Lun 28.01.2002

PLACER  › SOBRE GUSTOS.....

Vencerse

› Por Sandra Russo

La bicicleta no era una simple bicicleta de un rodado minúsculo a la que ese mismo día mi papá le había sacado las rueditas. La bicicleta, vista desde mis cinco años, era, desprovista de las ruedas que hasta entonces le habían dado cierta lógica, un aparato amenazante, de una estabilidad dudosa, porque esa estabilidad tenía que dársela nada menos que yo, que ya a mis cinco años me parecía una persona de lo más dudosa. Pedaleando rápido, rápido rápido, pedaleando sin dejar de pedalear, hasta que la bicicleta y yo nos entendiéramos, podría empezar a disfrutar. A ese recuerdo de la bicicleta amenazante le sigue el de mis rodillas lastimadas después de la primera caída, y el del impulso de deshacerme de la maldita bicicleta. Pero el recuerdo siguiente es el de estar pedaleando como loca, y entonces el milagro: era cierto, funcionaba, había domado mi primer corcel, y sobre todo, por primera vez había domado el miedo.
Lo sabemos los neuróticos rabiosos, ésos que más que a los ladrones les tenemos miedo a los fantasmas. Lo sabemos los que ya sabemos que, como cantaba Spinetta en un tema viejísimo, “después de todo tú eres la única muralla. Si no te saltas nunca darás un solo paso”. Lo sabemos los que parecemos entrenados para creer que jamás estaremos lo suficientemente entrenados para dar bien un examen. Lo sabemos los que damos exámenes sin parar, delante de profesores inexistentes pero de una exigencia inhumana. Lo sabemos los que con una enorme fuerza de voluntad, mucho análisis y una elevada cuota de esperanza, hemos conquistado, como temerarios adelantados sin retorno, un rincón de nuestra psiquis y lo hemos repatriado: pocas cosas son tan placenteras como vencer un miedo.
Cada loco con su cuco: aprender a manejar, hablar en inglés, dar una vuelta en bote, viajar en avión, dejarse besar, tirarse del trampolín, emborracharse, hablar bien de uno mismo, pedir perdón, llamar a un amigo para pedirle ayuda, tomar el subte, subir a un ascensor, mudarse, tener un perro, irse de picnic, qué sé yo, no son grandes cosas las cosas de las que uno se priva por miedo: son las cosas sencillas de las que otros disfrutan, esas cosas sencillas que parecen hacerlos felices. Pocas cosas hay tan deslumbrantes como descubrir que uno también puede.

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