MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS
Dos lecturas sobre los comportamientos de las distintas capas medias que van asomando. Por un lado, los sectores que pueblan con sus cuerpos y sus discursos el ya bautizado así “Palermo Soho” y, por el otro, los que salieron a las calles porteñas a defender una de sus banderas históricas: la educación pública.
› Por Sandra Russo
No es tan extraño que el primer cortocircuito grave del gobierno de Mauricio Macri en la ciudad haya estallado con los estudiantes, pese a que el área está a cargo de uno de los ministros con pasado más interesante de su gabinete. Fue un poco sorprendente en su momento saber que Mariano Narodowski militaba en las filas del macrismo. El actual ministro de Educación porteño era uno de los especialistas más consultados en esos temas, y algunas de sus posiciones públicas no terminaban de enganchar, parecía entonces, con la idea un gobierno de derecha.
Por esas clásicas demostraciones de principios que las ideologías que confluyen entre liberales y conservadores se encuentran casi obligadas a dar, un blanco rápido fue la educación. A través de la lectura que un gobierno hace de la educación, y de las políticas que adopte al respecto, se puede observar su inercia completa. Su cadencia. La melodía ideológica que acompaña sus actos. El gobierno de Macri ha elegido bailar con los estudiantes. Ha cometido su acto fallido con ellos. No con los estudiantes, más exactamente con la educación secundaria, pero es una suerte que la democracia haya formado sujetos políticos a los que no es tan fácil arrasar como a sus intereses.
Tampoco es extraña –aunque suene un poco insólita– la línea de frontera que el ministro usó para dividir a los alumnos que pueden aspirar a becas de los que ya no pueden. “Aquellos cuyos padres sean propietarios.” La propiedad privada y su solidez pétrea como valor de la derecha hace posible esa miopía con la que el gobierno de Macri diseña sus políticas, e implica naturalmente que esa miopía también puede aplicarse a la manera en que la derecha, cuando administra sus criterios de justicia social, no hace justicia social sino todo lo contrario.
La noción de la propiedad privada y una fe arcaica, ontológica, elevan por sí mismas a quien participa de ella –los “propietarios”– y les quita sus demás atributos. Es como si la derecha se viera imposibilitada de concebir propietarios pobres, como si no fuera posible que la pobreza arrastrara en su caldo de lúmpenes y sospechosos a personas que todavía poseen un bien inmueble, algo enraizado. Para la derecha los pobres son volátiles por naturaleza. Migran. De una provincia a otra, de una localidad a otra, de una pensión a una villa, siempre es gente en tránsito que, cuando se afinca, da lugar a esos conglomerados que en sus aquelarres gestan a los actores de la “inseguridad”.
De acuerdo con la idea que la derecha tiene de los pobres, ningún “propietario” debería necesitar ayuda del Estado para que sus hijos completen la escuela secundaria. Que el porcentaje de becas requeridas sea tan alto no hace más que contarnos que en los últimos años la escuela pública fue abandonada por los sectores medios altos, y que en cambio intentó erigirse en recuperadora de adolescentes que eran hijos del desastre del 2001.
“Queremos un país de propietarios, no de proletarios” es una frase que le regaló a la historia Adelina Dalesio de Viola, aquella mujer que fue revelación por unos años y que le peleó el estilo a María Julia Alsogaray. Los liberales piensan en la propiedad privada con una devoción tal, que la promesa de la rubia de bronceado perenne contuvo su propia paradoja y su revelación: la derecha argentina es incapaz de pensar proletarios propietarios. Es antigua. Esa contradicción la han superado hace décadas algunos países capitalistas, pero nuestra derecha es casi colonial, o bananera. Pensar en proletarios propietarios los lleva a pensar en populismo. El desprestigio de lo que la derecha hace calar en todo lo que se considere “populista” es la defensa contra su idea de justicia social: una no idea.
Hay una variedad notable de pobres argentinos que todavía o que hace poco son propietarios. Hay una inmensa cantidad de gente que tiene a su nombre la escritura de algo, una clase media baja que diariamente transpira para no terminar de caer. Hay muchos padres y madres de adolescentes que son o más instruidos o menos instruidos que sus hijos. Gente que perdió aquel trabajo anterior a la flexibilidad laboral y ya no puedo volver a recuperarse, pero que no ha perdido la batalla cultural, y aspira a que sus hijos se eduquen como ellos. Es su última trinchera. Y hay gente que nunca terminó sus estudios, gente que pudo asomar la cabeza, y que con sacrificio apuesta a que sus hijos peguen el salto del oficio a la profesión. En buenos tiempos, a lo primero que este pueblo se aferra es a la movilidad social.
La derecha piensa en la propiedad privada, no en la movilidad social. Esa es una de sus peores taras.
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