PSICOLOGíA › RESPECTO DE UN ARTíCULO DE JACQUES-ALAIN MILLER
› Por Luis Vicente Miguelez *
En el artículo “Anguila”, de Jacques-Alain Miller, publicado en esta sección el 26 de abril, se plantea como objetivo del psicoanálisis “ir en contra de las identificaciones del sujeto”, llevarlo a “enfrentar su propio vacío”, procediendo a “la ablación de la esperanza”; sostiene que “un psicoanalista es de buen grado partidario del Nada nuevo. Más eso cambia y más es la misma cosa’, profesa el analista; salvo que tal vez pueda empeorar”. No es lo que Freud nos legó como práctica terapéutica ni como método de investigación.
Con el ropaje de la crítica a la postración ante ideales convertidos en totalitarismo pretende camuflar una posición en la que se descree de lo político como acción transformadora de la sociedad. Propone una concepción que desacredita el acto político. Efectivamente, si política es la “manipulación de palabras clave e imágenes para capturar al sujeto”, no es más que demagogia y publicidad. Que la política sea reducida a mera cuestión de marketing habla más de lo que se hace habitualmente con ella, en nuestra época dominada por el neoliberalismo, que de lo que realmente es. Confundir la acción política que legitima el poder ciudadano con la acción de aquellos que la pervierten es, a mi entender, reducir la cosa a su manejo. Vale esto también para el psicoanálisis y los psicoanalistas.
Ahora bien, de qué está hablando Miller cuando dice: “Nos preocupamos cuando alguien cercano comienza un análisis: tememos que deje de honrar a su padre, a su madre, a su pareja y a su Dios”. Y más adelante agrega que “los psicoanalistas hubieran querido que los semblantes de antes resistieran hasta el fin de los tiempos”. ¿Quiénes son los psicoanalistas de Miller? ¿A quiénes supone con tal pobre anhelo y tan vana preocupación? ¿Acaso añoranzas de “un Nombre-del-Padre que ya no es más lo que era”?
En otro párrafo manifiesta que “el psicoanálisis no es revolucionario, pero es subversivo, que no es lo mismo, es decir, que va en contra de las identificaciones, los ideales, las palabras clave”. Enunciación paradojal ya que él mismo habla desde un ideal que por llamarlo de algún modo lo denominaremos escéptico. Se trata, según Miller, de que nuestra práctica va en contra de lo establecido. Es su manera de presentar la experiencia analítica por el lado de la subversión de los valores. Estamos más ante una declaración política que ante una práctica clínica.
No tendría ningún sentido esta discusión si no pensara que esta posición convierte al acto analítico y al proceso de la cura en transferencia en una identificación imaginaria a un ideal que, con ropaje de subversivo, no es más que una concepción política filosófica, emparentada con lo que los antiguos griegos llamaron cinismo. Se convierte así la sesión analítica en una política de dos, donde el poder de la transferencia haría del psicoanalista algo así como un líder irreverente. Más que el reverso de la política, lo que plantea Miller es una manera camuflada de hacerla. ¿Qué lugar queda, entonces, para la singularidad del deseo del analizante en esta supuesta “lucha” contra las identificaciones, los ideales y las palabras claves a la que Miller asimila al tratamiento analítico? Se abandona así una herramienta fundamental de nuestra práctica, la abstinencia analítica, que hace de la presencia del analista una oportunidad para el encuentro con el deseo propio, sin encaminarlo hacia algún ideal ni aplastarlo con el suyo.
Dejemos a la política lo que es de la política y al psicoanálisis lo que es suyo. Hacer política disfrazada de psicoanálisis no beneficia ni a una ni a otro. Por el contrario, la experiencia analítica mostró desde sus inicios una vocación para intervenir en la cultura de su tiempo. Los primeros trabajos de Freud referidos a la histeria configuraron un modo, a mi entender, genuino y eficaz de contribución al respecto. Al ocuparse no de la enfermedad sino del síntoma, Freud privilegió lo que éste tiene de verdad respecto de la cultura de su tiempo. Es decir, puso por un lado de manifiesto las fuerzas antagónicas que intervienen en el conflicto del que el síntoma es símbolo (sexualidad y represión) y por otro abrió el camino para nuevas y diferentes alternativas al mismo.
El síntoma, por primera vez en la historia de la medicina, adquirió una dimensión social y cultural, dejó de ser la expresión del déficit de una función para expresar una verdad acallada. En el caso de la histeria, la represión de la sexualidad y el aplastamiento del deseo. Esta lectura de lo que el síntoma encierra efectivamente tiene consecuencias políticas y culturales, pero no es tarea del psicoanalista proponer programas alternativos. Abrir a la conciencia colectiva lo que el síntoma de la época enuncia es el modo en que nuestra práctica se enlaza con lo social.
En cuanto al tratamiento analítico, no debemos olvidar, tal como aconsejaba Freud, que la cuestión de la terminación del análisis es una cuestión práctica, nuestra aspiración es lograr las condiciones psicológicas mejores para que alguien pueda ser capaz de amar y trabajar satisfactoriamente. A lo que Lacan agregará que en nuestro oficio se debe ser prudente, que un análisis no debe llevar las cosas hasta los límites, vocación neurótica por excelencia, que cuando el analizante piensa que es feliz por vivir es suficiente.
* Perteneciente al grupo clínico Fragmentos, fundado por Fernando Ulloa; integrante del grupo Psicoanálisis en Debate.
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