Jue 26.02.2004

PSICOLOGíA

La anorexia y su rechazo a la grosería capitalista

Hay –según la autora de esta nota– una relación entre la anorexia, la sexualidad femenina adolescente y el capitalismo, y esta relación puede examinarse a partir de la “grosería” que, proferida por un Otro significativo, reemplazó a la palabra de amor que hubiera permitido a la joven situarse con relación al goce.

Por Silvia Ons *

La anorexia surge generalmente durante la adolescencia, en el sexo femenino, y se ha incrementado en los últimos años en los países capitalistas. De hecho, en Africa negra no hay anorexia, y los miembros de estas etnias pueden eventualmente desarrollarla al ser transplantados a países civilizados. Casuística que invita a la indagación sobre la relación existente entre esta afección, la sexualidad femenina en la adolescencia y el capitalismo.
En el “Manuscrito G”, dice Freud: “La famosa anorexia nerviosa de las niñas jóvenes me parece una melancolía en presencia de una sexualidad no desarrollada... Pérdida de apetito en lo sexual, pérdida de libido”. Freud no acentúa tanto la oralidad en sí misma, sino la melancolía ante la sexualidad incipiente. Lo perturbador es el sexo.
El factor desencadenante puede aislarse con bastante precisión y se recorta en torno a una frase, proveniente en general de un hombre que exalta el nuevo cuerpo de la púber. Tal exclamación pone en evidencia el valor de goce de las pletóricas carnes, hiere el pudor, quiebra los velos. A diferencia del piropo, que viste al cuerpo de metáforas, las denominadas “groserías” lo desnudan. El epíteto resalta el lugar de la joven como objeto sin la mediación del “verso amoroso”. El desenlace sigue una secuencia regular: en lo sucesivo la muchacha intentará hacer desaparecer las turgencias del cuerpo que provocaron esa manifestación de goce.
Freud considera que hasta la pubertad no surge una clara diferenciación entre el carácter femenino y el masculino, ya que “la mujercita es un varoncito”. En ese momento emerge un goce que traspasa la antigua identificación, y que, como dice, Laurent emparenta esta etapa con el “carnaval de la vida”. La sexualidad, más que hacer sentido, hace agujero en lo real y él se presentifica en el tiempo de la pubertad. Un defecto en la inscripción simbólica desnuda de manera dramática esta coyuntura. Los desencadenamientos en la adolescencia testimonian que el estatuto mismo de la infancia protege al sujeto de las eclosiones. Amparado en el Otro, el niño puede sostenerse en una identificación al ideal parental. Freud sostiene que esta dimensión tiene más relevancia en las niñas –juiciosas y complacientes— que en los niños. La identificación al falo resguarda de los fantasmas orales. ¿No nos dice acaso Lacan que esta prótesis es la que impide que el cocodrilo cierre la boca?
En la pubertad, el cuerpo fálico no diferenciado se quebranta y se reviven los fantasmas de devoración con relación a la madre, frente a los que la identificación al falo, en la infancia, operaba como defensa. La dimensión estragante de la devoración adquiere tal consistencia en la medida en que, en la relación con el partenaire masculino, el goce esté desanudado del amor. Este anudamiento es fundamental para que la mujer consienta en ubicarse como objeto causa del deseo de un hombre.
En “Introducción del narcisismo”, Freud destaca que para la mujer hay una relación entre el ser amada y la investidura fálica. El investimiento de los caracteres sexuales secundarios en la mujer está ligado al ser amada, y necesita, como mediación, la palabra del Otro. El relieve de la imagen corporal es solidario de la falta fálica y dependiente del Otro. Lacan afirma que es por lo que ella no es que espera ser deseada, al mismo tiempo que amada. El investimiento de los caracteres sexuales secundarios es el encuentro con el semblante anudado al deseo del Otro como velo de la nada. El amor es pieza clave en la medida en la que suple la ausencia de relación sexual.
Si Freud dice que, para la mujer, el temor a la pérdida de amor equivale a la castración, es porque su falta hace desfallecer los semblantes que la velaban. Ellos, en su carácter de aquello que se inscribe en lo real, allí donde no hay saber, fracasan en la anorexia. Esto permite explicar por qué no hay anorexia en el Africa negra tradicional. Es que el mito, como enunciado de lo imposible, se liga íntimamente con los ritos iniciáticos para intentar cubrir con lo simbólico lo real del goce. Esos ritos marcan el momento de separación del medio habitual y brindan acceso a una lengua secreta, hecha de enigmas y de fórmulas que imponen la ligazón con las leyes de los ancestros. Legitiman el pasaje de la infancia a la vida adulta, alejando al sujeto de su madre. En cambio, el adolescente de nuestras sociedades, lejos de hallar este tránsito, se confronta con el imperativo de consumo del discurso capitalista.
La mujer ingresa en la función fálica de manera solidaria con un encuentro en el que ella se ubica como objeto causa del deseo de un hombre. La palabra de amor le permite consentir en ser este semblante para el lado macho y responder así a la irrupción de goce. El hombre sirve de relevo para que la mujer se convierta en ese Otro para sí misma, como lo es para él. Encuentro, que, amarrándola al goce fálico, divide su goce entre éste y aquel que lo trasciende. Esta es la manera en la que se ubicará como objeto causa del deseo de un hombre, encontrando por esta vía un semblante como respuesta a la irrupción de goce.
Esta función del amor no opera en la anorexia y, ante la emergencia de goce, a falta de responder como objeto causa del deseo del Otro, ella hará aflorar la negatividad del deseo. Deseo puro, deseo de nada, deseo de muerte.
Lacan considera que el Otro de la anoréxica confunde el don de su amor con el don de sus cuidados. Lejos de dar lo que no tiene, suministra lo que posee y, por ello, la papilla deviene asfixiante.
Considero que las modificaciones producidas en el lugar del amo inciden en la sintomatología histérica. Ese sitio es ocupado cada vez más por el discurso capitalista, en el que la apropiación del plus de gozar no está obstaculizada por barrera alguna. El saber se consuma en la producción del objeto para obturar la división subjetiva.
Pienso la anorexia de hoy en día como la respuesta de algunas jóvenes histéricas a este imperativo: el sujeto insiste en afirmar su división subjetiva, rechazando al objeto que pretende colmarla. Se afana en albergar la nada, espacio del deseo puro.
Dice Lacan que lo que caracteriza al discurso capitalista es el rechazo del amor y de la castración. Notablemente esto se vincula con lo que señala acerca de la madre de la anoréxica: aquella que confunde el don de su amor con el don de sus cuidados. ¿No son acaso los objetos de consumo, profusamente disponibles, los equivalentes de la “papilla asfixiante”? ¿No ha quedado ella más expuesta a este estrago en la medida en que el padre ha fallado en anudar el goce al amor? A falta de esta función, el Otro de la anoréxica es el discurso capitalista, y ella mostrará la verdad de ese discurso: el sujeto, bajo el imperativo del consumo, se consume.
Las mujeres son mucho más proclives a la anorexia que los hombres, por el valor del amor en su sexualidad. Gracias a él puede el goce condescender al deseo, y éste vivificarse como impuro. De lo contrario, resta el deseo como puro deseo de muerte.

* Analista de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL). Directora de la revista Dispar.

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