PSICOLOGíA
› EFECTOS MULTIGENERACIONALES DE LA REPRESION
Hijos, a secas
Estos son los primeros resultados de una investigación sobre los efectos que, a través de las generaciones, produjo la desaparición de personas durante la última dictadura, y sobre los recursos que la sociedad, y los Hijos, supieron hacer aparecer.
Por Diana Kordon y Lucila Edelman*
Desde hace varios años, en el Eatip –institución dedicada a la atención psicológica de personas que han sufrido persecuciones políticas– trabajamos en un diseño de investigación que incluyera los efectos de la situación traumática a largo plazo tanto en personas que habían estado detenidas desaparecidas como en hijos de desaparecidos. Las entrevistas utilizadas para este primer avance mantienen el anonimato.
En hijos de desaparecidos hemos observado que a veces existe, hasta un determinado momento, un conocimiento que por ahora podríamos denominar racionalizado acerca de lo ocurrido con sus padres desaparecidos. En otros casos, directamente no conocen, aunque pueda haber información disponible muy cerca de ellos. Pero en un momento vital determinado, que es momento de crisis, se produce una necesidad de integración, de construcción subjetivante de la información, y esto implica un cambio cualitativo: buscarán la información en la familia, en los libros, en los compañeros o amigos de los padres, en organizaciones sociales pertinentes; se produce, en ese momento, un re-conocimiento.
Este momento es detonado a veces por una pregunta aparentemente poco importante pero que pone en juego la cuestión de los orígenes: “¿Dónde naciste?”; o por el inicio de una relación de pareja. Pero también, muchas veces, por situaciones de cambio en el procesamiento social: el inicio de un juicio, la publicación de libros referidos a la época, un aniversario del golpe militar.
En la etapa abierta por ese momento de reconocimiento, es frecuente el acercamiento a las agrupaciones de hijos; este acercamiento puede o no ser transitorio y lleva la marca de esa búsqueda personal identificatoria.
Encontrar cartas de los padres, verse en ellas, buscar fotos, saber cómo los veían sus amigos, conocer sus ideas y prácticas sociales implica un trabajo de construcción de la figura del padre o madre desaparecidos. No se trata de un recuerdo sino de una construcción, en la que intervienen los recuerdos de otros.
Desde ese vacío que ha quedado en su vida, la persona necesita reconstruir a partir del relato de otro, de un recuerdo que hace a la subjetividad del otro, de cómo el otro ha vivido o está viviendo esa situación. Podemos pensar que en estos casos la reconstrucción se hace sobre la base de un vínculo intersubjetivo en el cual el otro, real o simbólico, actúa como una especie de pantalla para la reconstrucción de la memoria.
Siempre hay un proceso psíquico de construcción, en relación con la propia historia y a la de los padres, pero en estos casos la construcción de la imago se hace sobre un vacío: construir a los padres, construir al desaparecido; y esa construcción es simultánea con la construcción de su lugar en esa genealogía.
Un joven dice: “Me doy cuenta, cuando llego a casa, de que mi hijo de ocho meses me reconoce y se pone contento al verme. Quiere decir que yo también reconocía a mi papá”. Identificarse al identificar. Al identificar el movimiento del deseo recíproco, se resignifican las propias fantasías. Muchos jóvenes hijos de desaparecidos identifican aspectos de sus propios hijos, o sobrinos, en relación con sus padres. Se continúa la cadena de filiación con la particularidad de, por ejemplo, creer ver en un bebé los ojos que tenía el padre al que no conoció.
También ocupa un lugar importante el anhelo de encontrar señales o evidencias del deseo y amor de sus padres hacia ellos; y, en algunos casos, ese deseo o ese amor aparece cuestionado, sea conscientemente o bajo la forma de síntomas. Cabe señalar que la lectura de las prácticas sociales y la inscripción personal en las mismas es diferente en cada momento histórico: las ideas sobre el cuidado de la familia y de los hijos en los ’60 y los ’70 eran diferentes de las actuales, y también había diferentes ópticas según los grupos de pertenencia. En todos los casos había una visión más colectiva de lo personal. A su vez, el análisis desde el presente incluye otros discursos sobre la época y por lo tanto otras valoraciones sobre la subjetividad de aquel período.
Un hecho que produjo una afectación importante en el plano de la identidad personal es la “tachadura” de una generación. Nos referimos a la situación que se planteó en algunos casos de abuelos jóvenes que, teniendo alrededor de cuarenta años, quedaban a cargo de sus nietos, cuyos padres estaban desaparecidos, y establecían con los chicos –que los llamaban papá y mamá– una relación prácticamente directa de padres a hijos. La racionalización utilizada era que así era mejor para que el niño no se sintiera diferente de los otros. Lo que ocultaba era un intento de negación de la muerte de sus propios hijos o su sustitución por ese nieto que ocupaba el lugar del hijo perdido, produciéndose una identificación alienante. En estos casos se observaron trastornos en la conformación de la identidad. Había en estos chicos una enorme indiscriminación acerca de las imágenes parentales y de la estructura de roles familiar. Se aprecia una gran diferencia con otras situaciones en las que los niños vivían con sus abuelos pero –incluso aunque alguna vez los llamaran papá o mamá– tenían clara la brecha generacional que los separaba.
Presencia-ausencia
La categoría de la desaparición implica una presencia-ausencia que se mantiene a lo largo del tiempo, a pesar del conocimiento racional de la muerte de los padres. El rito funerario existe en todas las culturas y es un momento necesario en la elaboración del duelo. En la Argentina, el movimiento social se hizo cargo, de hecho, de generar un principio de realidad que direccionara el trabajo de duelo.
A pesar de ello, veinte años después de terminada la dictadura, los hijos admiten, en muchos casos avergonzados por su falta de sentido de realidad, fantasías de encuentro, de vuelta, que nos recuerdan a cuando las madres decían que les parecía haber visto a su hijo en algún lugar... Esto implica la presencia del genitor desaparecido como fantasma o como fantasía. “Siento placer cuando me dicen que soy idéntica a mi madre. Pero también creo que lo que yo soy se desdibuja.” “Hace poco descubrí dónde estaban los desaparecidos. Fue por la película ¿Quieres ser John Malkovich?: los personajes ocupan el cuerpo del actor y algunos pueden convivir con él, pero Cusack domina y anula a Malkovich. Así, los desaparecidos quieren ser John Malkovich, es decir, sus hijos, y están dentro de ellos, conviviendo e imponiendo personalidades, gustos y deseos.” “Como todos, siento que en algunas cosas me parezco demasiado a ella. No sé si es consciente o no, pero creo que ella es parte de mí; que los desaparecidos resisten dentro de su descendencia.”
Otra joven sueña que está en el aula magna de la facultad llevando una pancarta con el retrato de su madre. Aparece desde atrás, en blanco y negro, la madre, y le dice cariñosamente que le entregue la pancarta, que en adelante ella misma se va a ocupar de llevarla. Este sueño puede entenderse como una expresión del trabajo elaborativo en relación con el mandato superyoico de sostener la presencia de la madre desaparecida.
“El que más información me dio sobre mi papá fui yo mismo, a través del tiempo –dice otro hijo–: desde mis manos hasta la forma de levantar las cejas, arrugar el ceño, pelar las naranjas, agarrar los libros y pinchar los ravioles. Sé que repito conductas y que mi padre o aquello que lo constituía se me mete adentro.” Lo que no está dicho en este relato es quién o quiénes le informan del parecido.
Estas viñetas, al tiempo que evidencian cómo el psiquismo se constituye en la intersubjetividad, plantean el problema del camino entre el fantasma y la fantasía en el proceso identificatorio. Fantasma que posee, fantasma que exige se hagan cargo de la historia, fantasías primitivas, fantasías altamente desarrolladas, todas presentes simultáneamente en un movimiento oscilante que marca predominio de unos u otros en determinadas personas o en determinados momentos.
Tener hijos, sobre todo en las mujeres, abre un nuevo momento elaborativo. El embarazo replantea, en un movimiento en espiral, la problemática del duelo y la identificación con la madre desaparecida. Cuando hay una posición reflexiva, implica una decisión cuyo sentido es poder diferenciar que se tiene o no un hijo por decisión propia y no por ser hijo de desaparecido. Esta toma de decisión incluye, por supuesto, la problemática general de que la generación no es solamente prolongación narcisista, sino también amenaza para nuestro narcisismo.
La cuestión de los proyectos personales también plantea el tema de la identificación y la diferencia en relación con los padres, el peso de la idealización personal y social de aquéllos, agregado a la problemática psicosocial actual alrededor de las condiciones sociales que dificultan la posibilidad de proyectar por parte de los jóvenes.
El silencio
“Los testimonios sobre la guerra nos enseñan hasta qué punto son importantes para el desenvolvimiento del duelo la actitud del entorno y el conjunto de las circunstancias familiares y sociales. Sin duda, es deseable que el conjunto de las cosas pueda, a largo plazo, ser puesto en palabras, de modo que esto pueda ser inscripto en la memoria de la humanidad y ante todo en la de las personas directamente implicadas, de su familia y de sus descendientes. Pero hay horrores y terrores que no tienen palabras a su medida y que, además, difícilmente encuentren oídos que puedan escucharlos y comprenderlos, de modo que el sobreviviente de un drama en principio necesita un largo período, varios años, para realizar un cierto trabajo psíquico silencioso” (Claude Nachin, El psiquismo ante la prueba de las generaciones, ed. Amorrortu, 1995). Si bien estamos de acuerdo en términos generales, creemos que la cuestión del silencio y la palabra no pueden analizarse sin tener en cuenta las políticas de memoria: es decir el silenciamiento y la desmentida impuestas desde el poder, cuya tramitación psicosocial en la Argentina ha sido tan importante.
La presencia constante de los factores de retraumatización (el principal de ellos, la impunidad) y el desarrollo de diferentes formas de respuesta social constituyen el fondo sobre el cual se despliegan las diferentes respuestas individuales frente a lo traumático.
La ausencia de sanción del crimen por parte del Estado durante tantos años, que en el ámbito psicosocial inhabilitó las funciones que debería cumplir en cuanto garante del orden simbólico, lugar de terceridad y como regulador de los intercambios, dejó abierta la posibilidad de reactivación periódica de las vivencias de desamparo que operan como factor desestructurante del psiquismo.
La elaboración de los duelos está siempre bajo la influencia alienante de los diferentes discursos sociales acerca de la situación traumática. Durante el período dictatorial, esta fuerza alienante tenía una potencia dada por la situación de terror y la constitución de un campo paranoide. El silencio social era la normativa. Coincidimos con Haydée Faimberg (“El telescopaje de las generaciones”, Transmisión de la vida psíquica entre generaciones, ed. Amorrortu, 1996) acerca de que el secreto implica una organización, una interpretación de lo no-dicho, es decir que lo no-dicho, lo oculto, lo será respondiendo a determinadas leyes del funcionamiento psicológico de un grupo familiar o social. El silencio abarca diferentes aspectos: el silencio social inducido por el Estado, la identificación alienada con ese mandato de silencio y la necesidad personal de mantener silencio posterior a la situación traumática. Cuando se ha prescripto el ocultamiento, el trabajo elaborativo se obstruye. La información a los hijos de desaparecidos sobre lo ocurrido con sus padres fue uno de los temas más difíciles de abordar en los primeros años. En el caso de los chicos apropiados, el silencio y el ocultamiento eran condición necesaria para el mantenimiento del vínculo apropiador-apropiado. En el caso de los hijos de desaparecidos que permanecieron a cargo de sus legítimas familias, en algunos casos recibieron la información verdadera de lo ocurrido con sus padres; en otros casos, no fueron informados con la verdad, por temor, por parte de sus familiares, de producirles un extremo dolor agregado a la ausencia de sus progenitores, pero la figura de sus padres estuvo presente y valorizada, quedando abierto el espacio para incorporar la información que tiempo después les fue dada. Además de lo silenciado en el interior de la familia, se presentaba el problema de lo que no podía ser hablado en otros ámbitos, como la escuela.
El viaje
La construcción social de la figura del desaparecido realizada a partir de la lucha de las Madres y de todo el pueblo durante la misma dictadura ha implicado, sobre la base de que el consenso social sostiene la representación, la existencia de la figura del desaparecido como referente, tanto para el proceso de duelo como para la constitución de la identidad en los hijos.
Por otra parte, las agrupaciones de H.i.j.o.s. han creado condiciones sociales para la elaboración. Nacidas en diferentes lugares del país al cumplirse los veinte años del golpe de Estado, participaron en el movimiento social desarrollando todos los aspectos que están en su sigla: identidad, justicia, contra el olvido y el silencio. Se trata de grupos de pares, como en su momento lo fueron el grupo de madres que buscaban a sus hijos. Otras voces, nuevas voces, multiplicidad de voces, se han hecho cargo del sostenimiento de la memoria en actitud de denuncia de todo aquello que se intentó renegar. Desarrollaron formas creativas de protesta sosteniendo la memoria colectiva de acuerdo con las necesidades del presente.
Es particularmente notable el papel identificatorio de las agrupaciones de hijos. “Tenía que ir a Hijos”: muchas veces como un pasaje, aunque fuese por un tiempo, independientemente de la opinión con respecto al grupo mismo; otras veces llegando a una fuerte pertenencia.
La afiliación a grupos, particularmente en la adolescencia, implica una contradicción con la filiación, en tanto tales grupos apuntalan la separación respecto del núcleo familiar. En cambio, en los grupos de Hijos la afiliación refuerza la filiación, la resignifica. Esto incluye necesariamente los aspectos narcisistas de la filiación.
Y son grupos que, por su propia naturaleza, refuerzan la identidad por pertenencia. Funcionan como grupo primario dador de identidad y, simultáneamente, como grupo de referencia que produce representaciones sociales capaces de funcionar como soporte identificatorio para todos, participen o no en ellos.
Un problema que nos plantea la investigación es: ¿el dispositivo ofrece diferentes posibilidades o es unívoco? ¿Cuánto hay de desprendimiento? Los hijos caminan para buscar al padre o a la madre, como metafóricamente aparece la búsqueda del padre en la película de Fernando Solanas El viaje. El caminar es una búsqueda del vínculo de filiación, a la vez que un acto de autonomía. Según René Kaës, para desear afiliar es importante estar seguro de la propia filiación. En estos casos, la afiliación garantiza la filiación: así se ha creado la figura de Hijo, a secas, que implica simultáneamente reconocimiento y marca social.
* Integrantes del Equipo Argentino de Trabajo e Investigación Psicosocial (Eatip). El texto es un avance de la investigación “Efectos psicológicos multigeneracionales de la represión de la dictadura”, distinguida con la Beca Guggenheim.
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