Jue 25.02.2016

PSICOLOGíA  › UN CUENTO DE VERANO

Forros

› Por César Hazaki *

Era una de esas noches de calor insoportable, media ciudad estaba a oscuras por los cortes de luz, llamó a su ex mujer y volvieron a discutir sobre las conductas de la única hija que tenían. La madre alertaba sobre las conductas sexuales de la misma y le exigía tomar cartas en el asunto. Abrumado por los reproches, a la noche siguiente espió el Facebook de su hija menor. La muchacha, angelical, les preguntaba a sus amigas si es cierto que los senegaleses portan una medida descomunal. Una de ellas se lo confirmaba: “Llevá preservativos extra large, ponéselo doble, te lo digo por experiencia. ¡Ojo que te la tenés que bancar!” Otra agregaba: “¡Boluda, después contá!” Una tercera: “¡Queremos una selfie de ese monumento africano!”

El psicoanalista de niños se puteó por ser tan forro. Pasó la noche atormentado. Tuvo una pesadilla donde su hija estaba embarazada de seis meses y desesperada le pedía ayuda. Su ex lo increpaba diciéndole que ni siquiera servía para enseñarle a su hija a usar un preservativo. El día siguiente fue fatal. Llegó angustiado y cansado al consultorio, para colmo era otro de esos días de intenso calor donde no andaba el ascensor por la falta de electricidad. En cada sesión lo bailaban de lo lindo. Un pibe jugando al Scrabel le bajó tres veces las siete letras juntas y usando los “triplica puntos palabras”. Después daba una vuelta olímpica a su alrededor gritando: “¡Dale campeón! ¡Dale campeón!”.

Otro jugando con títeres, hijo de un boxeador que había mordido a su rival en combate, sorpresivamente le metió un par de piñas. No vio venir los mandobles y se los comió de lleno en la cara, mientras el niño decía: “Así tendría que haber hecho mi papá”. El tercero, al que le era imposible quedarse quieto, en la hora de la siesta lo hacía subir y bajar escaleras para jugar a las escondidas.

Un cuarto pibe, obsesionado con el nacimiento de su hermana, estaba realizando en una cartulina enorme un diccionario donde iba poniendo en diversos idiomas las maneras de decir forro, preservativo, condón. Es que había escuchado una riña entre sus padres donde se repetían que la niña era producto de un descuido en el uso del forro. Mientras estaba con el obsesivo enciclopedista se sentía como Brasil frente a Alemania en el último Mundial de Fútbol. Demasiado para un viernes a la tarde. Sólo lo consolaba la cita que tendría a la noche.

Se había comprometido a ir a cenar un bife con papas soufflés a un famoso restaurante. Se iba a encontrar allí con una turista cordobesa que había contactado hacía un tiempo en un portal de ligue. Tenía la expectativa, si la cosa funcionaba bien, de pasar sus vacaciones en Córdoba con esta interesante mujer que le despertaba ardientes pasiones por Internet. Ya en el lugar, Eduardo, su mozo de tantos años, le preparó una mesa alejada de la multitud. Apenas llegado, se presentó puntual la elegante señora que dejaba ver generosamente sus prominentes senos. La noche pintaba bien.

Eduardo entendió perfectamente que era un primer encuentro y se dispuso a colaborar con el levante en curso. Trajo un buen malbec y comenzó a servir.

–En este restaurante y con esta compañía, señora, comerá muy bien y seguramente tendrá una velada agradable.

La mujer sonrió y al levantar la copa le dijo al mozo:

–Nunca cené con un porteño, veremos si son tan buenos gourmets como se comenta.

La mujer iba a fondo y sin vueltas. Cruzaron miradas que prometían una noche excitante y larga. Como los dos tenían ganas de aventuras no percibieron que cerca de ellos había llamativas corridas y en tropel hacia la escondida zona donde están los baños.

La cordobesa, encantada con las papas soufflés mientras lo miraba a los ojos, le decía:

–Soy muy, muy glotona. Cuando algo me gusta, me gusta mucho y tengo que llegar hasta el final. No puedo parar y no me gusta nada que me detengan. Es una cuestión política, de política de la ganas. Si interfieren con ellas nada bueno se puede esperar, no hay que dejarse forrear.

Cuando él iba a responder, del baño surgieron estridentes gritos que rompieron el encanto que los había envuelto. Demudado y presuroso, vieron venir a Eduardo.

–No sabemos qué hacer. Una niña de siete años se encerró en el baño y amenaza con inundar todo. Necesitamos su colaboración.

Puteando, se levantó, no podía creer que estuviese envuelto en una forreada así. El psicoanalista se disculpó con su dama y salió hacia el baño. La madre de la niña le hizo una síntesis.

–Mire, son tres chicas muy unidas, dos hermanas, Macarena, de siete años, y Candela, de diez, la otra es Lara, la prima de trece. Fueron las tres juntas al baño. Candela observó la máquina que expende forros y consultó con su prima mayor. Esta le dijo de qué se trataba. Pero la más pequeña pescó el cuchicheo entre las mayores y quiso averiguar qué salía de maquinita. Nerviosas, las más grandes no supieron cómo responder la insidiosa pregunta. Primero se hicieron las tontas, luego dieron rodeos y respuestas evasivas. La chiquita se dio cuenta de que hay algo prohibido había detrás de tanto palabrerío y se rebeló: “Si no me dicen qué sale de esa máquina, no salgo del baño”. En resumen, nadie la ha podido sacar y ya está tapando el inodoro con papel. Macarena es muy tozuda, difícil de parar y mucho más si no le explican lo que pregunta.

Mientras el psicoanalista de niños escuchaba a la atribulada madre, alrededor de ellos se iba formando un grupo cada vez más grande de curiosos que opinaban y comentaban. Un señor ofrece una tablet para que se la acerquen a la niña y que vea en Wikipedia cómo funciona y cómo se coloca un forro.

–Tal vez es la hora de la verdad para esta chica –agrega.

Una señora pregunta si la niña tomó la comunión, que eso podría protegerla del pecado. Un jovencito filma con su celular y le dice a su padre que todo lo que está ocurriendo hay que subirlo a YouTube. Un barbudo sesentista exclama vehementemente que esto pasa porque no se da educación sexual en las escuelas. Una abuela indignada se lamenta diciendo: “Así son los padres de hoy, dejan los hijos a la buena de dios y después ocurre lo que ocurre”. Desde una mesa cercana una señora pide una ambulancia.

La marea humana va llevando al psicoanalista de niños y a la mamá a entrar al baño; mientras los empujan le van brindando pareceres y observaciones. Mientras era empujado al baño, sin tener la menor idea de cómo se podía resolver la situación, divisó que la bella cordobesa hacía bolitas de miga de pan sin parar y con una monumental cara de orto.

Pasada una hora de arduas negociaciones, logran que la niña deponga su actitud. Pensado en volver lo más rápido posible a la mesa donde la cordobesa lo espera, se encontró con un hecho inesperado, grande fue la sorpresa dado que la situación se había viralizado por Youtube. Una masa compacta de curiosos y periodistas estalló en vivas y aplausos. Además pedían que se levantara a la niña para que todos vieran que estaba sana y salva. Los recibían como si hubieran arrancado a la chica de las manos de un violador, o rescatado a un montañista perdido desde hacía días en el Aconcagua.

El se quitó de encima micrófonos, cámaras y palmadas de felicitaciones. Fue presuroso hacia la mesa para reiniciar su diálogo amoroso con la cordobesa. Lo esperaba en ella una pirámide realizada con miguitas de pan y unas papas soufflés heladas y desinfladas. Eduardo se acercó con cara compungida y le entregó una misiva escrita en una servilleta de papel. Ilusionado con la posible idea de ir a buscarla al hotel, leyó presuroso: “Era mi última noche en Buenos Aires. El que se acuesta con chicos... ¡Hasta el último pañal siempre. Forro Culiao!”

* Psicoanalista y escritor. Editor de Topía Revista.

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