PSICOLOGíA › ENCRUCIJADAS DEL PSICOANáLISIS
› Por Luis Hornstein *
“Giramos alrededor del fruto del árbol espinoso,/ del árbol espinoso,/ giramos alrededor del fruto del árbol espinoso/ a las cinco de la mañana.” (T. S. Eliot, Los hombres huecos.) El poeta estaba desvelado. Daba vueltas. También yo las doy, no siempre en espiral. Si tengo suerte, de tanto en tanto se produce una primicia. James Joyce llamaba epifanía a “una manifestación espiritual repentina, ya sea a través de algún objeto, escena, acontecimiento o fase memorable de la mente, siendo la manifestación desproporcionada con respecto a la significación o la relevancia estrictamente lógica de cualquier cosa que la produzca”. Por empezar, en la clínica, donde no siempre se trata de tirar la plomada o de zambullirse en las profundidades. Doy vueltas sentado cuando me pongo a estudiar, y el tema, provocador, me obliga a rodeos. Las doy, por qué no, en mis ratos libres, en mi vida cotidiana. Para no desvelarme, voy tomando notas en ese volver a pensar, en ese dar vueltas sobre la repetición con sed de diferencia.
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“Me quedo pasmado cuando termino algo. Me quedo pasmado y desolado. Mi instinto de perfección debería impedirme acabar; debería impedirme incluso empezar. Pero me distraigo y obro. Lo que obtengo es un producto que no resulta de una aplicación de mi voluntad, sino de una concesión que ella hace de sí misma. Empiezo porque no tengo fuerza para pensar; termino porque no tengo alma para interrumpir. Este libro es mi cobardía.” (Fernando Pessoa, Libro del desasosiego.) Publicar un libro indica que se consumó cierto recorrido. Nuestras ideas surgen a partir de la práctica y de las lecturas, así como de los intercambios, pero toda esa actividad de pensamiento suele permanecer anárquica o, peor, volverse efímera, si no es tramada en el trabajo de escritura. El pasaje de una forma oral a una escrita no implica sólo un ejercicio de estilo, sino una elaboración conceptual.
Un analista que escribe busca interlocutores. Freud le confesó a Abraham: “La respuesta a su pregunta de cómo hago para escribir, además de atender a los pacientes, es muy simple: tengo que descansar del psicoanálisis mediante el trabajo, de lo contrario no podría soportarlo”.
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Cuando, por enfermedad o por esa otra enfermedad que es el afán de dominio, las ideas se tornan rígidas; no son ya ladrillos, sino eslóganes. Y se ofrecen como puntos de certeza identificatorios que deben permanecer inmutables para que el poder de unos pocos permanezca inmutable. Disimulan su estereotipia con juegos de palabras, manierismos, neologismos, seducciones variadas. No se exponen al debate. Se exhiben. “Una manera de escribir clara e inequívoca nos avisa que el autor está acorde consigo mismo; y donde hallamos una expresión forzada y retorcida que, según la acertada frase, hace guiños en varios sentidos, podemos discernir la presencia de un pensamiento no bien tramitado.” (Freud, Psicopatología de la vida cotidiana, 1901.)
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Umberto Eco se pregunta acerca de los filósofos del pasado: “Tomar en serio todo lo que han dicho es como para abochornarse. Han dicho, entre otras cosas, un montón de estupideces. Honestamente, ¿hay alguien que sienta que vive como si Aristóteles, Platón, Descartes, Kant, Hegel, Heidegger tuvieran razón en todo y para todo? Cada uno ha tratado de interpretar sus experiencias desde su punto de vista. Ninguno ha dicho la verdad, pero todos nos han enseñado un método para buscar esta verdad. Esto es lo que hay que entender, no si es verdad lo que dijeron, sino si es adecuado el método con el que han tratado de responder a sus interrogantes”. (La estrategia de la ilusión, 1986.)
¿Con qué método enfrentó Freud, no una vez, sino varias, los interrogantes concernientes al psiquismo? Heredamos una tradición, cuyo núcleo es una identificación con la interrogación incesante, nada obsesiva, y con el coraje. Freud hace y deshace. Deshace para volver a hacer. Es capaz de tumbar alas enteras de su edificio teórico. “Ya no creo en mi neurótica, pero tengo la sensación de un triunfo más de que una derrota.” (Freud, Cartas a W. Fliess.) Un conocimiento esperado premiará un trabajo intelectual que asume la autocrítica referida a lo pensado, pero no a lo pensante; referida a lo descubierto, pero no a aquello por descubrir. El aferrarse a lo ya escrito es producto de una agorafobia intelectual.
* Fragmentos del libro Las encrucijadas actuales del psicoanálisis. Subjetividad y vida cotidiana, que distribuye en estos días Ed. Fondo de Cultura Económica.
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