PSICOLOGíA › LA POLíTICA COMO HECHO DISCURSIVO
› Por Alfredo Aloisio *
El marco de trabajo de Ernesto Laclau se ubica en la vertiente teórica que entiende la política como un hecho discursivo que, en tanto tal, es productor de la realidad misma, y no una mera representación de ella. La categoría de hegemonía permite a Laclau inscribir una lógica de la articulación entre la producción política y los movimientos sociales. Su reconocimiento de la importancia fundamental del discurso no se limita a una mera relación entre significantes, sino que entiende el discurso como “una producción establecida a partir de la presencia de un vacío estructural” (Prólogo a Misticismo, retórica y política, Fondo de Cultura Económica, México, 2004). Esto es, que siempre habrá una carencia de la palabra para nombrar acabadamente un algo.
Este desajuste estructural, entre la palabra y lo que ella nombra o pretende nombrar, ubica lo social en un trastorno básico cuya corrección está marcada por la imposibilidad. Al plantear la cuestión en estos términos, nos referimos a una imposibilidad que atraviesa la sociedad, respecto de la satisfacción que pudiera otorgar a las diferentes demandas de quienes la constituyen (sectores parciales de la sociedad).
Una carencia básica caracteriza lo social, en tanto que éste es de una dimensión discursiva. Las diferentes parcialidades, entonces, se vinculan a partir de la carencia de la satisfacción esperada, depositando su representación contingentemente en una de ellas. Esta situación constituye lo social a partir de una frontera o barra que determina por lo menos la existencia de dos campos diferenciados: demandante y demandado.
A modo explicativo, Laclau apela a una mítica situación en la que lo social conformaría una totalidad estable, erigida por lo que él llama “lógica de la diferencia” (La razón populista, Fondo de Cultura Económica, 2002), en la que las demandas de las parcialidades irían siendo satisfechas a medida que son formuladas. La “lógica hegemónica” se daría al quebrarse esta mítica situación armónica, y las demandas parciales sólo accederían a una cuasi satisfacción mediante la hegemonía que regiría una de las parcialidades en forma contingente. Esta situación constituiría al acto político por antonomasia, ya que establece un orden en el que se articulan las demandas y las satisfacciones posibles (más allá de las esperadas) de los agentes sociales, con la peculiaridad de que el rol hegemónico que una parcialidad poseyera contingentemente pudiera pasar a ser poseído por otra.
Lo importante sería que la parcialidad que ostentara la hegemonía lo hiciera poniendo en cuestión al poder (ahora en función de instancia demandada) y proponiéndose ella misma como la totalidad (necesaria e imposible) que recuperara la plenitud social (sin escisiones).
Laclau plantea la cuestión en términos de significantes: en la lógica hegemónica, las parcialidades funcionan como un significante vacío; se ordenan en cadenas de significantes, que son equivalentes en función de que, al ser atravesados por la insatisfacción, cualquiera puede, contingentemente, operar de modo hegemónico.
* Psicoanalista. Texto extractado del trabajo “Consideraciones sobre Ernesto Laclau”.
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