PSICOLOGíA › INéDITO DE LEóN ROZITCHNER
› Por León Rozitchner *
Trataremos de ver cómo se constituyen en el hombre los diversos planos que lo llevan desde su ser individual hasta acceder al plano cultural y abrirse a la comunicación con los demás hombres. El hombre se hace hombre al surgir en una cultura. ¿Cómo se constituye en él este acceso? ¿Cómo pasa de lo individual a lo universal? ¿Cómo pasa de la sensibilidad muda a la palabra? ¿Cómo se sigue produciendo en él, en el plano estrictamente individual, el pasaje de la naturaleza a la cultura?
Este plano en el que nace como ser “biológico” y llega a constituirse como ser “cultural” es considerado, en esta perspectiva, como aquel en el cual entra a formar parte de la estructura, en tanto individuo material, y se individualiza en el seno de ese mismo proceso material, con el cual debe permanecer continuamente en intercambio para no morir. El hombre entra a formar parte de un continuo material dentro del cual se constituyen discontinuidades relativas. Por ejemplo: yo soy un individuo, aparentemente separado por los límites de mi piel de todos los otros seres y objetos materiales. Pero esta afirmación no es tan cierta: el aire, la tierra a mis pies, la voz, los alimentos, la piel como medio externo de intercambio incesante señalan que no hay tal discontinuidad: formamos parte de un continuo material de cambios y relaciones incesantes con el mundo. Si acentuamos uno u otro aspecto, podemos vernos como separados e independientes de los procesos continuos materiales, o por el contrario, podemos vernos sumergidos en él hasta perder la individuación.
Acentuar unos u otros aspectos es reducirse a nivel de los procesos sólo físicos o biológicos, o sólo culturales. Los cuerpos físicos están aparentemente separados de los otros: una piedra está, indiferente, al lado de otra piedra. Pero un individuo biológico (un animal, por ejemplo) no está al lado de otro, sino que se individualiza y se autonomiza relativamente, de acuerdo con los procesos que regulan el fenómeno de la vida. Aunque individualizado, esta separación no lo particulariza: en su existencia el animal cumple, o se cumplen en él, las mismas leyes y procesos que regulan la vida de los demás animales de su especie. Decir “uno” equivale a decir “todos”: cada uno es ejemplar respecto de los otros, y los contiene a todos. Un hombre, en cambio, es individuo porque, al mismo tiempo que participa del género humano en tanto ser biológico, también, por el proceso de cultura, adquiere o es susceptible de adquirir una particularización que, en su ser igual a los otros en tanto hombre, introduce una diferencia irreductible en tanto persona: es un ser único e irremplazable, que tiene conciencia de su propia fugacidad, y que hace aparecer en el seno de lo biológico un centro de perspectivas que lleva su nombre.
Y es, en tanto tal, absoluto. Pero este absoluto que cada uno de nosotros siente ser es relativo a la cultura y a la totalidad de los otros hombres que constituyeron e hicieron posible éste su ser absoluto: relativo, tanto respecto de la naturaleza como respecto de los demás hombres. Así, entonces, el plano de la experiencia vivida debe ser entendido como un continuo material simultáneo con todos los otros fenómenos que necesariamente lo enlazan.
Se ve entonces cuál es el problema que nos interesa señalar: si queremos comprender al hombre concretamente, como aquel que participa de todos los procesos, que es físico-vital y cultural al mismo tiempo, se entiende que la diferenciación (su particularidad en tanto tal individuo, absoluto), debe conservar al mismo tiempo lo que tiene de relativo: relativo tanto a la estructura biológica, material, como a la estructura cultural que hizo posible su particularización. En este plano, por lo tanto se da: 1) una totalidad de procesos continuos y simultáneos; 2) la aparición, dentro de esta totalidad, de un individuo que se particulariza y es constituido como particular, acentuando esta particularidad llamada “espiritual” por nuestra cultura. El problema es el siguiente: poner de relieve que este individuo particularizado, que es una persona, y que en tanto persona sensible se convierte en tal acentuando su separación, sólo podrá ser persona verdadera si incorpora a su propio proceso, en forma consciente, las relaciones con la totalidad de las procesos que, en los diversos niveles, hicieron posible su existencia.
* Fragmento de una clase del seminario “Marx y Freud”, dictado en 1964 en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. La clase completa se incluirá en el próximo número de la revista Topía, que a su vez publicará el seminario completo en forma de libro. León Rozitchner murió el 4 de septiembre pasado.
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