› Por Carlos Alberto Seglin *
El Lic. Santiago Gómez, en su artículo del jueves pasado en esta sección, se pregunta “Por qué del Tobar no se habla”. Del Tobar García no se habla porque la sociedad, que aborrece la locura, se horroriza de la locura en la infancia. Y digo más: no hay lugar social para la infancia alienada. Prueba de esto es que el colectivo social desconoce en su mayoría la existencia de este pequeño hospital, creado en el edificio de lo que estaba proyectado para una escuela de enfermería, en 1968. Un hospital que no solamente recibe pacientes de todo el país y aun de países limítrofes, sino que además es lugar de derivación de los más severos trastornos que los grandes hospitales pediátricos no pueden resolver. Los colegas de los hospitales pediátricos y muchas familias atendidas pueden dar fe de mis dichos.
Gómez nos violenta en nuestro lugar de trabajadores de la salud con su propio ejercicio de objetivación, arrasando la singularidad de la relación médico-paciente, dando a suponer al lector desprevenido y que no conozca el Hospital Tobar García una monstruosidad manicomializante, lejana de la tarea cotidiana. ¿Desconoce que todo agente que trabaje en un hospital depende del Ejecutivo porteño? ¿Qué sentido tiene focalizar las dificultades en la aplicación de la Ley 448 en la resistencia que nos atribuye a los trabajadores? ¿Cuál es la intención de mencionar con imprecisión y situar “hace más de tres años” un evento fatídico que ciertamente no ocurrió en los 17 años que me constan como trabajador del hospital? ¿No sería más correcto decir “hace más de veinticinco años”?
Somos muchos los que nos entusiasmamos con el giro que la Ley Nacional de Salud Mental produce en las instituciones que asisten y tutelan niñas, niños y adolescentes. Esperamos que su cumplimiento, junto con el de la Ley 448 de la CABA, dinamice los dispositivos necesarios para lograr internaciones breves, en hospitales generales pediátricos que no expulsen a los pacientes, y nos permita contar con otras instancias intermedias hasta la completa socialización de los y las pacientes, de acuerdo con sus posibilidades individuales y familiares, muchas veces tan exiguas.
“Contener” a los pacientes es muchas otras cosas que “atar a los pacientes”, como aduce Gómez. Me pregunto si en su formación ha tenido la triste experiencia de ver a un paciente golpearse y golpearse el rostro hasta producirse hematomas, sin posibilidad de ser calmado por la palabra, la mirada o el gesto amoroso. ¿Ha experimentado sobre su propio cuerpo la violencia en manos de pacientes internados en instituciones psiquiátricas? ¿Ha visto lo que la violencia produce en sus cuerpos cuando la pulsión mortífera los posee?
Espero que la tarea del Lic. Gómez en la Red de Salud Mental del Oeste permita que muchos jóvenes del conurbano bonaerense no necesiten peregrinar hasta el Hospital Dra. Carolina Tobar García en busca de una solución a su padecer subjetivo. Probablemente si se acercara al trabajo cotidiano de nuestro hospital comprendería el porqué de la enfática defensa que quien suscribe hace de su lugar de trabajo.
* Jefe de Pediatría del Hospital Tobar García. El texto fue editado por razones de espacio.
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