PSICOLOGíA › SOBRE LOS AVATARES DEL AMOR
› Por Luis Hornstein *
No hay una esencia humana. La subjetividad se va construyendo en las relaciones sociales. Estas son una combinatoria de constantes y cambiantes condiciones históricas con su patrimonio cultural específico. Sin embargo, quedan todavía psicoanalistas para los cuales lo humano se deriva de necesidades o instintos (postulados como primeras motivaciones psíquicas). Explícitas o implícitas, esas ideas implican la naturalización y eternización de formas históricamente transitorias de existencia de la subjetividad.
El análisis de los condicionamientos sociales sobre la historia individual aporta un esclarecimiento particular sobre los conflictos “personales”. Permite deslindar los elementos de una historia propia y los que comparte con aquellos que han vivido situaciones similares. Todos vivimos en un cóctel cuyos ingredientes son contradicciones sociales, psicológicas, culturales y familiares.
Beck dice que vivimos en una “sociedad de riesgo”. Cuando la incertidumbre se incrementa se hace imposible hasta imaginar el día de mañana. Han estallado las normas tradicionales y el individuo no sabe a qué atenerse. Se le exige ser exitoso en diversos planos: económico, estético, sexual, psicológico, profesional, social, etc. En un mundo fascinado por el éxito, el rendimiento y la excelencia, hay tensiones fuertes entre las metas y los logros. Si la persona se siente apta para el futuro, toma como desafío la búsqueda de nuevos objetivos, de nuevos proyectos. Si el futuro la asusta, se repliega a la nostalgia.
El sufrimiento es la experiencia de una persona enfrentada a la pérdida, al rechazo, a la decepción que le impone alguien significativo. El sufrimiento es una necesidad porque obliga a reconocer la diferencia entre realidad y fantasía. Y es un riesgo porque, si aumenta hasta lo insoportable, la persona puede retraerse de todo lo que la afecta.
Decretar vanos nuestros compromisos afectivos proponiendo la paz y la serenidad a los tumultos de la vida no se halla en el aislamiento. Entre la insípida calma y vida intensa, votamos por la vida intensa, con complicaciones, expuestos al azar. Por eso el amor, aunque sea fuente de las mayores alegrías, no se puede confundir con la felicidad, porque su espectro abarca una gama de sentimientos infinitamente más amplia; el éxtasis, la dependencia, el sacrificio, los celos. Es la experiencia que puede empujarnos al abismo o llevarnos a las más altas cumbres. El amor supone que aceptemos sufrir por y a causa del otro, de su indiferencia, su ingratitud o su crueldad.
Tener relaciones sin compromisos profundos, desarrollar cierta indiferencia afectiva, ése sería el perfil de Narciso. El miedo a la decepción traduce a nivel subjetivo lo que Lasch llama “la huida ante el sentimiento”. Si hay cool sex, si los celos y la posesividad están desprestigiados es para llegar a un estado de indiferencia, de desapego, para protegerse de las decepciones amorosas.
¿Qué es el amor? No siempre es beberse los vientos. A veces es cuidar que no nos barran los vientos. Construye un refugio, cuando pone barreras a la soledad devastadora. Amar es carecer, es aspirar a poseer, es sufrir si no se es amado, es depender del amor y la presencia del otro. ¿Pero qué querrá decir “poseer” al otro? En verdad, ¿nos adueñamos del otro? Los otros no son pasivos. Como lo sabe el que amó y no fue correspondido. Algunas personas se prestan a ser colonizados pero la mayoría exige reciprocidad.
Los celos implican miedo. Miedo a perder una relación o un lugar privilegiado o exclusivo. André Comte-Sponville señala: “El envidioso querría poseer lo que no tiene y otro posee; el celoso quiere poseer él solo lo que cree que le pertenece”. Los celos patológicos se basan en una concepción errónea de lo que es una relación afectiva. Parten de una concepción primitiva: amar consistiría en poseer y aceptar el amor de un celoso o celosa sería aceptar la sumisión a su enfermiza posesividad. Los celos acarrean siempre sufrimiento, provocan ansiedad por la anticipación de la pérdida. Los celosos nunca disfrutan de su alegría: se limitan a vigilarla. El celoso teme que sus cualidades no basten para retener a su pareja. De ahí la voluntad de examinar, intimidar y aprisionar.
Al principio del enamoramiento todo nos parece maravilloso en el otro: después se va marchitando. Se trata del mismo individuo, pero uno soñado, deseado, esperado, ausente..., y el otro presente. El uno brilla por su ausencia, el otro es mate por su presencia. Breve intensidad del enamoramiento, larga duración del amor (Hornstein, 2011).
Pero abordemos las parejas que se sienten relativamente felices. ¿Se quieren hoy más que ayer pero menos que mañana? No es lo frecuente. Continúan deseándose y su amor es placer más que pasión: han sabido transformar la locura amorosa de sus comienzos en gratitud, en lucidez, en confianza, en cierta felicidad de compartir. La ternura es una dimensión de su amor, pero no la única. Existe también la complicidad, el sentido del humor, la intimidad, el placer explorado y reexplorado; existen esas dos soledades cercanas, habitadas la una por la otra, existe esa familiaridad, existe ese silencio, existe esa apertura de ser dos, esa fragilidad de ser dos. Hace tiempo que renunciaron a ser sólo uno. Han pasado del amor loco al amor a secas y estaría errado quien viera esto sólo como una pérdida o como una banalización.
* Psicoanalista. Autor de Autoestima e identidad. Narcisismo y valores sociales y otros libros. Premio Konex de Platino 2006.
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