PSICOLOGíA › LA CULTURA ASIGNA FORMAS A LAS PAREJAS
“Noviazgo, matrimonio, pareja, amantazgo son formas como la cultura intenta atemperar, encuadrar y fundamentalmente controlar el fenómeno del amor”, sostiene el autor de esta nota: “Pareciera que el fenómeno debe ser ubicado en alguna de esas categorías, para tranquilidad del vecindario y de los participantes, que así saben qué son el uno para el otro”.
› Por Enrique Millán *
“Desmayarse, atreverse, estar furioso,/ áspero, tierno, liberal, esquivo,/ alentado, mortal, difunto, vivo,/ leal, traidor, cobarde, animoso;/ no hallar fuera de bien, centro y reposo,/ mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,/ enojado, valiente, fugitivo,/ satisfecho, ofendido, receloso,/ huir el rostro al claro desengaño,/ beber veneno por licor suave,/ olvidar el provecho, amar el daño,/ creer que un cielo en un infierno cabe,/ dar la vida y el alma a un desengaño,/ esto es amor; quien lo probó lo sabe”, dice el Soneto 126, de Félix Lope de Vega y Carpio. Un amor que cuestiona la imagen corporal, las identificaciones, que supone confusión de síntomas y de fantasmas. Alguien se mete en nuestras vidas sin permiso, sin intención de hacerlo y nos pone en situación de tener que hacer algo con eso. Ocurre que además incluye la muerte. Porque podría morir y porque no hay garantías. Como escribió Macedonio Fernández: “Amor se fue;/ mientras duró/ de todo hizo placer./ Cuando se fue/ nada dejó que no doliera”.
Esto realmente perturba. Entonces la cultura, cada cultura, ofrece formas que intentan atemperar, encuadrar y fundamentalmente controlar el fenómeno, en función de la estabilidad del sistema. En nuestra cultura esas formas se llaman noviazgo, matrimonio, pareja, amantazgo. Pareciera que el fenómeno debe ser ubicado en alguno de estos odres, para tranquilidad y calma del vecindario y especialmente de los participantes, que, de esta manera, saben qué son el uno para el otro. Está incluido el ser, entonces. Todos escuchamos cómo se angustian algunos sujetos si no saben qué son del otro en cuestión o si éste no se los dice. Queda claro entonces que estas formas tienen una legalidad propia, independiente del amor. Aunque a veces se las confunda.
Otra cuestión en juego es el ideal de la continuidad. Si una relación es duradera, es mejor. Cuando, a los 82 años, el escritor Norman Mailer se casó por quinta vez, le preguntaron qué pensaba de sus fracasos amorosos. Contestó que en su juventud había pasado cinco años en París y que, al volver, nadie le había preguntado por qué había fracasado su relación con París.
Es cierto que, como el encuentro amoroso es contingente y también lo es su duración, con la angustia que esto supone, el discurso del amor habla necesariamente de eternidades. Pero una cosa es que sea necesario hablar de esta manera y otra que la duración se transforme en un valor en sí, con el ulterior sentimiento de fracaso.
Otro valor que se escucha, ya con características de diagnóstico psicopatológico, es que estar en pareja es mejor, más sano. Así, “Fulanito está muy bien, está en pareja”. No es tan habitual escuchar: “Está muy bien, está enamorado”. Y para el que no está en pareja queda un diagnóstico de discapacidad.
Un tema que complica es el de los “proyectos”. Se escucha a menudo la necesidad de tener proyectos como signo de que la relación está bien, progresa. Así, con cierto matiz obsesivo, el término “proyecto” reemplaza al término deseo.
La “sociedad conyugal” establecida en nuestro Código Civil se plantea fundamentalmente en términos económicos, de obligaciones y derechos como los hereditarios. Aquí la cosa jurídica está innegablemente constituida por los bienes. Cuando no hay bienes, las cuestiones de tenencia y crianza de los menores suelen resolverse pre o extrajudicialmente.
No olvidemos que el Código Civil, en el capítulo sobre el matrimonio, legisla sobre algo tan íntimo como la sexualidad. El matrimonio debe ser consumado, y si no se consuma se puede pedir su anulación; así se garantiza también la procreación.
El matrimonio cristiano, cuando es vivido auténticamente y con conciencia, consiste en una sociedad que tiene como finalidad armar una familia cristiana y criar a los hijos en el amor a Dios. Es decir: transmitir y reproducir una ideología. Esta forma del matrimonio permite el sentimiento de que se está “en otra cosa”; de ahí que las oscilaciones en el deseo y en el amor sean vividas con menos sentimiento de inseguridad, con menos vivencia de peligro. Cierto es que de estos matrimonios hay pocos, porque en general las ceremonias matrimoniales son realizadas para mostración de vestidos, dinero y otras cosas de ese estilo. Lo mismo ocurre en otras religiones importantes en número, como la judía.
Otro caso, no tan habitual en esta época pero frecuente en la década de 1940 y hasta mediados de los cincuenta, era el de los matrimonios entre miembros del Partido Comunista. Así como los católicos se casaban para generar catoliquitos, los miembros del PC se casaban para generar “pececitos”. Stalin y los efectos de su política, entre otras cosas, tuvieron que ver con la dificultad de seguir con esas prácticas.
Otro modelo interesante se puede ver en las novelas de Agatha Christie, que en general transcurren en medios de la clase media alta inglesa. Cuando se trataba de elegir a un marido o esposa era importante saber si jugaba al tenis o al golf, porque la idea era que iban a pasar todos los fines de semana de sus vidas juntos. La idea consistía en que la sexualidad y el amor vendrían después naturalmente, y muchas veces así ocurría. Aquellas virtudes no eran tenidas en cuenta si se trataba de elegir un amante.
El matrimonio llamado “existencialista” tuvo su momento de gloria por fines de los cincuenta y los sesenta del siglo pasado. La libertad sexual y amorosa se sostenía como ideal. También se los llamó matrimonios abiertos. El modelo de referencia era el de Sartre y Simone de Beauvoir. Ella decía que había amores necesarios –en su caso, Sartre– y amores contingentes. Más allá de los innumerables amores contingentes que ambos tuvieron, hubo un punto en el que estuvieron siempre unidos: manejar los piolines de la cultura francesa por más de treinta años. Esa unión fue absolutamente consistente y sostenida.
Los matrimonios de la oligarquía argentina tuvieron características parecidas a algunos de los mencionados. En algunos casos, la posibilidad de una ruptura implicaba el riesgo de que la Patagonia se partiera en dos. La continuidad estaba basada en esa circunstancia y poco importaba que la vida sexual de cada uno siguiera los caminos más diversos, mientras esto no tomara estado público. La misa diaria garantizaba un momento de encuentro, a veces el único, que mostraba la pacífica continuidad de la sociedad conyugal.
Ahora bien, en general en nuestros consultorios recibimos personas de un enclave antropológico muy particular. No son católicos, ni miembros del PC del pasado, ni pertenecen a la alta clase media inglesa, ni tienen intereses en común como Sartre-Simone de Beauvoir, ni inmensas riquezas que garantizar como los oligarcas. Es decir que no pueden estar en “otra cosa”. Entonces, son uniones que están sostenidas por la sexualidad y por el amor. De ahí que cualquier oscilación en estos ideales constituya una seria amenaza para la continuidad de la relación. Esto lleva a veces a realizar conmovedores esfuerzos para reactivar sentimientos tan sutiles como los mencionados. En esta situación todos esos valores culturales aparecen en una mezcla sin orden. No se sabe a qué ideales responden ni por qué. Esto se suma a los ideales singulares de cada uno, que muchas veces aparecen confundidos con los anteriores.
El amor genera un vacío en el que se puede producir una escritura, una escritura de un solo narrador escrita por dos sujetos. Así se establecen fechas, cronologías, se cuentan las veces, los momentos. En fin, se historiza. Cuando no se puede continuar escribiendo es cuando surgen los problemas y las amenazas de separación. Cuando ya no se escribe lo mismo, se producen las consultas. El discurso del amor, entonces, supone una retórica compartida.
* Texto extractado del trabajo “Lo intraducible”, cuya versión completa podrá leerse en el próximo número de la revista Imago-Agenda.
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