Jue 19.01.2006

PSICOLOGíA  › OTRA VERSION POSIBLE DEL MITO FUNDANTE DEL PSICOANALISIS

El crimen del papá de Edipo

La psicoanalista Arminda Aberastury escribió, pero nunca publicó en vida, un texto que critica la noción del complejo de Edipo en Freud y que propone reformularla incluyendo la historia de Layo, el padre de Edipo, quien había sido castigado por los dioses por haber violado a un niño. Una investigación histórica sobre el psicoanálisis de niños rescata el episodio.

› Por Silvia Fendrik *

Las notas de Arminda Aberastury sobre el complejo de Edipo, recopiladas después de su muerte –en La paternidad, por Eduardo Salas, ed. Kargieman, 1978–, revelan un giro inédito. ¿No quiso publicarlas porque sólo eran ideas en borrador o porque no se atrevió a revelar su enojo con la concepción freudiana del Edipo? Este giro es que incluye una fuerte crítica a Freud. Arminda se pregunta por qué Freud habría ignorado u omitido el papel de Layo, el padre de Edipo, en el destino de su hijo, en lugar de postular el complejo de Edipo como el núcleo duro de la neurosis infantil y adulta, que como bien se sabe se centra en el niño y no en sus padres. Arminda Aberastury interpreta que, sometido a su padre, Freud no se habría animado a juzgar a Layo, y por eso puso el acento en la culpabilidad del pequeño Edipo.

Sófocles, en cambio, no hubiese podido “culpar” a Edipo, ya que él conocía la parte del mito que concierne a Layo: una revuelta política en Tebas había obligado a éste a refugiarse junto al rey Pélope, quien lo nombró preceptor de su hijo Crisipo. Pero Layo traicionó la confianza de Pélope al raptar y violar a Crisipo. Pélope invocó la ayuda de los dioses para castigar a Layo: “Layo, Layo, jamás tengas un hijo, y si llegaras a tenerlo, que sea el asesino de su padre”. Años más tarde, de retorno a Tebas y deseando un heredero, Layo, temiendo que se cumpla la maldición de Pélope, consulta al oráculo de Delfos, que le responde de este modo: “Layo, pides la dicha de tener hijos. Un hijo te daré pero está decretado que has de perder la vida a manos de él”. El oráculo reformula así la maldición de Pélope, condenando a Layo a morir a manos de su propio hijo. Pero Layo desafiará al destino –¿tal vez su deseo “homosexual” de ser padre fue más poderoso que la predicción del oráculo?– pero la tragedia de Edipo ya estaba escrita. El resto es conocido. Para escapar de la maldición oracular, ambos, él y su esposa Yocasta, intentan librarse del bebé Edipo, arrojándolo al vacío desde el monte Citeron. Pero Edipo sobrevivirá, y años más tarde matará a Layo y se casará con Yocasta.

Edipo sobrevivirá también en la historia del psicoanálisis que lo descubrió, lo formuló, lo interpretó, y lo condenó, sin conocer, o atreverse a revelar su “verdadera” historia. En efecto, Arminda dirá que Freud no tomó en cuenta que la homosexualidad de Layo precede la historia de Edipo. ¿El padre primordial, terrible, el que sustituye en Arminda al freudiano padre de la horda, será entonces Layo? La conclusión inevitable sería que el asesinato del padre (Layo) que roba –y seduce– niños no instaura la prohibición del incesto, sino que conduce a él. No puede ser de otro modo, ya que el padre que el psicoanálisis ha excluido será precisamente el que experimenta deseos (homo)sexuales hacia sus hijos.

Si el deseo de ser padre tiene su origen en la homosexualidad y/o en la envidia a la madre –otra versión de la paternidad–, el incesto queda favorecido en lugar de prohibido. Y el hijo –al igual que Edipo– será condenado y se condenará a sí mismo por un doble crimen del que no es culpable: haberse convertido sin desearlo en asesino de su padre y en esposo de su madre. Pero Arminda no le reprocha a Layo el haber desobedecido al oráculo, que destinaba a Edipo a convertirse en el asesino de su padre y de ahí en más en esposo de su madre. En cambio, le reprocha a Freud haber culpado a Edipo sin hacer ninguna mención a “los crímenes” de Layo.

¿A qué apunta el argumento de Arminda? ¿Layo constituye acaso un posible paradigma del deseo homosexual de un hombre de tener un hijo en su propio cuerpo, a fin de devenir un buen padre? Por supuesto que, si pasa al acto, como Layo, corre el riesgo de ser asesinado, por la madre, por el hijo, por los psicoanalistas o por la ley social. En cambio, si ignora o reprime las fuentes homosexuales de su deseo-de-padre, podrá salvar su vida, pero estará “psicológicamente ausente” y se verá impedido de acercarse a su hijo, y de disfrutar de su paternidad.

¿El padre que el psicoanálisis de niños habría rescatado del olvido freudiano es que aquel que “se permite” reconocer su homosexualidad, ayudando a la madre en la crianza de los hijos? Así, aquel niño devendrá “naturalmente” un padre maternal comprensivo que brindará su ayuda cuando la madre o el niño lo requieran.

El protagonismo del crimen de Layo en la tragedia de Edipo –importante descubrimiento de Arminda Aberastury sobre la perversión paterna–, quedó en borrador: borrado de la otra versión, la versión impregnada de puericultura y superpuesta al imaginario social que comenzaba en esa época a hacer propaganda de cómo ser “buen padre”.

Siempre en estas notas sobre la paternidad, Aberastury agrega que, en el varón, el agujero anal es la vía para recuperar la fusión con la madre, de la que surgirá el deseo (que la cultura más tarde se encargará de reprimir) de concebir un hijo en su propio cuerpo. Ulteriormente, el deseo del niño de ser padre no será sino la “lógica” continuación de su deseo de (ser) madre. ¿Se sostiene así la concepción de un hijo en continuidad con la primitiva fusión con la madre? ¿Concepción de sí mismo como hijo-madre? Sea como fuere, llegar a ser padre, en el psiquismo inconsciente, parece, para Aberastury, no diferir sustancialmente de llegar a ser madre. El pene sólo aparecerá como signo de la diferencia sexual anatómica. Las diferencias sexuales anatómicas le permitirán afirmar que para el niño el padre y la madre sólo serán o habrán sido necesarios como soportes identificatorios para cumplir con el mandato biológico de reproducción, que necesita “dos” sexos.

* Fragmento de Psicoanalistas de niños. La verdadera historia. T. III, Arminda Aberastury y Telma Reca, de próxima aparición (ed. Letra Viva).

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