Jue 11.12.2003

PSICOLOGíA  › EL “ENCARNIZAMIENTO MEDICO” Y LA EXCLUSION DEL PACIENTE COMO SUJETO DE LA SALUD

“Si fuese mi hija, yo le haría el vaciamiento”

El autor cita ejemplos impresionantes para examinar los graves efectos de modalidades médicas como “la exclusión del sujeto”, “desoír la palabra del enfermo” y los excesos cometidos en nombre de la ciencia, y señala el valor de la noción de “encarnizamiento médico”.

Por Juan J. Criscaut *

Recordemos algunas de las dificultades que ocurren en la práctica médica. Sabemos de los trastornos que el propio médico produce por error, imprudencia, ignorancia, o sea, los efectos nocivos causados por la actuación médica: la iatrogenia. También es habitual la exclusión del sujeto, derivada del dedicarse a la dolencia, haciendo abstracción de todo otro componente. Esta modalidad de acción puede crear serios inconvenientes, pues desoír la palabra del enfermo puede llevar incluso a la mala praxis: escuchar es correlativo de una buena semiología médica.
También, en forma creciente, se observan efectos deletéreos provocados por la incidencia de los adelantos técnico-científicos sobre la asistencia médica. Se daña por excederse en la prescripción; casi como una “iatrogenia en más”. Y, en la actualidad, para el médico va quedando muy poco lugar como sujeto. Finalmente, no dejemos de mencionar que en hospitales públicos se llega directamente al abandono del paciente, en casos lindantes con la cuestión de los derechos humanos.
Tomemos un ejemplo de otro campo asistencial. Un paciente odontológico dice: “Cuando el dentista está perforándome un diente, parece que no va a parar, que tiene cierta fruición en lo que hace, y yo imagino mi propia cara de terror; pero en cuanto yo emito algún signo de dolor, un simple ‘¡ay...!’, se detiene y me pregunta: ‘¿Le dolió?’”. Cuando el cuerpo real hace su registro en el orden simbólico, produce un sujeto dividido, en este caso el dentista: y esa división impide que se llegue a encarnar una voluntad de goce.
Los semiólogos han estudiado que, en los dibujos animados, las modificaciones del cuerpo –aplastamiento, estiramientos, rupturas, fraccionamiento– producen risa y no horror: esto se debe, explican, a que no hay ni derramamiento de sangre ni imágenes del interior del cuerpo; las vísceras no están expuestas. Además, hay inmediata restitución al estado anterior. La conclusión es que siempre se mantiene la unidad de las imágenes, incluso cuando hay fragmentación en pequeñas partes (Oscar Traversa, “El cine de animación: cuerpo y relato”, en Revista argentina de semiótica, Nº 4, 1980).
Hay que seguir investigando qué es lo que fractura y qué es lo que mantiene, en el actuar médico esa unidad de la imagen, sin que lo horrorice o lo angustie. Es un punto de interés mutuo.
Veamos unos ejemplos de médicos que actúan y hablan sin cuestionarse.
u Un joven de 17 años fue operado sorpresivamente, pese a que los médicos le habían prometido a la madre esperar a que ella regresara de un viaje; en el quirófano, sufrió un paro cardíaco; se recuperó, pero quedó con un mutismo histérico. Cuando recuperó el habla, contó que había pensado que no saldría más de ese mutismo. El padre había muerto en una operación. Indagado el cirujano responsable, dice: “Si yo hablo, no puedo cortar, y mi misión es cortar”. Este cirujano tiene un hijo autista, que no habla.
u Un grupo de médicos le sacaba a un paciente fotos de una lesión en la pierna, con destino a una presentación que luego fue premiada. Mientras tomaban las fotos, discutían en presencia del paciente sobre si era o no pertinente amputar la pierna. Cuando se les preguntó si habían pensado en incluir lo psicológico en su trabajo, contestaron: “¡Ah no, eso es otra cosa!”. El sujeto y su sufrimiento es otra cosa, que no entra en el estudio científico-médico.
u En un ateneo ginecológico se discutían dos posturas sobre qué conducta quirúrgica a tomar con una paciente de 15 años con cáncer de útero: vaciamiento radical y consi- guiente ano contra natura o sólo resección de la masa tumoral y luego radio y quimioterapia. Un médico argumenta: “Si fuese mi hija, yo le hago el vaciamiento total”: en el caso de pensar con su propia subjetividad insistiría en la máxima amputación, paradigma de sujeción al pie de la letra a las sugerencias nacidas de la estadística. Esto es lo que a veces puede confundirse con “una decisión médica”.
u Un caso de los periódicos: un chico es internado para ser operado de hernia inguinal. Es llevado al quirófano pero... ¡lo operan de las amígdalas! Cuando la madre advierte el error y reclama, le contestan: “Está bien señora, tranquilícese, enseguida lo vamos a operar de la hernia”. Y así se hizo.
Recapitulemos este discurso: “Si yo hablo, no puedo cortar”; “Eso es otra cosa”; “Si fuese mi hija, yo hago un vaciamiento”; “No se preocupe que enseguida lo operamos otra vez”. Frases del drama cotidiano de profesionales enajenados en una práctica maniqueísta.
Pero también entre los médicos puede verificarse lo opuesto. Hay un significante que viene recorriendo la literatura médica y los textos de bioética: “encarnizamiento médico”. Corresponde a un saber surgido de la propia experiencia del médico que, al encontrar un término e inscribirlo en su discurso cotidiano, en las reuniones científicas y en la literatura médica, obtiene un nuevo orden simbólico del cual deriva un alerta sobre su propio actuar.
En la interconsulta médico-psicológica, el médico no es nuestro paciente: la experiencia indica que no hay que introducirle forzadamente términos y conceptos que aún no está en condiciones de incorporar a su haber conceptual y simbólico. Es como la interpretación fuera de tiempo: no da en la tecla.
Pero sí hay que estar atento a escuchar, en el propio discurso médico, la emergencia de cuestiones, preocupaciones, críticas, nuevas ideas; las que abren nuevos capítulos y amplían el espectro de posibilidades de reflexión dentro de la propia medicina.
Ya hace unos años, el médico Carlos Guillermo del Bosco (en “Dilemas de la terapia intensiva. Los médicos y la muerte”, que apareció en Página/12, Suplemento Futuro, el 27 de agosto de 1994), advirtió situaciones “en las que enfermos que están más allá de cualquier posibilidad de curación, persisten internados, sometidos a procedimientos dolorosos, en soledad, alejados de sus seres queridos, sin poder hablar, intubados o traqueotomizados, con su sueño interrumpido y su privacidad violentada. Todo esto, sólo para morir pocos días después, luego de una agonía que creo no ha sido todavía reconocida en toda su crueldad por la cultura médica y por la sociedad en general”. Y se refirió al “encarnizamiento médico”, que “tiene dificultad para identificar ese punto más allá del cual la enfermedad ya no tiene cura. Responde de manera elemental, aplicando más de aquello que más domina, la tecnología, y la transforma en amo omnipotente”.
En el encarnizamiento veo dos caras: una que fácilmente traducimos como goce, un goce desconocido (a veces, no tanto), por el cual el médico actúa llevado por un mandato que va perdiendo sentido en su fin asistencial y empieza a teñirse de superyó; la otra cara se produce por un automaton tecnico-científico, una robotización de la función: el médico es un engranaje más en la aplicación de tratamientos, estudios, reanimaciones, insistencia en la lucha contra la muerte, el empecinamiento sin razón.
Pero, si de empecinamiento se trata, el médico puede tener siempre presente la recomendación de la pregunta por los “por qué”.
En el mismo artículo, Del Bosco recuerda el mito de Asclepio, quien “utilizó la sangre de la Medusa para volver a la vida a los muertos. Generó así la ira de Zeus, que lo fulminó con un rayo por la soberbia de violentar el orden natural: el rayo con que Zeus fulminó a Asclepio es la barra del Rp/ y debe recordarnos que hay cosas que no debemos ni podemos hacer”. La idea de no traspasar la barra, la barra del Rp/ –el “recétece”, en las prescripciones– es una maravillosa alegoría de la interdicción, de un límite fundante que no debe traspasarse.

* Extractado del trabajo “Interconsulta y encarnizamiento médico”, publicado en El Caldero de la Escuela, Nº 38, de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL).

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