PSICOLOGíA › ISRAEL Y LAS PAREJAS GAYS
› Por Gil Caroz *
El paseo de Tel Aviv. Aquí, “la playa de los religiosos”, en la que se aplica una separación radical entre los sexos. Quinientos metros más lejos, la “playa de los homo”, mezclados con algunos turistas franceses que llenan la ciudad de manera intensa desde hace algunos años. Una imbricación de modos de goces. La gran mayoría de la población israelí es favorable al matrimonio gay y a la adopción de niños por parte de parejas del mismo sexo. Esto en un país en que la religión está en el aire tanto como el oxígeno. El matrimonio en Israel está regulado por las instancias religiosas reconocidas, ya sean judías, cristianas, musulmanas o drusas. El matrimonio civil no existe. La mayoría de los judíos laicos vive eso tranquilamente, puesto que para el judío el rito no es la creencia. Eso no impide algunas contradicciones. Así, si bien el Tribunal Religioso, cuya orientación es ortodoxa, no reconoce el matrimonio entre dos personas del mismo sexo, el Registro del Estado Civil acepta la inscripción de parejas homosexuales como casadas, a condición de que el matrimonio haya tenido lugar en el extranjero. En efecto, hace algunos años un tribunal civil, durante un juicio que sentó precedente, ordenó al registro modificar la mención de inscripción sobre la parte de identidad de cinco parejas homosexuales: de “soltero” cada uno se volvía “casado”.
Casados por el Registro Civil, solteros para el Rabinato, única autoridad competente en materia de matrimonios. ¿Por qué hacerlo simple cuando se lo puede hacer complicado?
Ahora bien, he aquí que una de las parejas homosexuales inscriptas como casadas decide divorciarse. Dado que el divorcio, así como el matrimonio, es regulado exclusivamente por la instancia religiosa, el Tribunal Religioso era el que debía deshacer ese lazo. ¿Pero cómo podría pronunciarse sobre el divorcio, si no reconocía ese matrimonio? En Canadá, lugar donde la pareja se había casado, tienen el mismo impasse, puesto que, si bien los extranjeros pueden casarse en Canadá, el divorcio es un procedimiento jurídico que no puede aplicarse a los extranjeros. Si el tribunal civil en Israel no hubiera sacado a esta pareja del asunto, el resultado habría sido sensacional: el problema no sería más la cuestión matrimonio de los homo, sino el de su divorcio imposible.
¿Y los rabinos? Junto a los rabinos ortodoxos del establishment están los “conservadores”, que son fundamentalmente fieles a la Halacha (N. de la R.: cuerpo de normas religiosas del judaísmo, que abarca las de origen bíblico, talmúdico, rabínico, costumbres y tradiciones), incluso si consideran que ello deba ser flexible y puesto al día regularmente. No practican el rito del matrimonio gay. De todas maneras, el ritual de matrimonio de estos rabinos no está reconocido ni por los rabinos ortodoxos ni por el Rabinato. Más lejos, los “reformistas” (que se dicen también “progresistas”, o “liberales”) atravesaron líneas rojas de la Halacha, entre otras cosas al practicar el rito del matrimonio gay.
Para los rabinos ortodoxos, hay un punto fijo: según la Halacha, el matrimonio entre personas del mismo sexo está prohibido. Sobre este punto, no hay desacuerdo. Esto no anula el adagio, “cuando se juntan dos judíos, se presentan tres opiniones”. El debate se desarrolla entonces sobre el lugar del sujeto homosexual en la comunidad. Algunos juran que la homosexualidad es una enfermedad que se cura y envían a sus discípulos homosexuales al psicólogo. Otros ven ahí una prueba de Dios y exigen simplemente la abstinencia. Los más sabios consideran que es un problema sin solución, pues la ley rabínica no avalará jamás la homosexualidad ni autorizará el matrimonio homosexual. Pero según ellos, este problema debe ser absorbido por la comunidad. No es cuestión de excluir al sujeto cuyo goce está en contradicción con la Halacha.
El espíritu de contradicción del Talmud al que el psicoanalista Jacques-Alain Miller hace referencia se lee en este debate. “Para los judíos, es rabino contra rabino (...) uno pone la trompa para un sí, para un no”. ¡¿Ah...?! No estar de acuerdo, poner metafóricamente la jeta, polemizar, inventar significantes increíbles para provocar al otro... ¿Quién puede resistir esta efervescencia del deseo? No está la ley como condición del deseo. El orden y la justa medida, instaurado por el Uno con una gran U mayúscula, se vuelve mortificante, si no hay zonas en que está desatado, a fin de permitir a la serie de los Unos-solos alzar sus voces. Una tolerancia al gran debate entre las singularidades en plural es una segunda condición del deseo.
* Trabajo incluido en el libro El matrimonio y los psicoanalistas.
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