Lun 25.08.2003

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Desconectarse

Por Federico von Baumbach*

En noviembre de 1993, Nirvana grabó en los estudios de la MTV un concierto acústico que quedó registrado para siempre en la historia del rock. Varias cosas me sorprendieron de ese recital. La más importante creo que fue poder escuchar a una banda como Nirvana sin ningún sobresalto emocional; producto, tal vez, de ver romper y tirar guitarras por el medio del escenario en otros conciertos. En ese sentido, fue un concierto “atípico” por la atmósfera lúgubre creada a través del diseño del escenario: luces tenues, velas, calas y la incorporación (quieran creer o no) de determinados instrumentos musicales: como el acordeón en “Jesús no quiere que sea un rayo de sol” y el cello en otras canciones de su repertorio.
Pero, más allá de todo esto, el Unplugged de Nirvana me impactó por el estado y la carga emocional de su cantante y líder, Kurt Cobain. Su angustia, tristeza y su desgarrado y turbulento mundo interior, llegaron a mis oídos a través de esa voz que exclamaba, por sobre todas las cosas, ayuda. La profecía de su muerte cumplida meses después quedó expresada de una forma casi imperceptible a los ojos de su público y hasta de sus propios compañeros: “Todas mis disculpas” y “Donde dormiste anoche” son un buen ejemplo de ello.
El concierto acústico de Nirvana me permitió apreciar a la banda desde otro lugar: más vulnerable y sensible quizás. La música coincide muchas veces con determinadas etapas de nuestras vidas; vidas que “suenan” cada día como los acordes que prolongaba Cobain en cada una de sus inmortales estrofas.

* Lector.

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