Jue 22.06.2006

PSICOLOGíA  › RESCATE DE UNA EXPERIENCIA PIONERA EN SALUD MENTAL

Sin guardapolvo

En la Sala 18 del Hospital Pirovano se concretó, a partir de 1969, una experiencia de trabajo en salud mental que implicó “la ruptura de la hegemonía manicomial”. El trabajo fue interrumpido en 1976 por la dictadura militar.

› Por MARCOS WEINSTEIN *

En la Sala 18 del Hospital Ignacio Pirovano, entre 1969 y 1976, bajo la dirección de Hugo Rosarios, se desarrolló una experiencia pionera. Hasta entonces, los únicos lugares de formación eran los hospicios, los hospitales Borda y Moyano, y el estudio se hacía desde la concepción de enfermedad mental y su asistencia en el medio asilar, además de estudios de anatomía patológica en busca de correlatos orgánicos, tomando lo cerebral como psíquico de un modo lineal. La creación de servicios psiquiátricos en hospitales generales contribuyó a introducir dos nuevos parámetros: la salud mental y la prevención. Un elemento chocante para lo instituido era la deambulación por el hospital por parte de los pacientes internados: la internación hospitalaria equivale a “estar en la cama”; éste es el único lugar propio, ese mínimo espacio define el territorio de los pacientes y el resto les pertenece a otros, a los médicos, las enfermeras, las mucamas. Pero los pacientes internados en la Sala 18 sólo utilizaban la cama para dormir, como las personas en su propia casa: caminaban por el hospital, salían a comprar objetos a los negocios o quioscos del barrio, se sentaban en los bancos del jardín, recibían las visitas de sus familiares en el bar del hospital, y así creaban, para los criterios de orden dominantes en la institución, una sensación de indisciplina o caos.

La sala de internación psiquiátrica del Pirovano constaba en realidad de dos salas: un sector masculino y otro femenino, separados por un salón para usos múltiples: comedor, recreación, terapia ocupacional, asambleas. El hecho de ser mixta era novedad para un ambiente hospitalario.

La disposición que los residentes tenían para escuchar a los pacientes en cualquier momento del día, era un factor muy importante como contención de ansiedades psicóticas, y contribuía a evitar el uso de medicación excesiva. De todos modos, algunos pacientes ambulatorios eran asistidos con psicofármacos y controlados periódicamente.

A fines de 1969, bajo un gobierno militar, se recibían las influencias del Mayo Francés, la guerra de Vietnam, el Cordobazo, el movimiento hippie. Los profesionales, vestidos a la moda juvenil, sin el guardapolvo que era símbolo de la actividad médica, ocupando espacios en los jardines o los bancos de descanso del hospital, saludándose entre sí con un beso, provocaban asombro y rechazo por parte del resto de la institución. Esos profesionales provenían de diferentes instituciones de formación teórica, con profesores de la institución psicoanalítica o de la docencia universitaria. Poco a poco, su inclusión en otros servicios del hospital ayudó a entender los factores emocionales que padecían los pacientes.

Transferir un paciente a la interconsulta con alguien del equipo de Salud Mental, o internarlo desde la guardia de urgencia del hospital, había sido muchas veces una manera de silenciar alguna demanda para la cual no existía respuesta por parte del médico. El punto difícil era evitar la determinación institucional de actuar sólo sobre el organismo, sin reducir al paciente a un objeto de investigación, sino permitiendo que el profesional se situara como destinatario de una palabra del sujeto.

Los profesionales de la Sala 18 comenzaron a colaborar con los servicios de obstetricia, ginecología, cirugía infantil y pediatría, y ello permitió una profunda modificación de la actitud médica sobre los pacientes. Por ejemplo, familias con niños que, a causa de malformaciones teratológicas, requerían largos procesos quirúrgicos, eran agrupadas para ayudarlas a elaborar sentimientos culposos, de rechazo y de fealdad interior. Mujeres sin experiencia en el embarazo y parto eran acompañadas por los profesionales de la Sala 18 en el desarrollo de nuevas sensaciones frente a la maternidad presente. Mujeres que, llegada la menopausia, sufrían perturbaciones emocionales, eran auxiliadas en la comprensión de sus síntomas: se lograban cambios, tanto en las pacientes como de los otros profesionales que las trataban. Se propiciaba la internación de niños acompañados por sus madres y se formaban grupos paralelos, con pediatras y enfermeras, para un abordaje menos traumático de las prácticas asistenciales.

La difusión del discurso psicológico en la institución produjo impacto en el resto de los pacientes que consultaban en el hospital. También, la inclusión de este discurso en los medios de comunicación masiva, que se iba produciendo en esa época, colaboró con los cambios en el imaginario popular sobre la locura y sus posibles tratamientos en estos nuevos ambientes. Ya no era solamente el fármaco sino también la palabra.

Para cada área, hubo que hacer docencia y adaptación. No existían enfermeras ni mucamas con experiencia o conocimiento de la atención de pacientes con esas características. En el marco de la interdisciplina que caracterizaba al servicio, se fueron agregando profesionales: terapistas ocupacionales, asistentes sociales, psicopedagogos. Era una avalancha de personas muy jóvenes.

Las profesionales del servicio social que ingresaron en la Sala 18 venían de ser “auxiliares de los médicos”. Las teorías del caso social individual, del servicio social de grupo o de la comunidad, sirvieron como ejes de una práctica distinta, a partir del intercambio. Y la presencia de la asistente social, extendida a distintos espacios del hospital, ayudó a los profesionales de los demás servicios a aceptar la locura. Las asistentes sociales se hallaban incluidas en los equipos de admisión, de consultorio externo y de internación.

La creación de servicios de psicopatología y salud mental en Buenos Aires, a fines de la década del ’60, expresó la asunción de las indicaciones de los organismos internacionales de salud, que propiciaban la desmanicomialización y el ofrecimiento de asistencia en espacios no cerrados. Ese cambio se vinculaba con la ruptura de la hegemonía manicomial y la inclusión de otros saberes en la práctica asistencial. El proyecto fue interrumpido en 1976 por la dictadura militar. Hoy, cuando se han agudizado las dinámicas de integración pero también las de exclusión social, es imprescindible pensar cómo se abordaba, ya entonces, la salud mental.

* Extractado del trabajo “Hospital Pirovano Sala 18. Historia de un cambio cultural”.

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