PSICOLOGíA › SOBRE EL RECIENTE ASESINATO DE UN NENE DE TRES AñOS
› Por Sergio Zabalza *
A escasos días de la celebración del Día del Padre, una noticia proveniente de la provincia de Santa Fe nos llenó de espanto: la muerte de una criatura de tres años a manos de su padre, que también hirió gravemente al hermano mellizo de la víctima. El episodio es tan brutal y tan abismal la asimetría entre víctima y victimario, que hasta resulta ocioso preguntarse por los móviles del crimen. Se habla de cuestiones domésticas: comer mermelada sin permiso. Dato válido a la hora del registro anecdótico, pero inoperante si de hallar alguna lógica se trata.
Este desenlace de un hecho doméstico insinúa sumirnos en la perplejidad. Una vez más nos enfrentamos ante la evidencia de que los horrores y las maravillas que las personas somos capaces de protagonizar se asientan en nuestra caótica naturaleza: la razón es un tesoro que no nos viene dado sin más o naturalmente, mucho hay que trabajar para que una comunidad encauce las fuerzas acéfalas que la agitan.
Con todo, hay otra lógica que nos permite abordar casos como el de la provincia de Santa Fe. En su tratado sobre el padre, el antropólogo Pierre Legendre sostiene que, en virtud de nuestro frágil fundamento existencial, somos todos hijos de hijos: para entrar en la paternidad “el padre cede su lugar de hijo a su hijo” (El crimen del cabo Lortie. Tratado sobre el padre, ed. Siglo XXI, 1994). Freud, a lo largo de su obra, nunca mencionó la palabra “filicidio”: cualquiera sea el escenario y la persona, el conflicto siempre es con el padre.
Seguramente en el caso de Santa Fe, como en otros, ese padre concretó en lo real aquello que oportunamente no pudo simbolizar. Su crimen muestra a cielo abierto el rastro de las más tempranas impresiones: esas pasiones originadas en el seno de nuestros vínculos más primarios. Así, todo exceso violento en el ámbito público o privado guarda como mediato antecedente los impulsos sofocados en la niñez, el sometimiento a la violencia del más fuerte, el desamparo frente a los abusos, la soledad. ¿A quién mata, entonces, quien atenta contra la vida de su descendencia?
En otros términos, todo filicidio es en realidad un parricidio. Es bueno que los que ofician de papás así lo recuerden.
* Psicoanalista. Hospital Alvarez.
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