PSICOLOGíA › “POLíTICAS EN LACAN”
El autor señala que “el siglo XXI nos encuentra en medio de una seria transformación en los modos de pensar lo político. Esta situación es convergente con la irrefrenable extensión del capital en todos los vínculos sociales, incluyendo los últimos confines de la vida de los seres hablantes. Tal vez por ello, el denominado espacio del ‘posmarxismo’ encuentra cada vez más, en aquellos desarrollos teóricos que lo representan, un afán radical de pensar la emancipación sin las ataduras metafísicas que impregnaban su trama conceptual”.
› Por Jorge Alemán *
El siglo XXI nos encuentra en medio de una seria transformación en los modos de pensar lo político. Esta situación es convergente con la irrefrenable extensión del capital en todos los vínculos sociales, incluyendo los últimos confines de la vida de los seres hablantes. Tal vez por ello, el denominado espacio del “posmarxismo” encuentra cada vez más, en aquellos desarrollos teóricos que lo representan, un afán radical de pensar la emancipación sin las ataduras metafísicas que impregnaban su trama conceptual. Este afán se confirma cuando vemos a pensadores actuales decidir que la cuestión crucial de un proceso de transformación política es la relativa al sujeto, o a la subjetividad, o a la singularidad implicadas en la misma. Ya no se trata, entonces, de concebir los procesos históricos a partir de sujetos universales, abstractos y constituidos por una finalidad fundamentada de antemano. Indagar ahora la experiencia política implica revelar la estructura y la constitución del sujeto que la soporta y es responsable de la misma. Por ello, ahora asistimos a una recuperación renovada y recreada con nuevos recursos teóricos del debate que a finales del siglo XX pudo establecerse entre la enseñanza de Lacan y las filosofías de Deleuze y Foucault, debate que tuvo como referencia crucial precisamente a la cuestión del sujeto en su constitución material. Los pensadores posmarxistas actuales dan testimonio explícito de la resignificación de esta encrucijada teórica alrededor del sujeto. Por ello, podemos verificar de un modo sobresaliente la impronta teórica de Jacques Lacan, asumida de distintas maneras por estos pensadores de la izquierda posmarxista, que no renuncian a construir una ontología radical de la política en su dimensión emancipatoria. La política no como una gestión profesional, ni como un subsistema de la realidad, sino como el lugar constituyente de la experiencia del sujeto en su devenir hablante, sexuado y mortal. Evoquemos aquellos momentos ejemplares de esta encrucijada teórica contemporánea:
La teoría de la hegemonía de Ernesto Laclau, articulando a Gramsci con Lacan para hacer posible una “ontología discursiva” de la realidad. Alain Badiou incluyendo la oposición lacaniana entre Verdad y Saber en su lógica del Acontecimiento y en su ontología matemática. Slavoj Zizek intentando reapropiarse del pensamiento lacaniano desde Hegel y el idealismo alemán para aplicarlo a la cultura pop y a las mutaciones políticas contemporáneas. Por otra parte, en el caso de Toni Negri, una determinación decisiva en el modo de articular sus tesis políticas sobre la multitud, el común y la singularidad la encontramos en el protagonismo esencial de lo que Negri, siguiendo la vertiente de Deleuze, le adjudica a la llamada “producción de subjetividad”.
Como se puede apreciar, en todas estas estrategias teóricas, los términos sujeto, subjetividad y singularidad no son solo elementos periféricos en la construcción del pensamiento político, el que tradicionalmente se mantuvo ocupado casi exclusivamente del orden colectivo. Más bien constituye la piedra angular de este campo de pensamiento posmarxista. La particularidad del texto aquí presentado es que, sosteniéndose de un modo primordial en la enseñanza de Lacan, la intención teórica puesta en juego no pretende, como sí lo hacen los importantes autores mencionados, incluir a Lacan en una ontología de lo político. Por nuestra parte, se trata de abordar una serie de temáticas compartidas con los nuevos pensadores de la política, el común, la igualdad, etcétera, en función de articular distintas puntualizaciones a partir de Lacan que consideramos pertinentes para generar en el pensamiento radical emancipatorio un debate de mayor alcance en lo que hace a la relación política-sujeto. Este es el rasgo y la apuesta del texto aquí presentado, a saber, mantenerse en la referencia a Lacan sin ingresar en la modalidad propia del discurso filosófico, para intentar preservar el carácter problemático de la cuestión del sujeto, carácter problemático que según nuestro juicio solo el discurso analítico mantiene hasta las últimas consecuencias.
Hemos escogido estos dos términos, Soledad: Común, separados en este caso por dos puntos que quieren indicar una relación de conjunción y disyunción entre ambos términos, o una “mismidad “ en la Diferencia. De este modo, se podrá apreciar que, como ya hemos hecho en otros casos, especialmente en nuestros textos sobre Lacan: Heidegger, los dos puntos son separados de su función gramatical original para entonces poder establecer un lugar, un espacio habitado por una lógica paradojal que ha sido ya figurada por distintos pensadores a partir de diversos procedimientos; la “reciprocidad en la Diferencia” en Heidegger, la “extimidad” en Jacques Lacan, la síntesis disyuntiva en Deleuze, la razón fronteriza en Eugenio Trías. A partir de esta fórmula Soledad: Común, presentaremos en esta ocasión las posibles relaciones entre el discurso analítico elaborado por Jacques Lacan y el pensamiento político que eventualmente pueda surgir del mismo. Este “poder surgir” quiere indicar que, al menos de entrada, no es posible aprehender de un modo directo un pensamiento sobre la política en Jacques Lacan, en particular sobre una política emancipatoria. El término “Soledad” procede directamente de la enseñanza de Lacan, ya que lo emplea, aunque en muy pocas ocasiones, para hacer referencia a la soledad del Sujeto en su constitución vacía. El sujeto lacaniano surge como un vacío sin sustancia y sin posibilidad de ser representado en su totalidad por los significantes que lo instituyen. Su soledad es radical, en la medida en que ninguna relación “intersubjetiva” o “amorosa” puede cancelar en forma definitiva ese lugar vacío y excepcional. Este vacío surge como el resultado de la desustancialización del sujeto efectuada en la enseñanza de Lacan y cuyo agente principal es el lenguaje. Dicha operación toma en el álgebra lacaniana la forma de una escritura tachada. De allí surge también el carácter excepcional del sujeto, a saber, nunca puede ser representado en su totalidad por ningún significante, siempre es incomparable y al estar habitado por una opacidad inextirpable nunca es idéntico a sí mismo. Estas formulaciones sobre el sujeto están indicadas por la “barra” que tacha al sujeto, “barra” que ninguna “producción de subjetividad” al estilo deleuziano puede borrar.
Ese lugar vacío está destinado a ser colmado por aquellos significantes que lo representan, lo identifican, o lo fijan a determinados ideales o mandatos, según las distintas operaciones. A su vez, ese sujeto sin sustancia, vacío en su esencia, es también convocado a imaginar una posible “completud” a través de distintas estrategias fantasmáticas que tienen como propósito más determinante velar ese vacío estructural. No obstante, el sujeto del que estamos hablando aquí, el sujeto lacaniano, es inconcebible sin su relación al Otro que lo precede lógicamente. En efecto, en la enseñanza de Lacan, el Otro, el orden simbólico correspondiente a la estructura del lenguaje, siempre precede lógicamente al sujeto. El sujeto nace sincrónicamente en el lugar del Otro, tachado por el Otro. Sus historias, sus legados, sus herencias, sus destinos anatómicos quedarán siempre modulados por el juego combinatorio del significante. Incluso sus elecciones más “íntimas” y cruciales.
A su vez, en la enseñanza de Lacan, el Otro fue asumiendo según las coyunturas teóricas distintas figuras, desde la estructura del lenguaje antes mencionada hasta un “aparato” en donde se amalgaman los significantes y las pulsiones y que Lacan denominó con un neologismo: “Lalengua”. Esta última vertiente es la que aparecerá de modo privilegiado en este texto, el cual intentará desde diversos puntos de vista mostrar el encuentro entre la Soledad radical del sujeto y el carácter o más bien la condición Común de “Lalengua”, ambos captados en su copertenencia radical.
La soledad del sujeto no surge de un solipsismo a partir del cual es capaz de fundarse a sí mismo por medio de un acto reflexivo que lo autoposicione frente al mundo. No es una Soledad que proceda de alguna potencia de la que el propio sujeto dispondría para constituirse desde sí mismo. Su Soledad, por el contrario, emerge del hecho de que si bien el sujeto se constituye en el campo del Otro, su modo de emergencia se realiza de manera tal que es imposible que pueda establecer una relación estable, definitiva, fundamentada en propiedades comunes con respecto al Otro socio-simbólico que precisamente lo constituye. La Soledad del sujeto lacaniano es equivalente a su dependencia estructural con respecto al lugar del Otro con el cual no puede establecer un fundamento ontológico común. Aun cuando la vida del sujeto se postule en su orientación existencial como consagrada al Otro, sostenida por el Otro, en contra del Otro, rechazada por el Otro, amada por el Otro, reclamada por el Otro, deseada, humillada, etcétera, estas distintas posiciones pertenecen siempre a un orden fantasmático que se inscribe en la brecha ontológica constituida por la ausencia de relación. Adelantando nuestro desarrollo, afirmaremos que el Común del que aquí vamos a hablar, ese que copertenece a la soledad del sujeto, debe ser distinguido de las “propiedades comunes” o “fundamentos comunes” que intenta colmar el vacío entre la Soledad y el Común. Hay el “Común” ontológico estructural y las manifestaciones imaginarias de lo común.
No obstante, para captar esta Soledad estructural u “ontológica” se la debe distinguir de la soledad en sus manifestaciones patéticas; el aislamiento, el goce auto erótico, el delirio yoico, las coartadas narcisistas de la identidad, la impotencia para salir de sí mismo, la obscenidad de la autoestima... Son estas figuras patéticas de la soledad las que alcanzan su cénit social cuando quedan colonizadas por los distintos dispositivos del individualismo capitalista. Aunque si hablamos de individualismo, en el sentido del capitalismo contemporáneo, no habrá nunca que olvidar su “sentido de clase”, su pertenencia incondicional al imaginario de la dominación de origen oligárquico-burgués. Individualismo no quiere decir aquí un átomo separado irreductiblemente del otro, sino que en su aislamiento y fragmentación, el partido de la oligarquía, los ricos, las nuevas burguesías financieras reconocen su trabajo. La Soledad del sujeto que aquí intentamos discernir de las que podríamos llamar las “soledades sociológicas” de la época es una Soledad perforada, nunca plena, que solo encuentra su contorno, su borde topológico, en el Común que existe en el campo del Otro. No hay Soledad ni Común que no estén agujereados por el vacío de la “brecha ontológica”, irrepresentable, fuera de sentido, que Lacan denomina la “existencia”.
* Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. El texto forma parte del libro Soledad: Común. Políticas en Lacan, de reciente aparición (ed. Capital Intelectual).
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