El autor traza el devenir histórico de la intimidad para reparar finalmente en los sentidos que adquiere lo íntimo en el consultorio. Y analiza las implicancias de la intrusión del smartphone en el interior de la sesión.
› Por Sergio Zabalza *
Con probabilidad no haya escena más pertinente para analizar la articulación entre lo íntimo, público y privado que la escritura. Se trata de una acción que en la inmensa mayoría de los casos se ejecuta a solas, en silencio, o por lo menos, con el ánimo concentrado, bien lejos de las distracciones que presentan las demandas cotidianas. Y sin embargo, nada más dispuesto a enfrentar al mundo que un papel con destino de publicación.
El poeta vuelca sus emociones en la obra, y tal como refiere Freud, exorciza los fantasmas que lo acechan con las palabras que cargan el peso de sus complejos reprimidos. Así, el poeta dice más de lo que sabe, hace del material privado de sus oscuros conflictos una intimidad dispuesta a ser compartida. Su arte ha sabido tramitar una muy singular amalgama entre lo que cede y lo que reserva, entre lo que pierde y lo que conserva. A fin de cuentas, la tarea más urgente, esencial y difícil en la experiencia de un ser hablante.
Entonces, lejos de reducirnos al coto imaginario del yo estaríamos homologando lo íntimo con el espacio de la enunciación, ese vacío que cava un lugar en el Otro, más allá de la efectiva y contingente publicación de un escrito. Algunos célebres ejemplos nos acompañan: qué más íntimo que el diario de Anna Frank, cuyas páginas vieron la luz muchos años después que la barbarie acabara con su autora. Lo mismo vale para los textos de Kafka, o de Pessoa, obras decisivas que llegaron a nuestro conocimiento gracias a la decisión del albacea Max Brod en el primer caso, y de una sólida valija en el segundo.
Por lo demás, sobran ejemplos de individuos que en las peores circunstancias conservaron su dignidad gracias al respiro que les brindó su escritura: sea el caso del historiador Marc Bloch –cuyos Annales fueron redactados en cautiverio–, o del poeta Mauricio Rosencof preso durante la última dictadura uruguaya. Pero esto no siempre fue así. Según parece la intimidad tiene un inicio y un recorrido de acuerdo a las distintas y caprichosas modalidades con que la tragedia acompaña la experiencia humana.
La tyché
Edipo inaugura un espacio inédito de enunciación. Por primera vez el héroe trágico cuestiona lo que el destino le ha deparado. No en vano, Lacan critica la traducción que redujo el diálogo del héroe con el coro a un “Mejor no haber nacido”. Sostiene que, en su lugar, corresponde “Mejor no haber nacido tal”2, variante que indica el rastro del sujeto en la frase. Otro tanto ocurre con el cogito que terminó con el cerrado orden religioso de la Edad Media. Esa duda que encuentra su trágica resonancia en el Hamlet de Shakespeare: ser o no ser.
Leandro Pinkler advierte que esta brecha indeleble cuyo trazo abre el Edipo no descansa en la oposición de índole cristiana libertad/ destino, sino en la tyché. Concepto que “significa más bien la total indeterminación, el hecho de que a cada cual le puede pasar cualquier cosa”3: Esta sujeción a la fortuna –la contingencia– es la que hace de la tyché un precioso concepto para la práctica analítica. Solidario con esta posición Jean Pierre Vernant observa: “Los poetas líricos confieren a esa parte, en nosotros indecisa y secreta, de lo íntimo, de la subjetividad personal, una forma verbal precisa, una consistencia más firme”. Y como ejemplo este autor cita un verso de Safo, poetisa griega: “A mi entender, la cosa más bella del mundo es, para cada cual, aquella de la que está prendado”4.
Dicho sea de paso, una vez más queda demostrado por qué el psicoanálisis aprende del arte. Milenios después de que la poetisa cantara por los intrigantes meandros de Lesbos, Lacan explica por qué la intimidad está en el campo del Otro: “amo en ti algo más que tú”5, el objeto a del cual uno está prendado. Esta conjunción del arte con lo íntimo encuentra otros entusiastas seguidores. Por ejemplo, Gerard Wacjman expresa:
“Basada en un nacimiento histórico de lo íntimo, mi hipótesis defiende el hecho de que él mismo toma cuerpo en un ámbito a priori inesperado, ni en el derecho, donde surge por ejemplo la idea de ‘lo privado’, ni en la filosofía, sino en el arte. Lo he evocado como algo de esencia arquitectónica; sin embargo, no es ése el ámbito donde lo íntimo fue concebido y pensado. Fue en la pintura, y tuvo lugar en el Renacimiento, de golpe: Lo íntimo surgió con el nacimiento del cuadro moderno, definido por Alberti como ‘ventana abierta’. Confiriéndole a ese hecho la mayor magnitud posible, en mi opinión el cuadro moderno habría, en un mismo gesto, instaurado la idea cartesiana de que el hombre tiene en adelante derecho de mirada sobre el mundo, con Dios, y definió lo íntimo como ese lugar en el mundo donde el hombre puede estar separado del mundo, desde donde, por la ventana, en secreto, lo puede contemplar y donde, ajeno a toda mirada, puede mirarse él mismo”6.
La intimidad de los sueños en público
Hannah Arendt, por su parte, opina que el espacio de la intimidad sobreviene con el cristianismo: “No coincidimos con los griegos en que la vida pasada en retraimiento con “uno mismo” (idios) al margen del mundo es “necia” por definición, ni con los romanos para quienes dicho retraimiento sólo era un refugio temporal de su actividad en la res pública; en la actualidad llamamos privada a una esfera de intimidad cuyo comienzo puede rastrearse en los últimos romanos, apenas en algún período de la antigüedad griega, y cuya peculiar multiplicidad y variedad era desconocida en cualquier período anterior a la Edad Media”.7
De hecho en sus Confesiones San Agustín expresa: “porque tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más sumo mío”8. Cuenta Juan Forn que: “A Nietzsche le fascinaba la historia de cuando San Agustín conoció a San Ambrosio, el hombre que lo convertiría al cristianismo: Agustín llegó al claustro de Ambrosio en Milán, lo descubrió leyendo silenciosamente para sí mismo y quedó asombradísimo de que no necesitara leer en voz alta para entender. Tanto los griegos como los romanos preferían que un esclavo les leyera, a leer ellos mismos: para entender era más fácil escuchar. Para Ambrosio, en cambio, leer era un acto de introspección, solitario, meditativo. Dicen que fue ahí que Agustín tuvo la iluminación de preguntarse cómo sería escribir tal como leía Ambrosio, con ese recogimiento, ido del mundo, y supo de golpe que así sería posible escribir cosas que nadie se atrevería jamás a dictarle a un escriba (por ejemplo ese extraordinario pedido que le hará a Dios: ‘Oh, señor, dame castidad, pero no todavía’)”9.
Inevitable considerar entonces que el tono empleado por este filósofo que en el siglo V habló del oscuro objeto del deseo, sintoniza la misma cuerda con que el inconciente adquirió carta de ciudadanía en el mundo. En efecto, fue el tono intimista de la escritura freudiana el que extendió el pasaporte para que los sueños advinieran como objeto de estudio en los albores del siglo XX. Matiz que quizás no hubiera sido posible sin la influencia de la novela romántica, la impronta de Rousseau y la marca indeleble que dejó Montaigne -guía eterno, según Lacan- cuando en su texto nos advierte: “yo mismo soy el contenido de mi libro”.10
Se hace tentador considerar que de la misma forma que la intimidad les arranca espacios a los dioses en distintos momentos de la experiencia humana, así también lo que un sujeto escribe en su análisis le gana territorios a la pulsión que lo somete. No en vano, el mandato ético freudiano reza: “donde era el ello debe advenir el yo”.
De allí que el relato que se brinda en el dispositivo del pase creado por Lacan transita este recorrido marcado por una intimidad que hace de lo privado una oportunidad para el testimonio público. Quizás un intento similar al que el presidente Schreber emprendió con la redacción de sus Memorias de un neurópata11: a saber: poner una distancia respecto del Otro gozador, verdugo privado si los hay.
Ese afuera que no es un no adentro
Siguiendo con nuestro breve excurso entre escritura e intimidad; si en la Antigüedad clásica el prestigio de la polis hacía que lo privado quedara reducido a una mera dimensión biológica y animal, el advenimiento del capitalismo hizo del individuo propietario el centro de una cosmovisión bien diferente. De esta manera, la intimidad quedó encerrada en el ámbito privado de la familia pequeño burguesa, escindida de lo público. Espasmo narcisista que las almas bellas confirman cada vez que, en nombre de huecos y asépticos ideales, critican la política o desestiman los emprendimientos comunitarios.
Porque tan cierto es que no hay intimidad sin política como que no hay análisis sin escritura. Hoy el exabrupto de lo privado en el ciberespacio amenaza con abolir ese espacio de intimidad que hace de la sustracción subjetiva la morada esencial de la palabra. De esta manera lo público pierde volumen, no hay pliegue que albergue lo interior en el abierto.
“...ese afuera que no es un no adentro”12 del que habla Lacan se achata conforme los semblantes se reducen a la mera oquedad de la imagen: sujetos emplazados –presentados– en fotos que no arman relatos, usuarios que aplastan el nombre, voces que no tienen sombra, miradas que no conocen el silencio, amores que no hacen historias. Investiguemos este embrollo en el que nos toca transitar nuestra experiencia.
Sabido es que el consultorio de un analista conforma un espacio reservado en el que una persona puede expresar pensamientos, preocupaciones o decires sin temor a ser juzgado o denunciado. Por otra parte, la escucha y la abstinencia del terapeuta propicia una pausa, un corte, respecto a las demandas imaginarias o concretas que un paciente soporta a diario. Es inevitable asociar entonces las verdades que expresa un sujeto en su sesión con la intimidad que brinda el espacio analítico.
La dicho-mansión
Ahora bien, sucede que bajo las condiciones referidas, el analista maniobra para que el paciente se haga responsable de sus dichos y así revise su posición ante los problemas y conflictos que lo hacen sufrir. De esta forma, la intimidad que aflora en la sesión está más bien reservada a la relación del sujeto con sus propios dichos, y no tanto con la persona del analista. Es que, si bien se puede experimentar gran alivio cuando se le cuenta algo al terapeuta, el psicoanálisis no es una práctica de la confesión.
En el dispositivo analítico, la verdad –entendida como la correspondencia entre las palabras y los hechos– ocupa tan solo un lugar en el discurso. Porque de lo que se trata es de ubicar desde qué posición alguien dice lo que dice o miente lo que miente. Por algo Freud señalaba que: “En el sentido de un síntoma conjugamos dos cosas: su ‘desde dónde’ y su ‘hacia dónde’ o ‘para qué’”.13
En efecto, el lugar en el que un sujeto elige ubicarse en sus dichos revela su posición ante el Otro que lo determina, somete o apaña: ésta –y no otra– es la intimidad que un dispositivo analítico requiere para desarrollar su práctica. Lacan eligió un nombre para designar ese espacio, a veces casi imperceptible: dichomansión14, neologismo cuya traducción al francés –ditmension– hace homofonía con mentira y con dimensión.
El nombre es lo suficientemente gráfico para trasuntar que, entre otras posibles resonancias, se trata del espacio que aloja la enunciación (un hiato que no se rige por las dos coordenadas cartesianas ni por las tres dimensiones que ocupa el soma). Por ejemplo, cuando una persona que vive sola dice: mi casa, para referirse al departamento donde viven sus padres, insinúa una verdad más allá de la mera correspondencia entre la palabra y los hechos. De allí que cobre sentido aquella sentencia del filósofo Montaigne según la cual “La mayor parte de los motivos de las perturbaciones del mundo son gramaticales”.15
Luego, muchos lapsus, fallidos o padecimientos revelan una muy singular verdad a la luz de este alojamiento que un sujeto hace de sus dichos en el espacio del consultorio: olvido de objetos; envío de mensajes equivocados –que suelen ser acertados–; sueños que involucran a la persona del analista; en definitiva: toda formación del inconciente testimonia de alguna manera esa singular intimidad desde la cual un sujeto sostiene su posición en la vida.
De esta manera, la verdad en el discurso está al servicio de enmascarar la posición del sujeto. Por ejemplo, la oblatividad que distingue al obsesivo hará que su dificultad para recibir dones del Otro –de su pareja, por caso– se disfrace con los oropeles de la equidad y la justicia. Otro tanto ocurre con la histérica que –urgida por la verdad– revisa el celular de su pareja para así encontrar el dato que la alivie de sus propios deseos de infidelidad.
Por algo Lacan expresa que: “La verdad es la dichomansión, la mansión del dicho”16 frase que tanto admite la versión de la verdad como correspondencia entre la palabra y los hechos, o la verdad como des-ocultamiento de la posición del sujeto17. La intimidad de un tratamiento analítico –su verdad– se aloja en la dicho-mansión
Puertas
Esta intimidad, que a nivel imaginario ilustramos con una casa o una mansión, encuentra su traza simbólica muy temprano en la enseñanza de Lacan. “La puerta es el símbolo por excelencia”18 formula en 1955, y agrega: “Una puerta no es algo, les ruego que lo piensen, totalmente real. Considerarla así llevaría a extraños malentendidos. Si observan una puerta y concluyen que produce corrientes de aire, se la llevarán al desierto bajo el brazo, para refrescarse”19.
Está claro entonces que la mansión de la intimidad está hecha de palabras y que la alternancia entre aperturas y cierres de la puerta sostiene la razón de ser de las paredes; si bien, cuando de sujeto de la palabra hablamos, nunca sabemos cuál es el afuera y el adentro que aloja la intimidad. De hecho, la intimidad puede encontrarse en medio de una muchedumbre dice Gerard Wacjman en “Las fronteras de lo íntimo”20. Cuestión que explica por qué el psicoanálisis es una práctica discursiva y no un mero tratamiento terapéutico alojado entre las cuatro paredes de un consultorio.
Apertura y cierre, evocan en su alternancia la posición del analista, quien según Lacan, se ubica en el litoral entre centro y ausencia, entre saber y goce. Sutil ubicuidad cuyo arte emplea el saber que le supone el sujeto sólo para que éste, al interrogar por su gozosa adherencia al síntoma, encuentre él mismo la posición desde la cual formula su padeciente queja.
En su trabajo titulado Capitalismo y Sombra, Claudia Lorenzetti21 formula que las intervenciones del analista sostienen un velo de intimidad cuyo ritmo de aperturas y cierres dibuja una suerte de estética de la intervención. De esta manera es el pudor –la única virtud, según Lacan22–, lo que habilita el advenimiento de una palabra plena en el sujeto. Es que confesar una verdad de ninguna manera garantiza alivio, cambio de posición, o efecto analítico alguno. De lo que se trata es desde qué posición un sujeto escucha su propio decir.
Así suele ocurrir que una persona registra por primera vez una frase repetida durante años en el tratamiento. Por ejemplo, no hace mucho, una paciente comentó su sorpresa al percatarse de su sempiterna y obstinada tendencia por intentar solucionar los problemas del Otro. Vale tanto entonces señalar el hallazgo del sujeto como la paciente urgencia del practicante que propició esta elucidación. El analista participa de la escritura con el corte dice Lacan en Momento de concluir:23 así, lo íntimo queda a cargo del sujeto, tras la puerta del consultorio, cuyo interior no sabemos de qué lado está.
La intrusión del ciberespacio
Para ilustrar la fina topología que constituye el lazo social, Lacan habla de “un afuera que no es un no adentro”24. Otra manera de expresar que lo más íntimo de un sujeto está afuera. Por eso inventó el neologismo extimidad25 que designa la ausencia que, al habitarnos, causa el deseo.
Ahora bien, la conectividad amenaza subvertir las coordenadas topológicas con las que se conforma el espacio de la intimidad en el consultorio. Hoy, por momentos, lo más íntimo está adentro: el smartphone es un intruso en el interior de la sesión. Hasta no hace mucho tiempo el relato ponía en palabras los significantes que someten al sujeto, ahora el ciberespacio se encarga de presentificar la demanda del Otro en la mismísima sesión.
Por ejemplo, sujetos que ingresan en el consultorio para mostrar las fotos que la novia sube al Face o los contactos que ella le ordena eliminar. Alguien podría decir que lo mismo da una carta o una foto que un celular con un mensaje o una imagen en la pantalla. Pero sucede que la demanda es en tiempo real, o sea: la irrupción de llamadas en plena sesión o incluso pacientes que extienden el teléfono al analista para que éste hable con el partenaire.
Esta presencia del objeto en el interior de la sesión produce algo así como un efecto siniestro, ese fenómeno estético que Freud describió en su texto homónimo. A esta intromisión ominosa corresponde entonces responder con una estética muy diferente. Se trata de restituir la intimidad por medio de convocar al sujeto de la palabra, la apertura y cierre que propicia el pudor. Un colega, cuyo paciente eligió responder una llamada y sostener una conversación en pleno diván, cortó la sesión no bien el sujeto se disponía a retomar su discurso. Lo más probable es que, para este paciente, la sesión comenzó una vez que la puerta del consultorio se cerró detrás de él.
Es que el acto analítico se distingue por causar al sujeto en un trabajo de cuestionamiento del síntoma. Toda intervención se orienta por dos preguntas: ¿qué es esto para usted? y ¿para qué trae esto a su sesión? Apenas esto (la situación, los mensajes, el llamado, etc;) se interroga mediante gestos o palabras, la puerta se abre para ofrecer que el intruso recobre su condición exterior: así se restituye la extimidad.
Pero esta maniobra no es sin la angustia del sujeto. Tal como refiere Lacan en su conferencia sobre el discurso capitalista26, estos objetos son los gadgets con que la tecnología intenta suturar la angustia de la carencia en ser. Según los casos, el resultado es el impudor, la violencia, las impulsiones y toda la gradación diagnóstica que distingue a los días en que nos toca vivir. Se trata, entonces, de oponer una estética al servicio de la ética del deseo. La amenaza que se cierne sobre la intimidad no consiste en mostrar un culo en Internet, sino en el derrumbe de la dicho-mansión.
* Psicoananlista. Hospital Alvarez.
1 El título hace referencia al neologismo dicho-mansión con el que Lacan designa el “espacio habitado por el ser hablante”. Jacques Lacan, El Seminario: Libro 21, Los no incautos yerran, clase 1 del 13 de noviembre de 1973. Inédito
2 Jacques Lacan, El Seminario: Libro 3, Las Psicosis, clase 5 del
3 Leandro Pinkler, op. cit. p. 84.
4 Jean Pierre Vernant, El individuo en la ciudad, Barcelona, Paidós, 2001, pág 34
5 Jacques Lacan, El Seminario: libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.
6 Gerard Wacjman, Las fronteras de lo íntimo en http://www.colpsicoanalisismadrid.com/dtextos_files/Gerard%20Wajcman.doc
7 Hannah Arendt, La condición humana, Barcelona, Paidós, 2005, p. 48.
8 San Agustín, Confesiones, III, 6, 11, Bs. As., Lumen, 1999, página 59.
9 Juan Forn, La Paradoja de mi tribu http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/1323148120131018.html
10 Michel de Montaigne, Ensayos, Océano, Barcelona, 1999, Prólogo: El autor al lector, pag 3.
11 Schreber.
12 Jacques Lacan, El Seminario: Libro 22, RSI, clase del 14 de enero de 1975. Inédito.
13 Sigmund Freud, Conferencia 18 , “La fijación al trauma, lo inconciente”, en Obras Completas, A. E. tomo XVI, p 260.
14 Jacques Lacan, El Seminario: Libro 20, Aún, Buenos Aires, Paidós, 1999, p. 129.
15 Michel Montaigne, Ensayos, Barcelona, Océano, 1999. Cita del autor extractada del estudio preliminar de Ezequiel Martínez Estrada, pag. LXXVIII
16 Jacques Lacan, El Seminario: Libro 20, op. cit. p. 130.
17 Nietzsche propuso esta perspectiva de la verdad en tanto apertura, que luego Heidegger designó con el nombre griego Aletheia
18 Jacques Lacan, El Seminario: Libro 2, El yo en la teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós, p. 446.
19 Jacques Lacan, El Seminario: Libro 2, op. cit., p. 444.
20 Gerard Wacjman, “Las fronteras de lo íntimo” en revista El Caldero N 19. Accesible en: http://www.colpsicoanalisismadrid.com/dtextos_files/Gerard%20Wajcman.doc
21 Claudia Lorenzetti es psicoanalista e integra el equipo de Adultos vespertino del Centro de Salud N 3, “Dr Arturo Ameghino”
22 Jacques Lacan, El Seminario: Libro 21, Los no incautos yerran, clase 9 del 12 de marzo de 1974. Inédito.
23 Jacques Lacan, El Seminario: Libro 25, Momento de concluir, clase 3 del 20 de diciembre de 1977. Inédito.
24 Jacques Lacan, El Seminario: Libro 22, RSI, clase del 14 de enero de 1975. Inédito.
25 Jacques Lacan, El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1998, p. 171.
26 Conferencia dictada el 12 de mayo de 1972 en la Universita Degli Studio Milano de Milán.
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