PSICOLOGíA
› MEMORIAS Y OLVIDOS PARA EL 16 DE JUNIO DE 1955
Que el bombardeo se cuente sin sordina
Por Juan Besse *
La masacre perpetrada en Buenos Aires el 16 de junio de 1955 –cuando aviones de la Marina de Guerra y de la Aeronáutica bombardearon el centro cívico de la ciudad– ha sido silenciada a lo largo de los años, pero ¿de qué silencio se trata?
El bombardeo, como pocos acontecimientos políticos, ha sido y es materia de una memoria social más extendida de lo que se cree y forma parte de lo que Hugo Vezzetti (Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina, Siglo XXI, 2003) denomina memorias militantes. En particular, las construidas en el campo peronista y filoperonista. En tal sentido, para amplias capas de población, las bombas del 16 de junio han pasado a ser un trauma; entendido, “más que como algo irrepresentable y fuera del tiempo”, como experiencia anclada en la historia (Andreas Huyssen: “W. G. Sebald: la memoria alemana y la guerra aérea” en Punto de vista, Nº 79).
Esta noción de lo traumático introduce los correctivos de Freud a la deshistorización del trauma impulsada por algunos de sus epígonos. Al analizar la obra de W. G. Sebald, Huyssen sugiere otra categoría que refuerza, en simultáneo, el abordaje del trauma como un real que resiste la simbolización pero que a la vez es condición de la narración histórica: el bombardeo constituye así –para quienes carecemos de la experiencia misma– una experiencia de “traumatización transgeneracional”. Y si lo es, podemos pensar que algo de la experiencia misma ha sido transmitido: no se puede olvidar aquello que no se recibió (Yosef Hayim Yerushalmi, Usos del olvido, ed. Nueva Visión).
Hoy mi generación, la de los nietos de los perpetradores –o la de los hijos pero en el tiempo de los nietos– se ha puesto a contar, en la doble acepción de narrar los hechos y de contar los muertos, qué sucedió ese 16 de junio. Los libros de Gonzalo Chaves (La masacre de Plaza de Mayo, ed. De la Campana, 2003) y Daniel Cichero (Bombas sobre Buenos Aires. Gestación y desarrollo del bombardeo aéreo sobre Plaza de Mayo, ed. Vergara, 2005) reconstruyen –sobre la base de múltiples fuentes y con discrepancias propias de un estudio de memoria– la nómina de muertos. Esos nombres, hasta hace poco indistintos, todavía están en busca de una simbolización. Las listas son el comienzo del necesario camino de desolvido que una sociedad debe transitar para constituirse en nuevos términos.
Sin embargo, en contraste con la enormidad del crimen, las narrativas sobre el 16 de junio son escasas. Fueron producidas en el campo de la investigación periodística escrita o cinematográfica mediante trabajos de cine documental, también como prácticas complementarias de la militancia política –folletos, escritos breves– o como textos literarios. Todas esas narraciones recortan, desde el exterior, la figura de un objeto ausente: el de la investigación en el campo específico de las ciencias sociales de los acontecimientos de ese día y de sus proyecciones tanto en la coyuntura golpista como en la larga duración. El 16 de junio ha sido enunciado, mencionado, referido en muchos escritos, a veces, brevemente descripto entre la marcha de Corpus Christi y la apertura hacia las fuerzas políticas opositoras iniciada por Perón después del 16, como si se tratara de una viñeta propia de las postrimerías del segundo gobierno peronista. La señal de su agonía. En fin, como parte de la serie de sucesos que jalonan el camino al golpe de septiembre. Así, la seriación imaginaria que lo toma como un acto necesario ha impedido su adecuada inscripción simbólica.
Es más, en muchos de los relatos de la investigación académica, a modo de una prefiguración arcaica del discurso de los dos demonios –que marcará un segmento significativo de la discursividad de la recuperación democrática posterior al 83–, el bombardeo hace pareja explicativa con la quema de las iglesias llevada a cabo la noche misma de esa jornada trágica. La represión “historiográfica” y “sociológica” de los hechos puede comenzar a ser explicada por los devenires mismos del campo político y el campo intelectual que, más allá de sus propias legitimidades, parcialidades y desencuentros, durante casi cincuenta años coincidieron en una estrategia sin estratega: la invisibilidad de la magnitud de los hechos y de las implicancias del acontecimiento. En el envés de esa estrategia silente, la contingencia del 16 de junio fue deviniendo, nublada y gris como esa tarde larvaria, en una condición necesaria para la reproducción de dichos campos en los años venideros.
Ahora bien, con pocas excepciones, lo dicho hasta la fecha pone a descubierto, más que un silencio, un decir con sordina. Una minimización de los hechos y sus consecuencias que habla a las claras de una represión política de los recuerdos acerca del acontecimiento, cuyas hebras es menester desanudar si se quiere inscribir el bombardeo de Plaza de Mayo como algo más que un morboso recuerdo traumatofílico. El 16 de junio, transmitido de generación en generación por la vía de la memoria social, se abre al trabajo de rememoración colectiva.
* Docente en las universidades de Buenos Aires y de Lanús.