PSICOLOGíA
› LA ESCUELA SECUNDARIA, SIGMUND FREUD Y CARMEN DE PATAGONES
“Ha de infundirles el placer de vivir”
Por Jacqueline Viviana Lejbowicz *
El 11 de noviembre, Página/12 publicó un artículo del psicoanalista Juan Bautista Ritvo, bajo el título “Inquietante estado de ánimo colectivo”, sobre la respuesta social ante los sucesos de Carmen de Patagones. En él, Ritvo señalaba la proliferación en los medios de comentarios simplistas, que hicieron una lectura totalizante, no haciendo lugar a la contingencia, ni a poder pensar que lo que estaba en juego era una particular estructura psíquica que culminó en semejante pasaje al acto. Concuerdo con muchas de las afirmaciones de Ritvo; sin embargo, en su artículo plantea otras cuestiones que me parecen susceptibles de interrogación.
Si bien, desde luego, no se trata de implementar panópticos tales como los promocionados “laboratorios de observación”, ni de suponer como posibles, tareas como la prevención del acto suicida o del pasaje al acto homicida, no creo por ello innecesario el fuerte interrogante que se nos impone respecto de niños, púberes y adolescentes que se visualizan particularmente desamparados. En mi clínica habitual con docentes, escucho a menudo la inermidad con que las instituciones creadas para la infancia se encuentran hoy para alojar a los niños y adolescentes en situaciones de verdadero desamparo, donde el recurso al Otro para incluirse en lo vital y en la dimensión de la palabra parece casi inexistente. No creo que alertar sobre los riesgos de una prevención totalizante y pseudopolicial nos exceptúe de la responsabilidad de plantearnos un quehacer allí.
Y en esta tarea me parece fundamental recordar ciertas palabras de Sigmund Freud, pronunciadas en 1910, ante un congreso de educadores realizado a partir del suicidio de un alumno para deslindar la responsabilidad de un educador en el hecho: “Todos los presentes habrán escuchado con profunda satisfacción el alegato del educador que ha tomado la palabra para exonerar del peso de una acusación injustificada a la institución que le es más cara. Bien sé que, de todos modos, sentíanse ustedes reacios a creer con ligereza la acusación de que la escuela induciría a sus escolares al suicidio. No dejemos, sin embargo, que nos arrastre nuestra simpatía hacia la parte que ha sido aquí víctima de una injusticia. En efecto, no todos los argumentos del educador que me ha precedido en el uso de la palabra me parecen irrebatibles. (...) La escuela secundaria, empero, ha de cumplir algo más que abstenerse simplemente de impulsar a los jóvenes al suicidio: ha de infundirles el placer de vivir y ofrecerles apoyo y asidero en un período de su vida en el cual las condiciones de su desarrollo los obligan a soltar sus vínculos con el hogar paterno y con la familia. Me parece indudable que la educación secundaria no cumple tal misión y que en múltiples sentidos queda muy a la zaga de constituir un sucedáneo para la familia y despertar el interés por la existencia en el gran mundo”. (“Contribuciones al simposio sobre el suicidio”, Sigmund Freud, 1910. Tomo II, Obras Completas, Editorial Biblioteca Nueva, traducción de López Ballesteros.)
El hecho de no ser culpables, no disminuye la responsabilidad de los educadores y de las instituciones en su tarea de ligar a los jóvenes con lo vital. Y tampoco, para quienes oficiamos como psicoanalistas, la responsabilidad de encontrar espacios comunes donde efectuar aportes a un pensamiento sobre los niños y los adolescentes de estos tiempos.
* Integrante del Programa Psicoanalistas de Suteba, Sindicato Unico de Trabajadores de la Educación de la Provincia de Buenos Aires.