PSICOLOGíA
› LA GUERRA QUE SE AVECINA EN MEDIO ORIENTE, CONSIDERADA DESDE LA PERSPECTIVA DE GENERO
Aviadoras de Bush, amazonas de Saddam y varón desnudo
A pocas horas del Día Internacional de la Mujer –que se celebra pasado mañana– y quizás a pocos días de una guerra en Medio Oriente, la autora propone no alegrarse de que en la academia militar de West Point haya uniformes para embarazada y examina la perspectiva de que los cambios en las relaciones de género permitan el resurgimiento de la “subcultura femenina”.
Por Irene Meler *
Las marchas mundiales por la paz expresan la resistencia a que la hegemonía global sea detentada por una lógica bélica que reconoce entre sus orígenes no sólo tradiciones políticas sino, y al mismo tiempo, estrategias propias del género masculino.
Debo apresurarme a aclarar que no estoy planteando un esencialismo grosero, donde la maldad quede del lado masculino y las mujeres seamos consideradas, como siempre, los ángeles del hogar. Por el contrario, creo que la construcción de la feminidad y la masculinidad son arreglos colectivos reiterados, fraguados al compás de los eventos históricos, y que constituyen intentos de garantizar la supervivencia social. Lo que caracteriza a la modernidad tardía es que esas prescripciones están siendo cuestionadas. Se ha producido un debate público, aún en curso, acerca de si resultan adecuadas o no para que las familias y las sociedades prosperen.
Necesito decir que no estoy sola cuando pienso que la guerra expresa no solo una crisis económica y cultural, sino también y al mismo tiempo una crisis de la masculinidad. Elizabeth Badinter (XY La identidad masculina, Madrid, Alianza, 1993) explica de ese modo las grandes guerras y Marvin Harris (Vacas, guerras, cerdos y brujas, Madrid, Alianza, 1987) considera que, cuando los varones se enfrentan a dificultades para subordinar a sus mujeres, inventan una guerra con los vecinos, porque en situaciones bélicas el dominio masculino se acentúa. Esta última aseveración es refrendada por Peggy Reeves Sanday (Poder femenino, dominio masculino, Barcelona, Mitre, 1986) a partir de un estudio comparado de más de cien culturas, donde comprueba que en tiempos de guerra o amenaza por parte de vecinos hostiles, o cuando es necesario migrar de forma masiva, la condición de las mujeres empeora.
Pero si bien las noticias actuales nos muestran a gráciles mujeres deambulando bajo las gigantescas ruedas de los aviones de guerra, mientras colaboran con el esfuerzo bélico, o a amazonas musulmanas con su cabello cubierto y la metralleta al hombro, también vemos a grupos de varones desnudándose sobre la verde hierba irlandesa para formar un motivo alegórico pacifista. La conmoción de las prescripciones tradicionales para los géneros abarca desde Occidente hasta Oriente, de modos nada lineales y con frecuencia paradójicos.
Nuestra capacidad como especie para generar cambios culturales parece por momentos muy amplia. Hasta ahora, en los momentos de emergencia, enviamos a nuestros varones jóvenes, a quienes hemos embrutecido a ese efecto, a enfrentamientos mortales con los jóvenes de otros pueblos. Las mujeres colaboran en menor medida y muchas aún sirven, como dice Marvin Harris, como recompensas sexuales para los guerreros. Las confrontaciones originan terribles traumas psíquicos que se transmiten a través del tiempo y generan repeticiones siniestras.
Está claro que no se trata de que las mujeres seamos más bondadosas, sino simplemente más débiles y más necesarias para mantener la vida biológica y social, mientras ellos asesinan en nuestro nombre. Algunas mujeres más modernizadas se están incorporando a las tareas que siempre constituyeron un bastión masculino, tales como la guerra, y esa tendencia se observa hoy tanto en algunos países del mundo islámico, como es el caso de Libia, como en Estados Unidos o en Israel.
Estoy lejos de compartir el regocijo de Betty Friedan (La segunda fase, Barcelona, Plaza y Janés, 1981) cuando se alegraba por el hecho de que en West Point se hicieran uniformes de embarazada. Es posible que sea necesario integrarse en todos los ámbitos de la vida social, incluyendo los ejércitos. Pero, una vez logrado ese proceso, espero que la experiencia cultural ancestral de las mujeres, que constituye unasubcultura subordinada a la cultura masculina hegemónica, pueda promover una transformación general.
La subcultura femenina acompaña a la melodía principal como una línea melódica que a veces coincide y en otros casos se aleja, formando efectos de contrapunto. Cuando todavía son pocas las mujeres que ingresan en un ámbito social antes masculino, no les queda otro recurso que el travestismo: deben demostrar que son tan buenas como cualquier hombre, en los mismos términos en que ellos se han desempeñado. Pero cuando se logra una masa crítica significativa en alguna rama de actividad, las reglas de juego cambian: la subcultura femenina resurge, emerge de su devaluación ancestral e impregna los intercambios sociales e intersubjetivos.
Como el macrosistema es aún masculinista, esa actividad social “desgenerizada” paga el precio de su devaluación comparativa. Pero cuando las mujeres superemos el techo que nos impide alcanzar los altos puestos de decisión económica, política y militar, cuando dejemos de preferir las posiciones de escaso poder, según le gusta pensar a Gilles Lipovetsky (La tercera mujer, Barcelona, Anagrama, 1999), ¿será posible una transformación cultural más trascendente, que rompa en alguna medida el ciclo de repeticiones traumáticas?
¿Nos hartaremos de generar vida para que sea sacrificada en empresas bélicas? ¿Escupiremos sobre los presidentes, ayatolas, duces, führers y camaradas que nos ofrecen medallas por parir soldados o por combatir como tales? ¿Nos negaremos al sacrificio colectivo de los jóvenes? Y, lo que es más importante, ¿lograremos que nuestra experiencia cultural milenaria, que ha consistido en estar del lado de la preservación de la vida, se traduzca en representaciones y valores colectivos que puedan competir con la épica guerrera que se origina en la experiencia social masculina?
No sé si será cierto, pero tal vez convenga soñarlo cuando despertemos angustiados por la pesadilla que se avecina.
* Coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género (APBA). Directora del Programa de Actualización en Psicoanálisis y Género (APBA). Coordinadora docente del Programa de Estudios de Género y Subjetividad (UCES).
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