PSICOLOGíA › TELéFONOS CELULARES, PSICOLOGíA Y SEGURIDAD VIAL
› Por Christopher Chabris y Daniel Simons *
Muchas investigaciones han documentado los peligros de hablar por teléfono mientras se maneja. Estudios experimentales y epidemiológicos muestran que los impedimentos ocasionados por el uso del teléfono celular son comparables con los de hacerlo bajo los efectos de algún tóxico. Cuando hablan por teléfono celular, los conductores reaccionan en forma más lenta a los semáforos, tardan más en iniciar maniobras evasivas y en general tienen menos conciencia de su entorno. En la mayoría de los casos, al igual que lo que sucede cuando se conduce bajo la influencia del alcohol, estos impedimentos no llevan a que se produzcan accidentes: la mayor parte de lo que ocurre cuando se maneja es predecible y, aun si no conducimos perfectamente, los otros conductores están tratando de no chocar con nosotros. Sin embargo, las situaciones en las que tales impedimentos resultan catastróficos son aquellas que requieren una reacción de emergencia frente a un acontecimiento inesperado. Una leve demora al frenar puede marcar la diferencia entre detenerse a una pequeña distancia de una persona y atropellarla.
Cuando Nueva York se constituyó en uno de los primeros estados en prohibir el uso de celulares comunes mientras se conduce, se exceptuó a los celulares con la función manos libres. No es sorprendente que la industria de las telecomunicaciones haya apoyado el proyecto y publicitando la seguridad de esos equipos. Un anuncio de AT&T Wireless afirma: “Si usa su teléfono celular mientras maneja, puede tener ambas manos en el volante”; y un folleto similar de Nokia, en su lista de diez recomendaciones de seguridad, ubica el uso de un equipo de manos libres en segundo lugar. Esta creencia es extendida, ya que el 77 por ciento de los estadounidenses encuestados coincide en que “mientras se maneja, es más seguro hablar con manos libres que con un celular común”. (N. de la R.: en la Argentina, la Ley 24.449 prohíbe durante el manejo el uso de teléfonos celulares, incluso “manos libres”.)
El supuesto subyacente de estas creencias y afirmaciones, así como de la mayoría de las leyes sobre las distracciones al conducir –si uno mira la ruta, verá los acontecimientos inesperados–, es precisamente la ilusión de atención. El problema no está en nuestros ojos o en nuestras manos. Podemos manejar muy bien con una sola mano y podemos mirar la ruta mientras sostenemos un teléfono. De hecho, los actos de control motor –los mensajes que nuestro cerebro envía a manos, brazos y dedos– que intervienen cuando sostenemos un teléfono celular o giramos un volante implican muy pocas exigencias para nuestras capacidades cognitivas. El problema no reside en las limitaciones del control motor, sino en las de los recursos de atención y de la conciencia. De hecho, hay muy pocas diferencias, si es que las hay, entre los efectos de distracción que produce el uso manual del celular y los que provoca el manos libres. Ambos distraen de la misma manera y en el mismo grado. Manejar un auto y hablar por celular se basan en una cantidad limitada de recursos de atención de la mente y cuantas más tareas que requieran atención realice nuestro cerebro, peor realizará cada una de ellas.
En una segunda parte de nuestro experimento del gorila, testeamos los límites de atención al aumentar la dificultad de las indicaciones a los sujetos: en lugar del conteo simple de los pases realizados por el equipo de básquetbol, les pedimos dos conteos mentales separados, uno de los pases aéreos y otro de los pases con rebote: esto aumentó un 20 por ciento la cantidad de personas que no percibieron un acontecimiento inesperado. Cuando usamos un mayor porcentaje de nuestra atención, tenemos ese mismo porcentaje menos de posibilidades de advertir lo inesperado. El problema reside en consumir un recurso cognitivo limitado, no en sostener el teléfono.
Y lo más importante es que, tal como lo demuestran las reacciones incrédulas de los que participaron en nuestro estudio, la mayoría de nosotros desconoce por completo este límite de nuestra conciencia. Para explorar los efectos de las conversaciones por celular sobre la falta de atención directa, Brian Scholl y sus estudiantes de Yale usaron una variante del experimento del gorila, y compararon un grupo que realizó la tarea de la manera habitual con uno que lo hizo mientras hablaba por celular: en su variante del experimento, cerca del 30 por ciento de los participantes había pasado por alto el objeto inesperado cuando contaban, pero quienes lo hicieron mientras hablaban por celular no lo notaron ¡el 90 por ciento de las veces!
Curiosamente, la conversación por celular no redujo la capacidad de contar de los sujetos: sólo disminuyó sus chances de notar algo inesperado. Esto permite entender por qué las personas piensan, erróneamente, que los celulares no tienen efectos sobre el manejo: creen que manejan bien porque siguen realizando la tarea primaria –permanecer en la ruta– sin inconvenientes. Pero es mucho menos probable que noten acontecimientos extraños, inesperados, potencialmente catastróficos, y nuestra experiencia cotidiana nos ofrece poca información sobre tales sucesos.
¿Por qué es peligroso hablar por teléfono mientras se maneja pero no lo es hablar con un acompañante? Por varias razones. En primer lugar, es más fácil escuchar y entender lo que dice quien está al lado que lo que dice alguien en el teléfono, de modo que no es necesario esforzarse tanto para mantener una conversación. En segundo lugar, esa persona aporta otro par de ojos: un acompañante puede notar algo inesperado en la ruta y alertarnos, servicio que quien está del otro lado de la línea no puede ofrecer. Pero la razón más interesante para esta diferencia tiene que ver con las exigencias sociales de las conversaciones: cuando charlamos en el auto, los que nos acompañan son conscientes del entorno y, si de repente aparece una situación de manejo complicada y dejamos de hablar, entenderán la razón de nuestro silencio. No hay una exigencia social de seguir hablando, ya que el contexto de manejo ajusta las expectativas de todos los que viajan en el auto respecto de la interacción social. En cambio, cuando hablamos por celular sentimos una fuerte presión de continuar la conversación aun en condiciones de manejo difíciles, porque la persona con quien hablamos no espera que por momentos nos callemos y por momentos hablemos. Estos tres factores, en combinación, ayudan a explicar por qué hablar por celular es especialmente peligroso cuando se maneja, más que muchas otras formas de distracción.
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