Lun 16.02.2004

PLACER  › LUGARES ROMANTICOS

Regreso a mundos perdidos

Ideal para entrar en una dimensión vagamente conocida del reino animal, visitar a algunos de nuestros antepasados y después brindar por ellos.

› Por Raúl Kollmann

Por Rosario Bléfari

Todos los días, desde las 14 y hasta las 19, puede uno dar un paseo por el Museo de Ciencias Naturales que está en el Parque Centenario. Sólo su frescura, la penumbra, cierta soledad y el silencio a veces alterado por algunas voces retumbando en los techos altísimos, lo vuelven un sitio romántico. Pero, además, hay algo inquietante en las ideas –que asoman a medida que lo recorremos– de nuestra condición animal formando parte de la variedad y complejidad que adquiere la vida en este planeta. Es en ese movimiento constante –entrevisto a través del esfuerzo de la clasificación– donde la existencia de nuestra especie, tal como es hoy, se adivina pasajera como otras. La imaginación se activa en borrosas imágenes de un pasado en el que aún no estábamos, cuando enormes animales poblaban la Tierra (vemos los dinosaurios patagónicos como ejemplo y casi una advertencia) y aun antes, cuando todo comenzó en una especie de cálido pantano y los microorganismos transformaban la superficie y la atmósfera. Acá estamos ahora visitando el museo rodeado de plantas, gatos, gente y los peces en el túnel de las peceras, vivitos y coleantes en medio de la naturaleza detenida, como esos ejemplares marinos que parecen gigantografías en tercera dimensión y flotan inertes (¡el calamar gigante!). Delicadeza poética en los fósiles de plantas, esas bellas impresiones sobre piedra, en las piñas petrificadas y en el molde de una enorme araña, la más grande de todas. Y en eso estamos cuando nos deja sin aliento la posibilidad de un enorme continente sur llamado Gondwana, donde las costas de América del Sur, Africa, Australia, Antártida e India eran una sola, las playas interminables de una enorme isla.
Se trata de una visita a nuestro árbol familiar, aunque haya que notarlo más allá de las distintas estéticas que se superponen en las vitrinas, de lo que podría mejorarse en las presentaciones, esa lámina gigante que el museo debe desplegar para hablarnos de todo y que depende seguramente de presupuestos, gustos y autoridades. El museo fue fundado por Rivadavia en 1812 y primero funcionó en el convento de Santo Domingo, después en la Manzana de las Luces y pasó por Montserrat hasta llegar a este edificio en 1937, que fue construido exclusivamente para él pero que es sólo una tercera parte del proyecto original. El museo necesita urgente una ampliación, pensar que es el Museo Nacional y que el de La Plata –que es universitario– lo supera ampliamente. Ni pensar en compararlo con los de otros países. En el depósito del museo hay cosas maravillosas que no están expuestas por faltas de espacio. Al respecto, un amigo biólogo me comenta: “Realmente corresponde a su catalogación como romántico el visitar las trastiendas. El museo no es solamente exhibición sino también investigación y la fauna de los investigadores es tan interesante como la que se exhibe en las vitrinas. Ir al subsuelo del museo, perdiéndote entre bichos embalsamados e insectos victorianos prendidos con alfileres, es increíble. Atravesás pasillos y armarios, y encontrás a increíbles chiflados frente al microscopio, enfrascados en la disección o el dibujo de las nervaduras de las hojitas”. Ya no sabiendo si podremos visitar ese mundo, nos alcanza aunque más no sea saber que existe mientras recorremos la zona accesible al público. Agotados, como siempre a la salida de un museo, nada mejor que doblar a la derecha por la misma vereda, pasar por la puerta del Observatorio –ése es otro paseo– y llegar hasta un puesto callejero de la cooperadora del Hospital Municipal Marie Curie. Este agradable lugar en el que se puede tomar desde una gaseosa hasta un clericó tiene mesitas bajo techo y otras al aire libre en un pequeño patio que da al estacionamiento (también de la cooperadora) y que mira al parque. Hay menús muy baratos como bife con ensalada y gaseosa por 5,50 pesos y en tren de festejar, si se puede, hasta disponen de un champagne por 11 pesos. Está abierto de 8 a 22.30. Un paseo al museo y después a cenar, por ejemplo.

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