Jue 22.06.2006

PSICOLOGíA  › SOBRE LOS PERSONAJES QUE TODOS CONSTRUIMOS

“Yo soy así”

A partir de la práctica del psicodrama, el autor sostiene que la noción de “personaje” es aplicable a cada sujeto, en la vida cotidiana y en la intimidad.

› Por CARLOS CALVENTE *

Un paciente, ante situaciones que le costaba manejar y lo angustiaban, decía: “No encuentro el personaje”. El se imaginaba a sí mismo como si viviera en una película y, cuando encontraba el “personaje”, se sentía dueño de la situación, no se sentía expuesto. El estaba atrapado por un personaje: el del que tiene que encontrar el personaje. Ese personaje que lo atrapaba, no el que él creía encontrar, es el que hay que discernir. Otra paciente, con muchas inhibiciones e inseguridad en su vida cotidiana, se transformaba en un personaje seguro, desinhibido, en cuanto llegaba al aeropuerto para salir de viaje. Ella hablaba con frecuencia de sus primas, hijas de un tío diplomático que viajaba mucho y a quien admiraba; no advertía que el cambio que experimentaba al viajar tuviera relación con este tío.

Hay personajes de origen oscuro que nos atrapan y se nos imponen. Son los personajes de los que habla Joyce Mac Dougall (Teatros de la mente, ilusión y verdad en el escenario psicoanalítico, Tecnipublicaciones, Madrid, 1987): el guión que representan estos personajes fue escrito por otros, de los que uno no tiene conciencia pero sufre las consecuencias. Así, está el que se lamenta, el que siempre se porta bien, el que siempre se porta mal, el que tiene que ser la alegría. No son roles, no son simplemente “el alegre” o “el quejoso”; son verdaderos personajes, que se manifiestan en diferentes roles: en el trabajo, entre amigos, en los grupos, en la terapia. Son estereotipos anclados en el carácter (character es la expresión inglesa para referirse al personaje). Son respuestas viejas a situaciones nuevas, racionalizadas como “yo soy así”. En su origen, estos personajes fueron respuestas creativas: su función fue dar respuesta a un vínculo o vínculos que así lo requerían.

El personaje es un conjunto de representaciones, con una estructura propia que le da autonomía y produce determinados efectos. Sostengo que los personajes teatrales y los personajes de la mente tienen un origen y una función comunes. La diferencia consiste en que el creador teatral consigue elaborar una estructura que logra valor universal. Los personajes de la mente tienen una estructura a medias elaborada, a medias impuesta por la angustia y el entorno; su validez es individual, privada.

El personaje ocupa un lugar intermedio entre la elementalidad del rol o la identificación y la complejidad de la identidad. Jacob Levy Moreno observó que en casos especiales, como los de Buda o Cristo, el personaje puede ser tan importante que incluya a la persona privada. Esto sucede también en los trastornos del carácter donde un mismo personaje, rígido, se hace presente en la mayoría de los vínculos.

Las funciones de cada personaje están ligadas al contexto, a su origen y a su proceso de formación. En cuanto a su origen, discernimos: el personaje privado originado en la subjetividad, por ejemplo “El Amigo Invisible”, “El Escritor”; el que tiene origen en los vínculos, por ejemplo “El que Siempre se Queja”, “El Prematuro”; el que se origina en el colectivo social o en los grupos terapéuticos: “El Hombre en busca de Sentido” (Frankl, V., El hombre en busca del sentido, ed. Gerde); “El Hombre Inmovilizado por la Emoción”.

Con respecto al proceso de formación –retomando la conceptualización que formuló Moreno en relación con los roles–, se pueden discernir personajes con bajo nivel de espontaneidad: suelen racionalizarse como: “Yo soy así y tienen que aceptarme”. Su función es especialmente defensiva. Ocultan profundas heridas narcisistas, historias de rechazos. Han vivido la no aceptación por figuras significativas en aspectos que sienten esenciales: apariencia, sexo, inteligencia, vitalidad. Son personajes difíciles de acompañar y de cambiar. Su estructura se fue armando con identificaciones negativas, roles congelados, desencuentros y mucha soledad. Un rasgo que acompaña a estos personajes es su poco sentido del humor.

El personaje jugado, en cambio, presenta mayor nivel de espontaneidad. En su construcción se aprovecha la experiencia y la práctica. Admite la sorpresa y tiene posibilidad de respuesta espontánea. Es el personaje que usamos en situaciones de compromiso social, laboral, en relaciones nuevas; ayuda en el manejo de la ansiedad propia de esas situaciones. Es menos impuesto y más lúdico. Se viste con ropas diferentes según cada quien. Un poco de seducción, un poco de buenas maneras, un toque de seriedad, una apariencia relajada, todo según el guardarropa disponible. Estos personajes toman en cuenta la imagen y hacen, en las mejores situaciones, un buen uso de ella. El personaje jugado puede dejarse de lado en la medida en que aumenta la seguridad; permite que aparezca la persona detrás del personaje. Provee protección a los distintos roles donde es requerido y durante el tiempo necesario.

Finalmente encontramos al personaje creativo, que se confunde casi con la persona. Es el que permite mayor espontaneidad. El no sólo es lo que hace, sino que hace lo que es. De todos modos, salvo casos excepcionales representados por Cristo o Buda, la persona privada continúa presente con dudas, incertidumbres, emociones que interfieren en la creatividad y generan el personaje.

En el contexto privado, íntimo, los personajes funcionan como interlocutores con los que se dialoga para tomar decisiones o para sentirse acompañado. También funcionan como jueces: la voz de la conciencia suele expresarse como personaje. En la clásica viñeta del ángel y el diablito, uno de cada lado, se trata de personajes que expresan el deseo y el castigo ante determinadas situaciones. Los personajes de la intimidad no son compartidos ni revelados con facilidad. Se muestran con cautela, con timidez; son muy sensibles. Son producciones de la subjetividad que requieren un trato sumamente delicado: aparece el temor al ridículo o a ser tomado por loco.

Hay otros personajes que se muestran mejor en el grupo, donde aparecen como modos de ser. Presuponen un interlocutor al que el personaje se adecua para relacionarse. En estos casos, para comprender el personaje resulta necesario descifrar el interlocutor que este personaje asigna. Logrado esto, en situaciones terapéuticas, uno puede asumir deliberadamente este interlocutor y proponer un cambio de roles.

Otro tipo de personaje es el que se va dibujando a través de relatos de situaciones con terceros: la esposa, el jefe, el compañero de trabajo. Aparecen conductas reiterativas con un denominador común, que es el personaje. Comprender qué personaje está en juego permite iluminar un aspecto compulsivo; detectar cuándo y para qué aparece ayuda a rastrear sus orígenes y su historia, a fin de poder modificarlo.

El contexto grupal facilita la emergencia de otros personajes. Por una parte, los ya mencionados en el contexto individual se expresan en confrontación con otras subjetividades y respuestas diferentes a situaciones similares. Luego, y en esto descansa mucho de la riqueza del grupo, el modo particular como cada uno procesa sus vivencias y conflictos se plasma en un personaje. Aparecen así el desconfiado, el ingenuo, el manipulador, el emotivo, el loco. Cada personaje porta su historia de identificaciones y roles congelados, que se harán más flexibles e intercambiables en la medida en que el grupo terapéutico evoluciona. Otros son los personajes latentes de la dinámica grupal: el chivo expiatorio, el líder, el ayudante, el protagonista. Se agregan finalmente los personajes que los integrantes construyen en sus dramatizaciones y que pasan a ser patrimonio de la cultura grupal.

* Integrante de la Sociedad Argentina de Psicodrama. El texto anticipa cuestiones que serán debatidas en las próximas Jornadas Nacionales de Psicodrama, a partir del 30 de junio.

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