PSICOLOGíA
› SOBRE LA ETICA DE LA SALUD MENTAL, CON PARTICIPACION COMUNITARIA EN DEMOCRACIA
“El cerebro piensa mal”, quiso pensar el doctor
En la Argentina de hoy, según el autor de esta nota, “la relación entre dolor psíquico y condiciones de existencia se hace evidente” acentuando el conflicto con una psiquiatría “cuya ética es sólo el ejercicio de un poder”.
Por Emiliano Galende *
La reciente crisis en el país ha provocado respecto de la salud mental de la población dos consecuencias relacionadas. Como sabemos, se incrementó la exclusión social, vinculada con el crecimiento de la pobreza y la indigencia; aumentó la cantidad de ciudadanos que pasaron a vivir en condiciones de marginalidad social; el desempleo se asoció, como nunca antes, a la pérdida de identidad social; crecieron la violencia y la inseguridad. El lazo social en Argentina se ha convertido, por su deterioro notable, en tema central de la política y también de las acciones de salud mental. A su vez, el reordenamiento social que provocó la crisis y la exclusión social de muchos ciudadanos volcó sobre el sector público de salud una mayor demanda: cerca del sesenta por ciento de la población requiere atención en los servicios públicos de salud, muchos de ellos desempleados que perdieron su obra social o sectores medios que abandonaron los seguros privados. En salud mental este porcentaje es aún mayor, dada la escasa cobertura por obras sociales y seguros. De este modo, los servicios públicos recibieron una demanda de atención, no sólo mayor, sino también de características nuevas: violencia familiar, especialmente hacía mujeres y niños; adicciones, depresiones no vinculadas con duelos sino con el mero dolor de la existencia o de la pérdida de identidad; síndromes de ansiedad, insomnio, angustia. La relación entre dolor psíquico y condiciones de existencia se hizo evidente y obligó a los servicios a generar nuevas modalidades de atención.
Esta situación acentuó también una antigua oposición. Desde Salud Mental la reforma de los criterios de atención se basaban en premisas simples y racionales: lugar central de la palabra como medio terapéutico, el cuidado y restablecimiento del lazo social a través de estrategias de intervención de base comunitaria, la participación del paciente y su familia en el proceso de la cura o rehabilitación, el consentimiento del paciente para su tratamiento o decisiones de internación.
Por su parte, la psiquiatría tradicional, de base positivista, siempre había tratado de ignorar las condiciones de existencia vinculadas con el surgimiento de la enfermedad, del sufrimiento humano y la palabra como generadora no sólo de la expresión del dolor sino de las posibilidades de su reparación. Su ideal consistió, consiste, en objetivar en el cuerpo la causa del sufrimiento. Desde Kraepelin, con su modelo anatomoclínico (no ajeno a la abolición subjetiva de muchas vidas humanas en los manicomios), a los actuales ideales de la psiquiatría biológica, se reitera una misma confusión o engaño: no pensaríamos “con” el cerebro, la red neuronal y sus neurotransmisores, sino que “el cerebro piensa”, por lo cual si “piensa mal” (enfermedad) se debe a alteraciones de estos mecanismos biológicos. Está abierta así la puerta para el poder de decisión del médico, que supuestamente sabe de esa alteración.
En verdad se trata de dos éticas opuestas. La ética de Salud Mental está basada en la percepción sensible del otro, la capacidad de empatía y el lazo transferencial recíproco. El pensar del profesional de salud mental da cuenta en sus teorías y modos de comprender de esta sensibilidad y percepción basal; se trata de un pensar analítico que diferencia sin apartarse de esa dimensión humana totalizante. En su discurso expresa su teoría y experiencia personal, que nunca puede ser ajena a ese lazo social. Finalmente, en su práctica debe ser fiel a su sentir, su pensar y su decir teórico, es decir, debe actuar no orientado por una técnica y sus normas sino por esta coherencia que es su ética.
En cambio, la ética de la psiquiatría tradicional no es más que el ejercicio de un poder. No está basada en la percepción ni en el reconocimiento del lazo social sino en la objetivación del síntoma y la enfermedad; su pensamiento teórico, analítico, desemboca en una clasificación, toda la teoría psiquiátrica no va más allá de una nosografía; su discurso es el del amo, padre o juez, su diagnóstico es sentencia; su hacer es ejercicio de ese poder recubierto de un sabersupuesto sobre el sufrimiento del paciente (internación compulsiva, imposición de tratamiento, etcétera).
La crisis incrementó esta oposición entre los postulados y la ética de la Salud Mental y los de la psiquiatría positivista. La ética de la psiquiatría se emparienta y es funcional a los valores del mercado, tanto en la desvinculación empática del otro como en el afán de poder y ganancia. En la última década, asistimos a un avance de esta psiquiatría tradicional, ahora denominada biológica, lanzada a la captación de los sectores de mayor poder económico, mientras los servicios públicos, en general volcados a una atención más ligada a los criterios comunitarios de salud mental, se vieron desbordados por una problemática cuya dimensión social es innegable.
Es innegable que la utilización de las neurociencias por la industria farmacéutica –que logró expandir el consumo a límites insospechados– y por los psiquiatras, que resguardan sus negocios privados al amparo de esta nueva ciencia, constituye la expresión más clara de los valores del mercado en esta disciplina de la salud. Muchos colegas, algunos desesperados por el sufrimiento de la crisis y otros con la ilusión de participar de las ganancias, se volcaron a esta psiquiatría que apuesta a salvar su decaído prestigio al resguardo de la nueva ciencia.
Autogestión comunitaria
En el contexto de estos problemas y convocados por la Dirección de Salud Mental del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, la Dirección de Salud Mental Región Sanitaria VI, la Municipalidad de Lanús y la Universidad Nacional de Lanús, se realizó el sábado 23 de agosto una jornada-taller sobre dos temas: “La reforma en salud mental: posibilidades y obstáculos” y “Crisis-demanda y la expuesta de nuestros servicios”. Una verdadera vanguardia de profesionales de la salud mental, integrados a los servicios de la Región Sanitaria VI, debatió sobre las líneas de avance de las reformas de la atención en la provincia y las dificultades de las tareas de los servicios durante la crisis. En contraste con lo señalado arriba sobre las bases éticas de la psiquiatría asilar, estos colegas analizaron su compromiso con la comunidad, las estrategias de participación de los usuarios de los servicios y la comunidad en la atención de sus problemas de salud mental y cómo desde los conocimientos profesionalizados se ayuda a potenciar los recursos de salud propios de la población que consulta. Resultaba evidente el contraste entre los efectos de psiquiatrización de la pobreza que efectúa el hospital psiquiátrico y la ética de integración comunitaria que quita valoración psicopatológica a la desventaja social y a sus sufrimientos. Creo que el psicoanálisis, como apertura al saber del inconsciente y método de escucha, como posicionamiento en cuanto al poder de la palabra en transferencia, da esa potencia que es característica especial en la atención de la salud mental en Argentina, y que podría nombrar como capacidad de escuchar y valor de otorgar la palabra al saber del otro que sufre.
Ampliar la red de servicios de atención primaria con cobertura en salud mental, integrarlos a los cuidados generales de la salud, desarrollar redes comunitarias que participen en los cuidados de salud mental, integrando a usuarios, familias y organizaciones, ayudar solidariamente a la mayor participación y a la autogestión de esos cuidados por parte de la comunidad, junto con las propuestas de desinstitucionalización y reintegración social de los pacientes que permanecen en los hospitales psiquiátricos, fueron construyendo en el debate una agenda para la construcción de una política en salud mental que apunte al empoderamiento de la población para el cuidado de su salud mental, es decir, también, para afirmar sus derechos a condiciones de existencia dignas, de ciudadanía plena, de preservación de sus valores sociales y culturales.
De las jornadas quedó también el deseo de continuar el debate. Así como entendemos que la integración y participación de los usuarios en elproceso de su atención es esencial para la cura, también el consenso, la discusión franca de principios y posicionamientos de los profesionales en su quehacer concreto son esenciales para una sana política de salud mental.
* Coordinador del doctorado en Salud Mental de la Universidad Nacional de Lanús.
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