PSICOLOGíA
› ANALISIS Y MEMORIA DE LAS GUERRAS DE MALVINAS E IRAK EN UN TEXTO DE RODRIGUE
Un efecto de la guerra es la perversión
Por Emilio Rodrigué
En un sentido, la guerra de Malvinas fue justo lo opuesto a la de Irak, si se comparan el Eufrates y el Tigris, nuestro moisés cultural, con ese archipielagato perdido en al Atlántico Sur, donde el viento da la curva. Pero hay similitudes, si se piensa en los personajes: Margaret Thatcher y Bush, de un lado, y Galtieri y Saddam Hussein del otro.
Toda guerra infla nacionalismos. Yo no podía estar con los ingleses y tampoco podía estar con Galtieri. No podía estar, pero estaba y estaba armado hasta los dientes, defendiendo acantilados patagónicos, tiritando bajo el poncho. La guerra te “tira de lo serio”, como dicen los bahianos. En la guerra, dentro de la guerra, el imaginario adquiere aristas de lo real. Fue terrible y me marcó.
Un efecto colateral de la guerra es la perversión. La guerra amasija nuestro marco de referencia y nos lleva a vergonzantes sentimientos de triunfo. Fue lo que sentí el 11 de septiembre de 2001. Apuesto que media humanidad experimentó un júbilo culposo, escrotal, frente a la magna castración de la ciudad de Nueva York.
Pasemos a los protagonistas de las Malvinas para acá. Margaret Thatcher, primera mujer en el cargo de primer ministro en Gran Bretaña, fue uno de los factótum de la Caída del Muro de Berlín. Elegida en 1979, ella ganó el epíteto de Dama de Hierro cuando se rehusó a hacer un acuerdo con el Sinn Fein en Irlanda del Norte, sellando la suerte de Bobby Shands, que murió después de 65 días de huelga de hambre. Su acerada reconquista de las Falklands reafirmó su título. Margaret inicia el segundo binomio anglosajón con Ronald Reagan. Todo hace pensar que, en aquella época, Margaret era Bush, y Reagan, Blair.
Pasemos a Reagan. Según Marina Saggio, los productores de la película Casablanca querían que el actor Ronald Reagan hiciese el papel principal, pero él fue enlistado en el Ejército y Humphrey Bogart resultó elegido como el aventurero Rick. ¿Usted se imagina lo que habría sido Casablanca con Ronald Reagan? De ésa nos salvamos, el desastre vino después.
Hubo en realidad tres binomios anglosajones que marcaron la historia de Occidente. El primero fue el de Rossevelt/Churchill, tal vez la más importante dupla del siglo pasado. Pero fueron hijos de la necesidad y su relación nunca fue un jardín de rosas, sobre todo al final de la Segunda Guerra, cuando el bull-dog Churchill se sentía postergado en el canil. La relación Thatcher/Reagan fue más armónica desde el punto de vista ideológico. Ambos fueron campeones del libre mercado. Ambos arrastraron y fueron arrastrados por la globalización. Thatcher/Reagan son los abuelos de la Nueva Derecha. Fue pisando sobre nuestros cráneos astillados que Margaret se catapultó en el escenario mundial gracias a lo que se denominó “el espíritu de las Falklands”.
El dueto Bush/Blair para mí es incomprensible. No comprendo cómo un líder del Labour Party puede asociarse con un representante de la extrema derecha. Son posiciones incompatibles y, si se juntan, algo raro y grave está aconteciendo. Lo improbable de la alianza me lleva derecho a otra analogía canina, que todos conocen: Blair es el poo-dle de Bush. Da casi pena tamaña humillación. Un tipo bonito, parecido a Danny Kay, ¿cómo puede ser el monigote de un monigote?
Hay algo de romano en el concierto actual, si pensamos en la incontinencia depravada de los emperadores romanos. El modelo imperial romano viene al caso porque la elite norteamericana actual nos lleva más al mundo de Calígula que al mundo de la Revolución Americana de 1789. El proyecto central de Bush es la creación de un Imperio Anglosajón modelado sobre las últimas fases del Imperio Romano, con su “pax universalis”.
Entonces, qué hacer?
No todo está perdido. Hay algo que contradice la lógica militar. Saramago lo coloca muy bien: “Bush y Blair, sin quererlo, sin proponérselo, nada más que por sus malas artes y peores intenciones, han hecho surgir, espontáneo e incontenible, un gigantesco, un inmenso movimiento de opinión pública”.
Sí, la opinión pública. La opinión pública, tal como está estructurada hoy en día, nació en el seno del Consejo de Seguridad. La vimos patalear bien viva en esos aciagos días en que el binomio anglosajón intentó en vano obtener esos benditos nueve votos, y no lo consiguieron aunque se supone que cada voto valía más de 5 billones de dólares. Personalmente, caí en cuenta de la maciza consistencia de la opinión pública actual cuando percibí que por primera vez en mi vida estaba del mismo lado que el Papa y del mismo lado de algunas otras flores que no huelen bien, como Putin, y de otras flores caníbales como Bin Laden, pero flores en el jardín de la opinión pública.
Y llegó el día de la rendición. Desligué la televisión y salí a la terraza para llorar y a llorar con una intensidad que sólo despertaron mis grandes muertos. No sabía que una derrota podía doler tanto. Me dolía perder en mala compañía. Perder del mismo lado que Galtieri, perder junto a los que despreciaba. Perder sin gloria pero con mucha pena. Llorar sin saber por qué lloraba. Sentía una congoja y una ira terribles. La lucha continúa.