PSICOLOGíA › SUBJETIVIDAD DE LA MUJER CIENTIFICA
Tomando como referencia y paradigma el caso de Marie Curie, la autora examina las dificultades que todavía enfrentan las mujeres dedicadas a la ciencia y desmonta algunos de los mecanismos que funcionan para hacer invisible la discriminación.
› Por Emilce Dio Bleichmar *
Cuando se menciona a Marie Curie, su perfil siempre va precedido por los calificativos como “la primera”, “la única”. Su nombre aparece como una excepción junto al exclusivo conjunto de genios masculinos de la física: Einstein, Newton y Galileo. Pero ese perfil es también de larga tradición femenina: la científica estoica, romántica, que llega a cotas de heroísmo. ¿Cómo hizo Marie Curie en los comienzos del siglo pasado para ser la única mujer que ha ganado dos premios Nobel? Y, también, ¿cuáles son los efectos subjetivos e interpersonales de ese lugar de excepción, de ejemplaridad, que parece aún esperarse de las mujeres que aspiran a una carrera en la ciencia y la tecnología?
Examinando con orientación de género la historia de la ciencia, se advierte el ocultamiento, o el mantenimiento sistemático en un segundo plano, de la aportación de las mujeres a partir de finales del siglo XIX. Un ejemplo es el de la física Lise Meitner, quien participó junto a Otto Hahn en descubrimientos fundamentales para el desarrollo de la energía atómica –la fisión de núcleos de átomos pesados–: Hahn obtuvo el Nobel en 1945, premio que nunca recibió Meitner; y la contribución decisiva de Rosalind Franklin para la determinación de la estructura helicoidal del ADN, datos de los que se apropiaron sin reconocimiento alguno Wilkins, Watson y Crick, quienes recibieron el Nobel a la muerte de Rosalind.
La tradición, la influencia de la larga historia de las academias ha sido una de las razones esgrimidas para explicar las dificultades de las mujeres para ser admitidas en ellas. La Royal Society de Londres, fundada en 1662, no aceptó mujeres entre sus miembros hasta 1945, cuando recibió como miembro a Kathleen Lonsdale por sus investigaciones cristalográficas que condujeron a describir la estructura del diamante. Este tardío reconocimiento no se debió a una falta de mujeres científicas en Inglaterra, cuya presencia se verifica desde el siglo XVII.
Como estimulante contrapartida, la excepcional carrera científica de Marie Curie había culminado con el reconocimiento de la comunidad científica internacional; recibió el Nobel de Física en 1903, junto a Pierre Curie, y el de Química, en solitario, en 1911. Sin embargo, tampoco ella sería admitida en academias científicas.
Aun en la actualidad los retos son constantes y es absolutamente necesario que sepamos desenmascarar los mecanismos mediante los cuales se reproducen continuamente situaciones de desigualdad. Autoras como E. Fox Keller (Reflexiones sobre género y ciencia, Institució Alfons el Magnànim, Valencia), Harding (Ciencia y feminismo, ed. Morata) y Celia Amorós (Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y posmodernidad, ed. Cátedra) han examinado la orientación androcentrista de los contenidos científicos. Harding afirma que la búsqueda de una ciencia no sexista debería asumir la imposibilidad de la investigación objetiva, en el sentido de ausencia de valores e intereses sociales en el proceso de investigación, matizando que no es buena ciencia la que está libre de valores, sino la que persiga fines emancipatorios: valores participativos, no racistas, no clasistas y no sexistas.
Teresa del Valle (“Identidad, memoria y juegos de poder”, revista Deva, Nº 2, 1995) identifica en clave de género cuatro mecanismos o estrategias para la neutralización de los aportes de la investigación de las mujeres:
a) La usurpación. Supone la apropiación indebida de ciertos saberes o conocimientos para reformularlos de tal manera que no permitan identificar la autoría. El caso más sonado quizá sea el de Rosalind Franklin y el ADN. Watson y Crick descubrieron el helicoide del ADN, pero los datos con que resolvieron el resto de la estructura se basaban en los resultados obtenidos por Franklin (A. Sayre, Rosalind Franklin y el ADN, ed. Horas y horas, Madrid, 1997): “Que Rosalind Franklin no esté en la lista de los Nobel no es lo más deplorable de todo. Lo peor es la enorme cantidad de listas en las que no está”.
b) La devaluación. Argumenta que tras investigaciones efectuadas por mujeres hay un afán reivindicativo que restaría valor a su contenido científico. Escribe Sayre: “Cuando Rosalind le demostró a Crick que su teoría sobre el eje azúcar-fosfato situado en el exterior de la molécula estaba fuera de toda duda, Watson, en su libro The Double Helix, comentó que ‘la intransigencia demostrada por Rosalind respecto a sus afirmaciones previas sobre este tema reflejaba ciencia de primer orden y no la exaltación de una feminista mal aconsejada’”.
c) El silenciamiento. Se pretende desconocer la existencia misma del conocimiento. Esto es lo que ocurre con gran parte de los estudios de género o realizados por mujeres que contradicen o ponen en entredicho lo consagrado por la ciencia oficial. Mi texto El feminismo espontáneo de la histeria (ed. Siglo XXI), en el cual se explica ese cuadro como adaptación y estrategia frente al deseo y la sexualidad –dominio en el que la mujer ha tenido muy poca libertad para vivir plenamente, siempre perseguida por la sombra de la prostituta como mito de esa libertad–, no es citado en los medios psiquiátricos y psicoanalíticos. La Unión Europea y distintos gobiernos apoyan crecientemente los estudios de género y, con cierta habilidad de gestión, se obtienen fondos para investigar en temas de salud, educación y promoción de la mujer, pero la investigación feminista no recibe el reconocimiento institucional que merecería por la calidad y envergadura de los estudios producidos.
c) El lapsus genealógico. Consiste en anunciar, como si se tratara de investigaciones pioneras, temas que en realidad forman parte de una tradición ya elaborada por las mujeres. Actualmente, resultados de dos décadas de estudios y denuncias por parte de las mujeres, como la violencia de género, la discriminación de la homosexualidad, el riesgo oncológico de la terapia hormonal sustitutiva, que durante años fueron criticadas por ideológicas y feministas, son enarbolados en campañas por todo tipo de agentes e instituciones, sin mencionar el mérito que les cabe a las propuestas y campañas llevadas a cabo por mujeres.
Dado el hecho de que el lugar que ocupan las mujeres en ciencia y tecnología no se corresponde con sus méritos, sino que continúa la discriminación por sexo, ¿cómo reaccionan aquellas que parecen inasequibles al desaliento? Deben seguir un recorrido plagado de microdesigualdades, que se van acumulando y generan un ambiente hostil, que disuade a las mujeres para ingresar, permanecer o promocionarse en las ciencias. Las prácticas informales consiguen efectos demoledores y las relaciones sociales entre colegas, fuera del laboratorio o lugar de trabajo, son identificadas como las más influyentes para sus carreras académicas. Una mujer me relataba que el factor de mayor importancia para ser elegida como presidenta de encuentros de primera magnitud resultó ser que desde niña le gustaba la montaña, las escaladas de los 3000 y hasta 4000 metros se le daban muy bien. Esto le proporcionó un sitio entre los colegas de mayor prestigio y así logró traspasar el “techo de cristal”. Una vez alcanzada una posición de primera línea, tuvo miedo de perderla si se unía al grupo de mujeres que se hallaban claramente discriminadas; se dijo que iban a confundirla con compañeras que los hombres del laboratorio no valoraban, cuando en verdad esa desvalorización se sustentaba en la competencia y la rivalidad. Este es un ejemplo de la falta de solidaridad entre mujeres, que, como miembros de un colectivo de menor poder, necesitan heroínas que no teman el exilio o el desprecio de la clase dominante.
Las mujeres disponen de menos recursos presupuestarios, les es más difícil obtener servicios del personal de apoyo, se las sitúa en despachos mal ubicados, carecen de acceso a las redes de iniciados para obtener información y no disponen de un grupo de mentores para solicitar asesoramiento y apoyo. Y las que llegan al final del via crucis, ante la presión del medio a favor del conformismo, niegan la existencia de barreras discriminatorias. El conflicto queda así disfrazado como si fuera una cuestión entre mujeres, una pelea doméstica a la que no se debe prestar atención.
La situación opuesta se da cuando se prioriza la amistad. Una mujer miembro de un colectivo llegó a finalista en un concurso: cuando se les preguntó a las demás integrantes del grupo cómo se sentían ante el hecho, aparecieron propuestas de que se dividiera el premio entre las finalistas, o “dar el premio a todo el equipo”, “olvidarse del premio, ya que al fin y al cabo es sólo una pieza de metal”. Todas las opciones apuntaban a sacrificar el premio y mantener la amistad que se hallaba amenazada, así como los valores y sentimientos de la feminidad tradicional. El malestar de las mujeres emancipadas podría llevar al error de que el punto débil es la confrontación con el poder, frente al cual las mujeres no despuntan, o que quizá las mujeres no están de acuerdo con el poder, o que somos mucho más democráticas, argumentos que se deslizan hacia la autoidealización. El malestar radica en no conocer bien las propias razones o en no poder defenderlas en voz alta.
Estos obstáculos de carácter informal han sido uno de los aspectos considerados en un estudio de 1995 conocido como Access Studies (Sonnert, G. (1995). Who succeeds in Science? The Gender Dimension, Rutgers University Press). Se basó en entrevistas personales a 699 científicos –-191 mujeres y 508 hombres– que habían recibido subvenciones de la National Science Foundation de Estados Unidos. El estudio mostró que la discriminación de género no había sido erradicada y, otra vez, que las relaciones sociales entre colegas fuera del laboratorio eran señaladas por las mujeres como muy influyentes en su carrera académica. El estudio advierte que, para superar dificultades profesionales, a las mujeres les son más necesarios los apoyos familiares y sociales, respecto de los cuales los hombres son más independientes. El estudio saca a la luz, en forma implícita, la aceptación del reparto de roles entre los géneros: las tareas domésticas y el cuidado de la familia corresponden a las mujeres, aunque éstas tengan vida profesional fuera del hogar.
El mismo trabajo muestra cómo la percepción de la discriminación, por parte de las mujeres, conduce a diferencias de comportamiento entre los sexos. Estas diferencias se manifiestan en estilos de trabajo: las científicas tienen más cuidado en la elaboración de las conclusiones y resultados de sus trabajos; dan mayor importancia a relaciones cordiales en el grupo; tienen más tendencia a rodearse de mujeres en sus equipos. Por lo tanto, este estudio difunde diferencias de comportamientos como si fueran por naturalezas diferentes. El estudio está especialmente dirigido a aquellas personas que desean acceder a la carrera científica, especialmente mujeres, con el fin de que conozcan las barreras y dificultades que podrán encontrar y la forma en que las científicas en actividad, y también las que han abandonado, se comportaron ante tales barreras. Parafraseando el título del libro de Spencer y Sarah Aprender a perder. Sexismo y educación, podemos postular que la educación en la situación de las mujeres dentro del sistema científico ha cumplido la función de enseñarles a perder. De modo que terminan resignándose: las que permanecen y no abandonan tienden a dedicarse a la enseñanza o a actividades fuera del ámbito de la investigación; la comunidad científica interpreta esto como falta de ambición, interés o condicionamiento natural. La falta de reconocimiento resulta autocatalítica, como lo ha explicado R. Merton (“The Matthew effect in science. The reward and communication systems of science are considered”, revista Science, 159, pp. 56-63, en lo que llama “el efecto Mateo”, basado en las palabras del evangelista: “Al que tenga se le dará y tendrá abundancia y al que no tenga se le quitará lo poco que tenga”.
En los efectos subjetivos de la falta de reconocimiento, cala hondo el estereotipo de la feminidad dedicada a la vida privada y a actividades de cuidado y formación. La discriminación sexista no tiene como consecuencia un menor éxito escolar o académico (el número de graduaciones universitarias va en aumento), sino una devaluación y limitación de las oportunidades y salidas profesionales. Si la inseguridad, la inestabilidad en la autoestima, la tendencia a un autoconcepto devaluado y una expectativa siempre por debajo de sus méritos caracterizan como estereotipo a la feminidad, esto también se aplica a las mujeres científicas y tecnólogas, a pesar de su alto rendimiento cognitivo y su capacidad de tenacidad y esfuerzo. Pero cambia radicalmente cuando las condiciones varían hacia el reconocimiento, en la posibilidad de encontrar apoyo y contar con una red de relaciones.
El Access Study señala que las mujeres casadas publican más que las solteras, y, entre las casadas, las madres más que las que no tienen hijos. Pero, aplicando el microscopio de observación de género, se constata que cuatro de cada cinco de esas mujeres casadas lo estaban con científicos, y publicaban un 40 por ciento más que las cónyuges de otros profesionales. La maternidad les exigió una dedicación tal que les llevó a abandonar cualquier actividad distinta del trabajo y del cuidado de los hijos; el tiempo empleado en ello le fue arrebatado al ocio. Las obligaciones familiares que la maternidad genera en las mujeres las apartan de las reuniones informales convocadas a última hora, de los contactos fuera del laboratorio, reuniones que conducen a la creación de redes personales con influencia profesional, es decir: no llegan a ser parte del club (Cole, Jonathan y Zuckerman, Harriet, “Marriage, Motherhood, and Research Performance in Science”, en The Outer Circle. Women in the Scientific Community, ed. Norton & Company, 1991).
Lo que se denomina “conciliación entre el trabajo y la familia” no es fácilmente factible. Muchas mujeres terminan pidiendo una licencia o simplemente abandonan sus proyectos sustantivos para poder dedicarse a la crianza, tras darse cuenta de que tratar de ser investigadoras full-time y madres devotas y disponibles las conduce a un doble fracaso. Esta sensación de fracaso causa desesperación, angustia y sobre todo un profundo sentimiento de culpabilidad y una profunda falta de esperanzas, ya que la mujer cree que es su propia falta. Pero el problema no depende sólo de una solución individual o de la participación de las parejas en el cuidado de los niños, sino que la sociedad necesita construir un contexto adecuado para encontrar nuevas y diversas alternativas que apoyen a las mujeres, a los hombres y a las familias.
¿Cómo hizo Marie Curie para conciliar sus investigaciones con la maternidad de Eva e Irene –Marie e Irene: ambas Premios Nobel– sin ayuda doméstica? La biografía de Marie Curie parece una novela. Polaca, pobre, llegó a París y trabajó para pagarle la carrera a su hermana y luego la suya propia. Era miembro de una familia unida que la apoyaba y creía en ella. Deslumbró por su inteligencia a Pierre –investigador reconocido en la academia– y junto a él desarrolló su carrera de investigadora y su vida privada. Si bien los miembros de la academia la miraban con recelo, el ser la esposa de un afamado francés, que le brindaba todo su apoyo y admiración, debe haber tenido mucho que ver. Profundizando en los marcos personales y su influencia en las carreras de las mujeres científicas célebres, se advierte el papel primordial que pudieron haber desempeñado sus parejas. Hombres ilustrados que compartieron con sus mujeres valores más igualitarios que sus contemporáneos, con su apoyo hicieron posible que ellas llevaran a cabo sus proyectos profesionales, como es habitual y generalizado el apoyo con el que las esposas de científicos hacen posible las carreras de ellos. Las parejas de científicos constituyen una muestra especial, dentro de la cual las mujeres han encontrado ventajas e inconvenientes; entre estos últimos, el riesgo evidente de no ser reconocidas independientemente de su pareja, cosa que sí logran los científicos hombres en el caso de que compartan trabajos con sus cónyuges.
* Extractado de la conferencia “¿Todas Madame Curie? Subjetividad e identidad de las científicas y tecnólogas”. La versión completa puede leerse en la revista electónica Aperturas Psicoanalíticas.
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