PSICOLOGíA › REFLEXIONES SOBRE UN “INSTANTE ETERNO”
› Por Sergio Zabalza *
La escena bien puede transcurrir en el patio de un colegio, en un club o una colonia de vacaciones. Un grupo de chicos y de chicas juegan al fútbol. El entusiasmo domina, nada hay en el momento más importante que la pelota: ese objeto privilegiado capaz de concitar todas las miradas y las voluntades, ya sea que esté conformada por un bollo recubierto con trapos o se trate de un balón de cuero profesional.
Es tan solo un juego, pero algo muy serio se tramita con él. El homo ludens equipara al homo faber que observó Johan Huizinga (Homo ludens, Alianza, Madrid, 1990), para quien el juego ocupa en la cultura un lugar tan nodal como el trabajo o la reflexión.
Pero sigamos con el partido, que está apasionante. De pronto, uno de los chicos recibe una asistencia en posición lejana al arco contrario pero libre de obstáculos, tras un leve giro se acomoda y aplica un formidable disparo con promesa de gol.
Durante un instante eterno, los chicos, las maestras, los profesores, el chofer, el árbitro, los padres, quedan como absorbidos por la trayectoria combada que el balón dibuja en el aire. Todos palpitan el destino de ese objeto, capaz de sostener los cuerpos en un enigmático suspenso. Es como si hasta los sonidos se hubieran sustraído detrás del asombro.
Lo cierto es que, antes de que alguien tome conciencia de ese tiempo vacío de cronologías, la pelota se introduce en el ángulo del travesaño y el poste. Nace otra escena, los cuerpos aterrizan, estalla la euforia, todo se recupera, salvo que ahora ya no importa la pelota.
En efecto, mientras los espectadores gritan el gol, una horda incontenible de jugadores persigue al autor de la hazaña, que ahora corre preso de una suerte de místico frenesí, un rapto de éxtasis. La boca y los brazos abiertos hasta abarcar el mundo y sus adyacencias, el rostro desencajado; sin dejar de correr, cierra los ojos. ¿A quién verá en ese momento supremo?
Así es también en el ámbito profesional: luego de marcar, el goleador, emprende –fuera de sí– una frenética, vertiginosa carrera que arrastra a sus compañeros. ¿Qué es lo que en ese momento porta el autor del gol? ¿Sigue siendo un par? Más bien hay algo que lo excede, incluso a veces pareciera que el que hizo el gol evita el contacto. ¿Qué privilegiado partenaire está buscando? Y cuando, ya más calmo, acepta volver, ¿de dónde viene? Ensayemos algunas conjeturas.
En la realidad psíquica de las personas cualquier juego consta de tres instancias: el Uno, el Otro y un objeto que no se sabe a quién pertenece. No importa si en el efectivo evento lúdico hay una sola persona. En el fútbol, durante el trámite del partido estamos en la indeterminación, la pelota va y viene, no se sabe a quién pertenece. Y aunque los comentadores deportivos suelan decir: “Fulano se adueñó de la pelota” al describir ciertos pasajes en que predominó la habilidad o la sapiencia de algún jugador, siempre está abierta la puerta de la contingencia: un zapatazo afortunado puede cambiar toda la historia. Por eso, cuando se marca el gol, aparece la certeza. Por un momento el jugador se hace Uno y Otro. Es como si la pelota le hubiera cedido, por esos breves instantes en que dura el festejo, el lugar que concitaba el interés general. El goleador es uno con la pelota.
Se trata de un breve momento de locura, de éxtasis. En la delirante y enloquecida carrera del festejo, el goleador –que no cabe dentro de sí– tiene la pelota en el bolsillo, la busca con esos brazos extendidos hacia el Todo y sin embargo se escapa de ella, es una felicidad que duele más allá del principio de placer. Hasta que por fin –entre resignado y aliviado– acepta el abrazo de sus compañeros y, conforme retorna a su condición de par, cede el objeto con que reanudar el juego.
Se trata de un encuentro con lo Absoluto. Por algo los jugadores se persignan, practican genuflexiones, lloran, agradecen, besan medallitas, y hasta no falta quien muestra la estampa de su madre tatuada en el cuerpo (Pipi Romagnoli, cada vez que marca un gol en San Lorenzo). Por unos instantes, según refiere Freud respecto de la fiesta totémica, se suscita “el desencadenamiento de todas las pulsiones y la licencia de todas las satisfacciones”, incluso muchos jugadores se sacan la camiseta y hasta algunos se bajan los pantalones (como, más de una vez, el Titán Palermo).
* Psicoanalista. Integrante del dispositivo de hospital de día del Hospital Alvarez. Fragmento del trabajo “El gol”, en el que las ideas aquí expuestas se vinculan con el abordaje terapéutico de la esquizofrenia.
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