PSICOLOGíA › EL RECUERDO Y LA ACTUALIDAD DE UN EPISODIO CON ETCHECOLATZ COMO PROTAGONISTA: UNA METáFORA DEL PROCESO PSICOANALíTICO
Un encuentro entre analista y analizante, muchos años después de terminado el análisis, deriva en el recuerdo de un episodio vivido por ambos con el genocida Miguel Etchecolatz como protagonista. El pedido de libertad domiciliaria del múltiple asesino y los nuevos aires de opresión política que se respiran en la región llevan al analista a reflexionar sobre el caso.
› Por Ruben Efron *
Analista y analizante se encuentran muchos años después de finalizado el análisis y se proponen dar testimonio compartido de un momento singular en el decurso de ese tratamiento. Reflexionan que frente a las circunstancias actuales de amenazas a las conquistas y avances logrados en el campo de los derechos humanos es importante evocar aquellos hechos, incluso aquellos pequeños actos que contribuyeron a visibilizar las distintas máscaras de los genocidas de la dictadura cívico militar. En 1998, el genocida Etchecolatz, condenado por su participación en 92 casos de torturas y tormentos pero aún en libertad por las leyes de “obediencia debida” y “punto final” se paseaba por la calle con su perrito blanco, orgulloso y soberbio. Era una cara conocida por su participación en un programa de televisión donde hizo gala de su condición criminal y también porque se le había hecho un “escrache” organizado por la agrupación Hijos (jóvenes hijos de desaparecidos y afectados por la dictadura militar), los que exponían su figura en fotos y volantes. En esas circunstancias era muy común que los vecinos lo interpelaran diciéndole asesino y torturador a lo que él en su más desvergonzado cinismo contestaba “si estamos en democracia lo que corresponde es que hagan la denuncia y no que me increpen” y continuaba su marcha. Un día, alguien lo interpeló duramente de una manera un tanto más enérgica, aunque sin violencia física...
Esto empieza así. Voy caminando por la avenida Pueyrredón después de cruzar Córdoba, la cuadra de mi psicoanalista. Venía apurado porque estaba llegando tarde. Año 1998. Septiembre. Hace pocos días había sido el escrache de la Agrupación H.I.J.O.S. al represor y genocida ejecutor de la “Noche de los lápices”, Miguel Etchecolatz. ¡Esos eran escraches! La multitudinaria manifestación fue salvajemente reprimida por la policía del turco, que nos corrió hasta adentro de las facultades de Ciencias Sociales y Odontología a más de seis cuadras de la concentración original. Ahí buscamos refugio con las Madres que, como siempre, están en la primera línea de fuego y que en esos años todavía podían correr. Nos tiraron gases adentro y llegaron a amagar meterse mientras repartían palazos... Yo llegué a entrar en Sociales... la mayoría estábamos en los baños de arriba porque no llegaban los gases… Cuando pudimos salir fuimos a Odontología y ahí estaban Taty y Norita hablando con la prensa... Eran tiempos duros... como los que se vienen.
Ese escrache me permitió reconocerlo. Había visto su foto en un volante, chiquita, escuálida, repugnante... Pero ahora los tenía frente a mí. El edificio de mi psicoanalista estaba pegado al del monstruo, pero jamás había imaginado encontrármelo disfrutando el solcito de las 7 de la tarde de septiembre en el umbral de su edificio, a unos días de la brutal represión. Me quedé paralizado, con el monstruo a la derecha, a mi altura porque lo ayudaba el umbral. Lo primero que pensé fue un uppercut a la mandíbula, así desde abajo como estaba... pero me quedé paralizado; entonces quise escupirlo, pero no tenía saliva... así que lo único que pude hacer fue insultarlo:
–Asesinohijodemilputa ¡vos tendrías que estar muerto! –es lo que recuerdo... Creo que le dije algo más, pero me interrumpió un skinhead gordo y grandote (y pelado obvio) que se me abalanzó encima. Yo atiné a correr los dos pasos que me separaban del edificio de mi psicoanalista, y le toco el timbre. Casualmente, siempre casualmente, también había un cana de uniforme ahí mismo, casi sobre el cordón de la vereda. El buen servidor del orden se acerca, ante el requerimiento de Etchecolatz: “El señor me amenazó”, le dice. A esa altura yo ya no sabía qué prefería, si los puños de la policía o los del skinhead...
Suena el clásico: “Documentos por favor...”, y yo no estaba contra la pared, aunque por suerte contra la puerta del edificio de mi psicoanalista, con el bolsillo trasero donde tenía el documento bien pegado al vidrio. Me lo iban que tener que sacar a las trompadas...
“Documentos por favor”, escuchó Rubén cuando atendió el portero. Y bajó. Cuando mi psicoanalista abre me toma del brazo que tenía libre, ya que el otro lo tenía agarrado por el uniformado... y comienza a tironear de mi brazo hacia adentro... con la puerta entreabierta... así... como jugando a tirar de la cuerda... Por suerte mi psicoanalista, además de ser hincha de Chaca, es bastante corpulento, y logró meterme adentro y cerrar la puerta, aunque con el policía adentro. El cana se metió al hall del edificio y quería llevarme preso por amenazas y resistencia a la autoridad. Cómo explicar que Rubén casi lo saca de una oreja... lo fue pecheando, abrió la puerta y lo sacó. Mi psicoanalista se amparó en el secreto profesional para no revelar mis datos. Pero tuvo que darle los suyos al cana. Y el monstruo Miguel Etchecolatz le dijo que le iba a iniciar juicio por amenazas. El mundo al revés.
Cuando subimos al consultorio, el problema era volver a salir. Así que llamamos a los medios, y a un par de abogados... Se ve que eso los intimidó, porque por suerte después de dos o tres largas horas pude salir en el auto de uno de los bogas, protagonizando un escape hollywoodense cambiando a un taxi para que no me siguieran los skin. Confieso que tuve mucho miedo. Al día siguiente me corté el pelo, por primera vez desde mi adolescencia, para que no me reconocieran. Y obviamente cambiamos el lugar de las sesiones con mi psicólogo, que al poco tiempo se terminó mudando. El hecho se hizo público a través de varios medios tanto en periódicos como en radio y televisión Una periodista me llamó para hacerme una entrevista, pero me negué. Seguía con miedo y la cotidianeidad había cambiado para mí. Tenía que tomar medidas de seguridad y me sentía casi en los 70. Pero claro, había una gran diferencia con los cumpas, yo ya conocía el final de la historia. Cuando desapareció Julio López comprobé que mi miedo no era tan exagerado, aunque todavía me arrepiento de no haber aceptado esa entrevista. Esta breve síntesis de los hechos es para remendar un poco eso.
Escucho la voz de mi paciente que me llama desde el portero eléctrico a mi consultorio pidiendo que baje de manera inmediata. Llegado al vestíbulo y veo en la puerta del edificio a mi paciente tironeándose con un policía que pretende arrastrarlo hacia la vereda. Ignoro completamente las circunstancias aunque veo en la vereda la cara inconfundible de Etchecolatz rodeado de un grupo de skinheads, su guardia de Korps. Tironeo con el policía durante unos segundos que trastabilla y mi paciente aprovecha para meterse adentro. Yo salí a la calle, que había sido cortada y estaba llena de patrulleros. Se presenta el comisario de la zona (Etchecolatz es excomisario y obviamente contaba con la lealtad de sus camaradas que en ese momento acudieron de una manera inmediata) y me pide la identificación del paciente a lo cual me niego aduciendo el secreto profesional. Los skin y Etchecolatz miraban perplejos y tal vez impotentes. Subimos a mi consultorio, donde esperamos unas cuantas horas acompañados de abogados solidarios hasta hacer una retirada muy controlada. Unos días después recibo una demanda de Etchecolatz en la que me denunciaba por amenazas de muerte, así como una de la policía por desacato y violencia contra la autoridad. Obviamente decidieron cambiar de acusado frente a mi negativa de identificar a mi paciente. Se genera a partir de entonces una gran movilización de solidaridad en particular por un equipo de abogados de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y otros abogados amigos que desarrollan mi defensa jurídica. Al mismo tiempo se producen diferentes pronunciamientos y se genera una movilización solidaria que reaccionaba frente al absurdo de un genocida que inventaba una amenaza con la supuesta intención de establecer una iniciativa encubridora. Los genocidas aprovechan cualquier espacio para mentir e intentar revertir su situación. Decidimos presentarnos a la audiencia aun suponiendo que uno de los escenarios posibles era mi detención negándome a declarar pero de cualquier modo doy ante el juez mi testimonio haciendo una declaración política en la que denuncio el genocidio y del aprovechamiento de los genocidas del aparato judicial para desdibujar sus crímenes. Poco tiempo después obtengo el sobreseimiento definitivo probablemente porque la continuación del juicio hubiera implicado una nueva vergüenza judicial. Desde entonces mi vida queda absolutamente comprometida en la lucha por los derechos humanos desde la Asamblea Permanente por los derechos humanos.
Analista y analizante construyen un lazo para deshacerse del demonio. Tal vez sea esta una metáfora del proceso psicoanalítico. Una relación de dos que requiere de una simetría activa para que se produzca algo diferente. Pero el demonio no se extingue y por consiguiente la lucha tampoco. El psicoanálisis nos advierte sobre la alerta necesaria para reconocer los distintos modos en que el demonio se escabulle y se presenta.
Hoy, 18 años después, Etchecolatz insiste con sus mensajes mafiosos. Sospechosamente apareció muerto a cuchilladas el perro de la médica que lo revisó en el penal y que había dictaminado que su estado de salud no requería su traslado al domicilio. Asimismo, este genocida acusó por torturas durante la revisación a la misma médica, quien es directora de la Consultora Pericial de Ciencias Forenses. Como se ve, el método de victimizarse acusando es recurrente en este monstruo, así como el de la desaparición y la muerte. La libertad domiciliaria de un múltiple asesino y los nuevos aires de opresión política que se respiran en la región hacen necesaria esta nota. Para remarcar y denunciar también el escalofrío que recorre a la sociedad al tener a estos monstruos nuevamente tomando solcito en los umbrales de sus casas.
Etchecolatz solicita prisión domiciliaria, en una maniobra de mendicidad. Reaparecen en el poder las figuras tenebrosas de los amigos de los genocidas. Algunos skinheads se atreven a provocar abiertamente en Mar del Plata, donde la ultraderecha fascista tiene enorme gravitación. Como principal responsable del operativo que secuestró y desapareció a militantes secundarios en la tristemente célebre “Noche de los lápices” del 16 de septiembre de 1976, así como por ser el principal sospechoso por la desaparición del testigo Julio López en la reapertura de los Juicios por la Verdad, la prisión domiciliaria de este asesino y genocida implica una mayor inseguridad al conjunto de la sociedad. El demonio no se extingue, tiene varias cabezas y reaparece cuando le habilitan los caminos. Pero a veces el análisis construye lazos que permiten su neutralización, así como la sociedad ha construido el movimiento por los derechos humanos el principal obstáculo del demonio genocida.
* Psicoanalista.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux