Jue 26.09.2002

PSICOLOGíA  › UN ENSAYO QUE PROPONE VINCULAR LAS BASES DE LA ORGANIZACION FRATERNA CON LA MEMORIA FAMILIAR

“Hermanos de calle” y “hermanos de sangre”

A partir de relatos de chicos y adolescentes de familias desintegradas, Hugo Vezzetti examina el modo de alianza propio de los “hermanos de calle”, hasta deducir la función cardinal de la memoria en la constitución de toda hermandad auténtica.

Por Hugo Vezzetti *

La calle (o la vida que transcurre tempranamente fuera del núcleo familiar) es un espacio de socialización, un organizador y una matriz de vínculos y relaciones de solidaridad, evasión y defensa. En todo caso, las relaciones “verticales”, que suponen un principio de autoridad y encuentran su matriz en la dimensión de la filiación, se evidencian o bien dentro del afrontamiento imaginario, “primario”, como dominación y fuerza (por ejemplo, quién es más fuerte) o bien como subordinación a ciertos códigos del grupo de “la calle”: por ejemplo, de protección recíproca, de asociación, incluso de interdicciones sexuales dentro del grupo. Pero aun esa asociación de ayuda y protección mutua es inestable y no resiste bien las condiciones de precariedad y vulnerabilidad propias de la “desafiliación” social y familiar.
En principio, es posible postular que la constitución y la preservación de una integración horizontal fraterna, más o menos estable y permanente, capaz de sostener funciones reconocidas de solidaridad y protección común, depende del peso del eje “vertical” que corresponde a la filiación y la relación a los padres, es decir, depende de una formación y una estructuración de la vida familiar que son la condición de una memoria familiar. En este sentido, en los testimonios de los chicos de la calle casi no hay un “nosotros” familiar, algo que depende de una unidad simbólica en torno del apellido y la historia familiar. Incluso donde hay cercanía y convivencia parece claro que se resiente la representación de la familia como unidad básica de la solidaridad, salvo, en todo caso, como anhelo. En efecto, se quiebra, materialmente, la continuidad del trato de las generaciones ya que lo habitual es que haya desconexión respecto de padre y madre: abandonos, nuevas uniones, hermanos de distintos padres con caminos que se separan.
Por ejemplo, un varón de 17 años que fue abandonado por la madre cuando tenía 6 años y presenta situaciones de mucha violencia con el hermano mayor (que es hijo de la madre, reconocido por el padre) dice que “se dio cuenta de que no tiene hermanos cuando estuvo preso” porque no fueron a visitarlo (salvo una hermana menor). Y cuando se le propone la máxima del Martín Fierro agrega “los hermanos serán desunidos y sin ley”.
Al mismo tiempo, para la mayoría la “calle” es un núcleo de experiencia que rearma una trama de vínculos en la que parece cumplirse algo de esa forma básica, social y moral, de una asociación que es considerada como el equivalente de una organización fraterna. Por ejemplo, dice un varón de 20 años: “En la calle tenía amigos y nos hemos ayudado más de lo que se podría ayudar entre hermanos” (...) “en el estado en que yo estuve en la calle también puede tirar la sangre pero no de hermanos, ayudarse como amigos”.
Sin embargo, no está ausente, en algunos casos, la representación idealizada de la figura fraterna. En el caso de una mujer, de 16 años, resulta claro que es en el instituto-hogar en el que vive donde ha experimentado relaciones de protección. Sin embargo, se ha tatuado “hermanos” en el cuerpo y espera recibir ayuda de sus hermanos de sangre: como un anhelo en un presente lleno de incertidumbres. Aunque no hay una memoria fraterna y casi no puede armar una historia que incluya a sus hermanos, el tatuaje expresa la demanda, marcada en el cuerpo, de una relación asociativa distinta de la que puede establecer en el instituto.
Como sea, aun en casos en los que se mantiene cierta vida familiar, la experiencia de la calle predomina como organizadora de vínculos. Es el caso de una mujer de 15 años que vive en la calle, vendiendo (empezó mandada por sus padres); de hecho, ella y sus hermanas mantienen a los padres. Abandonó la casa familiar, en la que vivía situaciones de violencia con el padre y la madre, y la reemplazó por el subte y la vida nocturna. Tiene hermanos (sobre todo una hermana con la que tiene una relación más o menos típica) y expone una representación valorizada de la relación fraterna (“yo creo que las relaciones con un amigo no son igualesque con los hermanos”). Y sin embargo los amigos son más importantes o bien no hay diferencia: “Con los amigos estoy más unida. Creo que no hay diferencia, son iguales los amigos y los hermanos”. En este caso, sus amigos de la calle la protegen en un intento de violación y casi matan al sujeto que la agredió. No ha tenido relaciones sexuales todavía. Es decir que en el grupo de la calle operan principios de interdicción y se generan reglas de prohibición y mandatos de ayuda. ¿Son tales reglas equivalentes a las que se implantan en un grupo fraterno? Aquí vale la pena interpolar una consideración teórica.
La alianza fraterna
Se hace necesario un rodeo por la matriz conceptual de Freud sobre el lugar de la formación fraterna: “En Totem y tabú he intentado mostrar el camino que llevó de esta familia hasta el grado siguiente de la convivencia, en la forma de las alianzas de hermanos. Tras vencer al padre, los hijos hicieron la experiencia de que una unión puede ser más fuerte que el individuo” (El malestar en la cultura). La alianza fraterna es para Freud, a la vez, principio de asociación y fundamento de las prohibiciones (incesto, asesinato) que constituyen el núcleo del primer derecho. Y la referencia a la función paterna es fundamental. A partir de esa protoasociación, anudada por la identificación con el padre muerto, operan tanto la reorientación de Eros (en el sentido “exogámico”) como el primer modelo de acción frente a la necesidad (Ananke) mediante el trabajo que se dirige hacia la realidad externa a la familia. La alianza fraterna, por una parte, coincide con un proceso de interiorización e identificación simbólica con el propio linaje pero, a la vez, sostiene ese movimiento de desprendimiento de la familia que, para Freud, funda la cultura, es decir, “la vía de desarrollo necesaria desde la familia a la humanidad”. “Desasirse de la familia deviene para cada joven una tarea en cuya solución la sociedad suele apoyarlo mediante ritos de pubertad e iniciación.”
En el esquema conceptual del creador del psicoanálisis, la formación fraterna quedaba situada a la vez dentro y fuera de la organización familiar de sangre: por una parte se configuraba a partir de la trama de vínculos intrafamiliares y por otra de acuerdo con la dinámica asociativa exogámica. Esa dimensión de separación y desprendimiento era pensada a partir del modelo conceptual del Edipo, a la vez que incluía la intervención del apremio “externo” que fundaba la asociación en la relación de trabajo como transformación de la naturaleza y del mundo humano.
Si se atiende, entonces, a los vínculos en el interior de la fratría, hay que tomar en cuenta relaciones doblemente ambivalentes: por una parte, en el sentido bien conocido, las expresiones de amor-odio que no se separan de la trama de vínculos con los padres y se despliegan en el cortejo de las rivalidades y los celos; por otra, la ambivalencia entre una relación fraterna absorbida en la matriz de los vínculos endofamiliares y ese fundamento de la “asociación” que reproduce el corte originario que funda la cultura, en la medida en que se orienta hacia el “exogrupo”: la educación, el trabajo, los vínculos de amistad y las experiencias de socialización más o menos compartidas en ese necesario trabajo de desprendimiento de la familia primaria.
Hermanos de calle
Es posible plantear, en el material que estamos considerando, el problema de la continuidad entre las relaciones de la fratría y de las relaciones “fraternas” en el sentido asociativo, es decir, entre la “sangre” y la “calle”. Ante todo, vale la pena reconocer lo que corresponde a ciertas mutaciones culturales contemporáneas, en el sentido de un “apogeo y agotamiento” de una cultura del individuo, que coincidiría con el debilitamiento de las funciones parentales y consiguientemente en el debilitamiento de la fratría como formación identitaria. En efecto, la profundización de la autonomía del individuo vendría a resentir las modalidades de afiliación y pertenencia afirmadas desde una organización y, sobre todo, desde una historia familiar. En ese escenario crecientemente determinado por el juego de las voluntades individuales, cada vez más “horizontal” por el debilitamiento de la función paterna (entendida como “construcción institucional”, “principio de exterioridad” fundadora respecto del juego interindividual), la familia se convierte crecientemente en un espacio de lucha y concurrencia interindividual.
Es posible advertir que esa modalidad cultural contemporánea, genéricamente “individualista”, que debilita la fuerza de la fratría, se refuerza y alcanza características singulares en los casos de experiencias familiares “desintegradas” tales como las que estamos considerando. No necesariamente da lugar a la ausencia de vínculos sino, en todo caso, a una oscilación irresuelta entre el repliegue egoísta y la búsqueda siempre inestable de formas de incorporación asociativa. En ciertos casos, es el instituto-hogar el que ofrece el marco de pertenencia necesario a la recomposición de una relación cuasi “fraterna”. En algunos casos directamente no hay relación con los hermanos. En otros, en los que hay vínculos con los hermanos de sangre, de asociación o de protección hacia los más chicos, es claro que se originan sobre todo en la comunidad generada por la vida en la calle y la propia actividad marginal: sobre todo sobrevivir y eludir la acción de la policía.
Los hermanos (que en varios casos incluyen hermanos de diversos padres) y los compañeros y amigos de la calle asociados en las actividades necesarias para sobrevivir y en las funciones de defensa, conforman una comunidad en la que los lazos de “sangre” pesan poco en la medida en que no se sostienen en una organización incorporada. En efecto, en casi todos hay una memoria familiar de violencias, humillaciones, ausencias y abandonos; o bien, en algunos casos, de exclusiones y diferencias entre los hijos de diferentes padres. Un caso ejemplar de esa recomposición asociativa (siempre precaria) lo ofrece un varón de 15 años que no conoció al padre y tiene varias entradas por robo; su madre, con hijos de distintas parejas y enferma de sida, viaja a Brasil (“porque tenía miedo de contagiarnos”). Es claro que su grupo asociativo lo encuentra en la calle. No hace diferencia entre sus hermanos y sus medio hermanos; pero hay cierta relación de ayuda frente a la penuria inmediata. Ayuda a su hermana frente al padrastro (y ésta lo ayuda cuando puede) y lleva a un hermano más chico, de 8 años, al hogar “porque se estaba drogando mucho”.
Por contraste, en algunos casos, hay “aventura” de la calle: encuentro, amistad, diversión. La calle construye una “hermandad” y una solidaridad más sólida. En otros casos, es la institución que los alberga la que constituye la trama más cercana y predominante de una red solidaria (probablemente idealizada). O bien, en el caso de algunas chicas, el vínculo fuerte es con hermanos menores a los que cuidaron en el cumplimiento de un rol “materno” que da lugar a un vínculo afectivo más fuerte y perdurable, aun en medio de un mundo de relaciones devastado. Allí donde los hermanos siguen juntos en la calle, es la calle (y sus amenazas y desafíos) lo que los mantiene unidos.
En fin, puede decirse que los vínculos de “sangre” aparecen aplastados por las facturas y las graves carencias de la vida familiar. Y la dimensión del pasado y la memoria queda desplazada por las circunstancias de un presente duro, incierto, amenazante. No hay lugar (ni aprendizaje, ni “forma” incorporada) para una organización “mítica” de la propia historia, algo que contrasta con las memorias familiares estructuradas en otros grupos. Un caso ilustrativo es el de un varón de 20 años que mató a un hombre a los 14 años con un arma que había comprado el padre. Vive en un instituto-hogar, al igual que sus hermanos menores. Aunque las relaciones con sus hermanos y hermanas fueron más o menos normales mientras vivió con ellos y se siente unido a ellos, su historia está contada a partir del relato de la separación de la familia: es la historia de su tránsito y su aprendizaje en la calle, los robos, los amigos y sus experiencias con la droga. El relato no estructura casi una matriz de representaciones de la propia historia en torno de los acontecimientos “fuertes” de su vida personal y familiar, comenzando por esa muerte a la que apenas se refiere. Del mismo modo, apenas aparecen otros núcleos del “drama familiar”: hay una situación que sólo insinúa pero no puede contar, de abuso sexual del padre hacia su única media hermana (mayor e hija de la madre), que se fue de la casa cuando tenía 16 años; el marido de esta media hermana la abandonó y se fue con una hermana de él que tiene ahora 16 años. Pero estas historias apenas aparecen en el relato; la relación del padre con la media hermana organiza cierto secreto que no puede ser narrado: algo pasó pero no cree que sea cierto. En cuanto al otro episodio “incestuoso”, entre las hermanas y el cuñado, es narrado en el mismo nivel de contratiempos y dificultades con que se refiere a sus problemas presentes.
En general, entonces, los relatos se refieren a una trama casi sin pasado, ni tradición. Y la vulnerabilidad y el apremio por las circunstancias inmediatas tienen dos consecuencias: por una parte, el predominio de la dimensión del presente (casi siempre amenazante e incierto); en segundo lugar, el predominio del “afuera” respecto de la organización familiar: básicamente la calle o la institución. Y las representaciones de vínculos fraternos casi no se refieren a un ámbito recogido, replegado sobre el círculo familiar. De modo que si la formación familiar, como estructura incorporada, opera como un núcleo organizador de los vínculos desde el pasado, en ausencia de esa matriz, los vínculos fraternos sólo pueden sostenerse en alianzas asociadas a circunstancias presentes e inestables.

* Extractado del trabajo “Memoria familiar y organización fraterna”, en Sangre o elección, construcción fraterna, comp. por Juana Droeven (Libros del Zorzal), de próxima aparición.

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