Cuando se acercaba el 2014, sonó el teléfono en el convento de las Carmelitas Descalzas de Lucena (España). Como nadie contestó, quedó el mensaje en el contestador: “¿Qué andarán haciendo las monjas que no pueden atender? Soy el papa Francisco, quiero saludarlas en este fin de año, veré si más tarde las puedo llamar, que Dios os bendiga”. Adriana, la priora del convento, declaró después que ella y las otras cuatro monjas de la comunidad, tres de ellas argentinas, estaban en el rezo del mediodía. “Eran las 11.45. Cuando pude acercarme al contestador literalmente ‘me quería morir’.” La superiora reveló que Bergoglio llamó otra vez.
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