores, ¿no debería revisar, la dirigencia de la Federación Agraria, su estrategia de alianzas, en el contexto de un conflicto que operó como un show desnudista y dejó a muchos en literales pelotas discursivas?
Las cosas no pasan de muchas maneras, sino de una sola. Lo que podría haber pasado no pasó. Se puede aprender, si embargo, de lo que no pasó. Se puede aspirar, sin embargo, a lo que no pasó. Se puede trabajar, incluso, por lo que no pasó. Capitalizar una experiencia es precisamente tomar nota de errores y elegir pisar otras baldosas cuando se pasa por el mismo charco.
“¿Qué les dice a los chacareros que ya están al borde de las rutas?”, por su parte, fue una pregunta que sólo desde la inocencia puede parecer torpe. Es provocadora, es irritante y se entronca, cómplice, con las amenazas de una parte de las entidades ruralistas. Esa pregunta les entrega la potestad sobre un escenario nacional demasiado sensible y decididamente harto de este tema, sobre todo desde que el show nudista permitió ver, en los últimos días, que las negociaciones que habían sido imposibles con el Ejecutivo, eran también imposibles con el Legislativo, toda vez que la dirigencia de la Federación Agraria corría casi groseramente sus demandas, como si el juego de la negociación se agotara en la máxima. Nunca pudimos enterarnos de cuál era la demanda de mínima. Sin eso, ninguna negociación prospera nunca entre nadie.
Bien, estos cien días pasaron y no fue posible evitarlos. Y no pasaron en vano. Tuvieron efectos terribles y efectos inesperados. Este Congreso no fue el que se nos encriptó en la cabeza, el de los ñoquis, los diputados durmiéndose, las ideas vagas y los lobbies secretos. No es el Congreso de los ‘90. Este Congreso se abrió para mostrar cómo un enorme número de diputados de diferentes bloques se esforzaban como cirujanos de una guardia para salvar no ya ni a un sector ni a una ley, sino la institucionalidad que le da sentido. Este Congreso está a años luz del Congreso de la Banelco. Entre otras cosas, aunque no se fueron todos aquellos que las cacerolas querían que se fueran en el 2001, no es el mismo. Estaba Barrionuevo por ahí, mirando. Estaba Patricia Bullrich en su banca, bueno. Pero éste es el Congreso de otra etapa. El extenso debate fue en algún sentido la carta de presentación masiva de muchos diputados nuevos y de otros más veteranos que nunca han sido rozados por ninguna denuncia vergonzante. También a ellos cabe reivindicarlos después de esta crisis que agravió a la política de una manera atroz y que, sin embargo, devolvió a la política su dimensión inevitable.
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