PSICOLOGíA › SOBRE UNA PELíCULA QUE DA QUE HABLAR
› Por Sergio Zabalza *
Relatos salvajes es una película que alberga sorprendentes desenlaces en cada uno de los seis relatos que la componen. Tanto es así que ya se ha vuelto costumbre preguntar “¿La viste?” antes de arruinar a nuestro interlocutor el goce que le espera al final de cada historia. No por nada se suele decir que el éxito cosechado estriba en la identificación que el film logra establecer entre el espectador y quien ejerce la brutal violencia que el título promete. Sin embargo, no es una ética complaciente la que anima la obra de Szifron. En efecto, los remates de las historias de este film precipitan algo más que una mera satisfacción narcisista. Quizá por eso preguntar “¿La viste?” constituya la prueba de que esta obra supo tocar algún resorte de la compleja subjetividad que, para bien o mal, nos alberga.
Porque es cierto que las imágenes muestran con crudeza las atrocidades a las que los diferentes protagonistas apelan para resarcirse, según los casos, de la traición, la estafa, el maltrato, la humillación o la infidelidad. Pero, a mi juicio, la clave de todo el film reside en el único relato que carece de imágenes con sangre, cuerpos desgarrados, ahorcamientos, explosiones o asesinatos. El único, también, cuya trama no se relaciona con la consumación de una venganza.
En efecto, la complicidad de un padre poderoso con un funcionario público –en otras palabras: la violencia institucional– es la metáfora que explica el horror y la desmesura que las demás historias muestran con imágenes. Salvo en este cuento que pone al desnudo la perversa y cínica violencia de quienes, por su investidura, deberían poner un corte a la salvaje escalada de agresiones, Relatos salvajes está compuesta por seres que, según los casos, están desesperados, cegados o desquiciados por su sed de justicia, pero que se hacen cargo de sus actos, hasta el punto de llegar a morir en su ley.
La puesta en evidencia de la articulación de un padre multimillonario con la burocracia judicial, para que todo siga igual, es el sorprendente final que interroga de lleno los oscuros enclaves del poder, en un colectivo que no cesa de hablar de esta película.
* Psicoanalista. Hospital Alvarez.
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