PSICOLOGíA › CóMO VIVE LAS VACACIONES ESE QUE ESTá DEL OTRO LADO DEL DIVáN
Por primera vez en la historia –y sólo en Página/12–, un psicoanalista rompe el pacto de silencio y revela qué sienten los analistas durante las vacaciones: cuáles son sus felicidades, sus angustias y sus esperanzas y, sobre todo, si durante esa ausencia piensan, y qué piensan, de sus pacientes.
› Por Martín Smud *
La vuelta de las vacaciones es una época para encontrarse a tiempo completo con las ansiedades de nuestra neurosis y de nuestro trabajo. Pensemos en el caso de un psicólogo o psicoanalista que trabaja en clínica privada. Parece ser la forma ideal de atención, pero armar un consultorio privado es una tarea titánica. Se dice que es la mejor opción, pero también es la que tiene menos redes de contención, de derivación, de seguridad social y de sistema jubilatorio. Si el país se mueve –y cómo se ha movido estos últimos años–, los pacientes se mueven y, en más de una oportunidad, perfilan sus deseos por fuera del consultorio y el psicólogo o psicoanalista tiembla de miedo. No tiene sueldo fijo; no puede decir a ciencia cierta cuánto gana por mes.
Las vacaciones del consultorio privado son algo serio. El consultorio se siente como un castillo de arena que se derrumba al paso de las olas veraniegas. El consultorio, que tanto trabajo costó armar, en verano se resiente por la deserción estival. Parece que los problemas, que en otras estaciones del año nos hacían tiritar ahora desaparecen como la ropa que nos vamos quitando ante el aumento de la sensación térmica. Ya muchos pacientes lo dicen como si fuera una máxima: existe una relación entre el ánimo y la temperatura ambiente.
El psicoanalista privado se siente vulnerable y si no ha coleccionado, como las hormiguitas, billetes durante la época de abundancia, ahora se resentirán sus ingresos y por lo tanto sus posibilidades de movilidad. Tendrá más tiempo para hacer otras cosas, entre las cuales angustiarse no es inusual.
Muchas veces, los pacientes nos preguntan si son o no un caso difícil y nosotros les respondemos que el único caso difícil que conocemos es el que no viene a consultar. Dependemos de que ese paciente acuda a su hora y, cuando no lo hace, paradójicamente, es el momento en que lo tenemos más presente. A su caso, ahora se agrega nuestra preocupación. A nuestro consultorio privado le va bien o le va mal. No hay medias tintas. O hay una permanencia de pacientes viejos y circulación de pacientes nuevos o estamos ante una contracción de nuestros ingresos. Muchos psicoanalistas lo afirman: es perjudicial sostenerse únicamente con el consultorio privado porque no se cuenta con mucha previsibilidad sobre lo que sucederá.
El período de vacaciones es cuando aparece un agujero grande. Es el tiempo más complicado para el consultorio privado. Mientras vemos que otros, que están en relación de dependencia, no solamente reciben el aguinaldo, sino que se van de vacaciones con las semanas cubiertas por su empleo, el consultorio privado tiene lucro cesante, deja de ganar mientras no está abierto. Deja de ganar por las vacaciones propias y también por las de los pacientes.
No es raro, entonces, que el período más esperado por la mayoría de los trabajadores sea un momento de estrés para los psicólogos/analistas. No se trata sólo de un tiempo difícil porque no haya entrada de dinero y sí mucha salida. No se trata solamente de eso. Un psicólogo en vacaciones se reencuentra con sus ansiedades prototípicas, con sus fantasías primarias, con su familia a tiempo completo y con un sentimiento de soledad e inadecuación.
Volvamos a las recientes vacaciones. Cierren los ojos e imaginen las vacaciones del analista. Pensemos que fue a la playa. Ahora mismo está en la playa. El tiempo de vacaciones es distinto al del resto del año. El tiempo ya no es aquello que se separa entre paciente y paciente, entre sesión y sesión; ahora tiene una continuidad, lo cual hace que una tarde de sol en la playa se vivencie como más larga que el síntoma de toda una vida. En su reposera, mientras se acomoda el sombrerito que lo protege del sol, él piensa qué significa disfrutar. Este debería ser un momento ideal en la vida y, sin embargo, el analista está preocupado. Hace poco que llegó y todavía no se adapta a su nuevo estado de veraneante. Había dudado tanto acerca de cuál sería la mejor quincena para tomarse. Hizo un pequeño relevamiento entre sus pacientes para saber cuáles, por la disminución del trabajo, serían las mejores semanas. Al fin decidió irse la última semana de enero y la primera de febrero, a pesar de que le habían dicho que iba a ser una quincena muy complicada por la cantidad de gente y el clima lluvioso. Esta tarde, en efecto, toda la gente parece estar en la playa, y claro: ¡Después de casi una semana de mal tiempo! Sería el instante propicio para disfrutar del mar, para acurrucarse cerca de la orilla a tomar sol. En este momento, el analista se pregunta acerca de su capacidad de disfrutar. Vuelve a su cabeza un tema del que todavía no puede olvidarse: sus pacientes. Hace siete días que llegó y todavía no puede dejar de lado la última semana de trabajo, cuando se despidió por quince días de los pacientes que no se habían ido de vacaciones dejándolos suponer que se iba a descansar panza arriba.
Hace algunos años todos los analistas se tomaban vacaciones el mismo mes: febrero, y el paciente, si llegaba a irse de vacaciones en otro mes, pagaba las horas que no utilizaba. Pero hoy ya no es así. Hoy, las vacaciones de los pacientes duran incluso de diciembre a marzo. En diciembre suelen dejar terapia los chicos que terminan la escuela y cuyos padres identifican el tratamiento con la época escolar, con lo cual plantean que seguirán el año que viene.
Pero, ¡stop! Volvamos a nuestro analista al sol en la reposera, dejemos que nos hable de lo que está viviendo y pensando acerca de sus pacientes y de cómo se tomaron las vacaciones. Ahora intenta construir una tipología de pacientes según cómo toman las vacaciones. Pasa revista a las posibles relaciones y analogías, intentando poner nombre a cada grupo, cambia de opinión. Al final de la tarde, cuando el sol ya se está escabullendo tras los médanos, tiene el cuadro terminado.
Ha podido encontrar cinco categorías diferentes: el grupo del “Adiós”, el grupo “Año calendario”, el grupo “No sé cuándo me voy”, el grupo “¿Cuándo volvés?”, el grupo “¿Cómo, te vas de vacaciones?”. El del “Adiós” y el del “Año calendario” comparten una característica: cuando el analista anunció sus vacaciones ellos no estaban. El grupo “Año calendario” se había tomado vacaciones casi llegando a fin de año: son aquellos que, por diciembre, hacen el balance de lo trabajado, escuchan lo que el analista tiene para decirles, dicen que se tomarán un tiempo y que el año que viene volverán a llamar. Este grupo no sabe nada de la salida de vacaciones del analista. Con el sol de frente, el analista piensa: “Interrumpen el tratamiento porque se acercan las fiestas y el verano, sabiendo que el tiempo de retorno será por marzo o abril”. Este grupo guía su vida por lo que, a su parecer, corresponde: por el rígido molde del calendario, sea escolar, meteorológico, vacacional, laboral o vacunatorio.
El grupo “Adiós” no rige su partida por el esquema del almanaque y muestra una cuota de crueldad al renombrar las vacaciones como interrupción del tratamiento. Dicen adiós sin fecha de retorno. Se desentienden del analista y del tratamiento. Y no hay mucho más que decir. El grupo “No sé cuándo me voy” es el de los que se toman vacaciones de repente; no saben cuándo pero, unas horas antes de la sesión, llaman para avisar que están en las sierras, en las montañas, en la playa o en una quinta. El grupo “¿Cuándo volvés?” se angustia frente a la ausencia avisada del analista; ellos quisieran seguir al analista en sus vacaciones, por las dudas de que lo necesiten. El grupo “¿Cómo, te vas de vacaciones?” es el de los que ni habían pensado en las vacaciones del analista, tan preocupados como estaban por su propio sufrimiento.
El analista sigue pensando: “El tiempo de vacaciones es el ideal para poner un termómetro que tome la temperatura de cada tratamiento”. Alguien que pasa por la playa frente a él lo mira. El analista cae en la cuenta de que ya es tarde, hace más de cuatro horas que está bajo el sol. Y hace siete días que llegó a la playa y... sigue pensando en sus pacientes.
¿Habrá decidido bien la fecha de sus vacaciones? Dudó tanto sobre qué semanas serían las preferibles... La peor semana para el consultorio es la primera de febrero, cuando los pacientes que se fueron en enero no se sacan el recuerdo de sus días de no hacer nada y los de febrero están partiendo a sus destinos turísticos. Es la semana catástrofe y conviene estar afuera en ese momento, pero, al haber elegido también la última semana de enero, ¿en sus pacientes habrá sido tremenda la desorientación? Después de tanto dudar está por fin de vacaciones ¡y sigue pensando en sus pacientes y en la decisión ya tomada! Quizá mañana deje de preocuparse. “Pero seguro que, unos días antes de volver a casa, vuelve la angustia.” Siempre le pasa lo mismo unos días antes de volver a trabajar: teme que no vuelvan los pacientes. Es increíble tener ese miedo después de tantos años de trabajo, pero cada año le pasa lo mismo.
Cuando finalmente se levantó de la reposera, le ardía la piel. Había estado demasiado bajo el sol y no se había puesto suficiente protector en el cuerpo. La panza estaba hirviendo y su nariz llameaba. Mejor irse. No debía pensar más en pacientes. Ya no dependía de él, tenía que relajarse. Estaba en vacaciones, y el tema de qué pacientes volverían no era el mejor del verano. Esa noche, el analista se sacaría la preocupación de encima y empezaría a disfrutar. Después de que se le pasara el dolor en su piel chamuscada, después de dormir toda la noche colgado de una percha.
* Psicólogo, psicoanalista. Autor de Crónica de una residencia en salud mental, Lengua de mujer. Historia condicionada del goce y otros libros.
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