Jue 21.06.2007

PSICOLOGíA  › ACERCA DE LOS “EXCEPCIONALES”

“Yo merezco un trato especial”

Hay personas que, por sentir que han recibido determinados perjuicios en su infancia, actúan como si se les adeudara un trato privilegiado, ya que son “excepcionales”. Claro que esta posición subjetiva es difícil de sostener.

› Por Norberto Giarcovich *

En los tres ensayos que Freud escribió bajo el título “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico”, se interroga sobre ciertas conductas que resultan sorprendentes y que tienen un rasgo en común: no soportan alcanzar el éxito. De estos tres ensayos, los dos últimos –“Los que fracasan cuando triunfan” y “Los que delinquen por conciencia de culpa”– fueron los que llamaron más la atención, ya sea porque aportaron una nueva lectura del acto delictivo o porque el sentimiento de culpa inconsciente dio cuenta de esos “fracasos” que hasta ese momento resultaban inexplicables. El restante, denominado “Las excepciones”, pasó más desapercibido y se diferencia de los anteriores, entre otros motivos, porque no se encuentra en las manifestaciones de los sujetos allí descriptos culpa alguna. Freud describe allí un tipo muy particular de carácter que solemos encontrar a veces en la experiencia, el de aquellos que se sienten víctimas, que están aferrados a privilegios y se niegan a resignarlos; son personas que suponen que la vida les debe algo, por lo tanto se ubican de una manera opuesta a “Los que fracasan...”, ya que estos últimos siempre están en deuda.

Este lugar privilegiado les genera complicaciones, por ejemplo cuando intentan comenzar un análisis, debido a que en su demanda predominan los reclamos al analista; suponen que éste debería darles la solución a sus problemas sin que ellos hagan nada para conseguirlo. Freud señala lo difícil del trabajo psicoanalítico cuando, al tratar a estos pacientes, tiene que instarlos a que renuncien a una ganancia de placer fácil o inmediata frente a la promesa de hallar otra más segura aunque pospuesta. Se ve llevado a aclarar que, a diferencia de la religión, no pide la renuncia a todo placer sino sólo de aquellas satisfacciones a las que inevitablemente sigue un perjuicio. Pese a esto, la respuesta que obtiene es la siguiente: dicen que ya han sufrido bastante y que tienen derecho a ser excusados, que son excepciones y que van a seguir siéndolo.

En realidad, la primera parte de sus explicaciones pareciera acercarse al comienzo de una melancolía (en la condición de víctimas) o incluso de una paranoia (en la condición de perjudicados), pero lo propio del caso es que no se quejan en absoluto ni acusan a otros de perjudicarlos, sino que exigen privilegios.

Si bien para cualquiera resultaría tentador presentarse como una excepción y reclamar privilegios sobre los demás, hace falta algún fundamento particular para que esto pueda justificarse. La justificación puede brindarla el haber padecido alguna enfermedad o haber sufrido un daño importante en la primera infancia, que a posteriori fue estimado como un injusto perjuicio inferido a su persona. Luego, plantea Freud, los privilegios que se arrogaron, y la rebeldía que se suscitó, agudizaron los conflictos que más tarde llevaron al estallido de la neurosis.

Freud presenta sucintamente dos casos donde lo expuesto se vio corroborado: una paciente había sufrido un doloroso padecimiento orgánico, que sobrellevaba con resignación pero, cuando se enteró de que era una afección hereditaria, se alzó en rebeldía; un joven, que se creía tutelado por una Providencia particular, había sido, de lactante, víctima de una infección que le había trasmitido la nodriza y, por el resto de sus días, vivió de sus reclamos de resarcimiento, sin saber ni por asomo el fundamento de su pretensión.

Freud no comunica mucho más de esas historias; tampoco profundizará, como dice, en la sugerente analogía entre “la deformación del carácter tras un prolongado achaque en la infancia y la conducta de pueblos enteros”, analogía que sin duda remite al trauma. En cambio, aclara, la pretensión de excepcionalidad se enlaza íntimamente con los factores del daño congénito y es motivada por este último, como ocurre en la tragedia de Shakespeare Vida y muerte del rey Ricardo III.

Allí, en el monólogo introductorio, Ricardo, duque de Gloucester, dice que, al no poder actuar como amante, al haber sido temprana y arteramente perjudicado por la Naturaleza, privado de la bella proporción, sin poder cortejar un amoroso espejo, se ha resuelto a actuar como villano. Vemos plasmada en estas afirmaciones una suerte de reivindicación por un daño sufrido tempranamente, aunque nada de ello parece justificar la decisión de actuar como villano. ¿Cuál es, entonces, el estatuto de ese daño congénito que suministra motivos para suponerse una excepción?

En lo que hace a su valor patogénico, un determinismo orgánico congénito puede ser asimilado a una fijación, aunque la diferencia mayor radica en que la fijación deja siempre lugar para lo traumático, lo que puede ser evocado históricamente y traducido en huellas psíquicas, mientras que la rebeldía frente a lo congénito puede ser, en el fondo, el rechazo a un determinismo familiar cuyo origen siempre es mítico.

La obra teatral a la que Freud nos envía ocupa el lugar de un mito, en tanto inscribe poéticamente algo que opera en el límite y muestra crudamente dos manifestaciones de lo fálico: el defecto y el exceso. El primero estaría representado por el daño que sufrió Ricardo en forma temprana, mientras que el segundo, el exceso, aparece cuando él procura por todos los medios que lo nombren rey, aunque no le corresponda.

En este ejemplo encontramos descriptos tres puntos principales que caracterizan a las excepciones: 1) el perjuicio ocurrido en su infancia (común), que provocó resignación; 2) un daño congénito (excepcional), que desató la rebeldía; 3) el reclamo de privilegios.

Con respecto al primero, Freud afirma que los motivos por los cuales este villano obtiene las simpatías del lector residen en esa idea de desdicha, común en nuestra infancia, precisamente por haber sufrido afrentas en nuestro narcisismo. El perjuicio ocurrido en la infancia se relaciona entonces con la caída del ideal, de esa supuesta perfección que se gozó una vez y se perdió por efecto de la castración. Freud se detiene en este punto, y afirma que Ricardo es una magnificación gigantesca de este aspecto que descubrimos también en cada uno de nosotros.

No lo somos

Esta interpretación de Ricardo III aclara la causa del primero de los reclamos, pero, al mismo tiempo, genera las mayores dificultades para ubicar la estructura de lo que está describiendo. Tratándose del ideal del yo, del intento para recuperar la perfección perdida del yo ideal, entenderíamos que se refiere a los dos narcisismos, lo cual remite al campo de las depresiones, con predominio del registro imaginario. Sin embargo, la insistencia de Freud en el segundo punto, en el daño congénito como un suceso que efectivamente ocurrió, más el hecho de que, en Ricardo, no encontramos el menor vestigio de depresión, avala la presunción de que también queda incluido algo real.

Cuando Freud alude a Ricardo III, no trata sólo de eso que nos pasa a “cada uno” de nosotros: querer ser una excepción (lo cual deja en claro que no lo somos); se refiere a aquellos que, como Ricardo, sí se comportan como si fueran una excepción.

Ese daño sufrido tempranamente remite a una afrenta que, cuando ocurrió, no se estaba preparado para recibirla, lo cual presenta una cierta similitud con el trauma. Además, el hecho de que las excepciones manifiesten su rebeldía cuando descubren que ese daño es congénito, pone de manifiesto un rechazo a aceptar quedar ubicados dentro de determinada cadena generacional. Esto que, en el relato del paciente, aparece en segunda instancia, puede estar en verdad en primer término y operar luego como un equivalente imaginario de la castración.

En los sueños infantiles encontramos una diferencia entre los conflictos producidos por el sentimiento de culpa inconsciente y aquello que es producto de algo real. Freud va a plantear dos “excepciones” a la tendencia de la realización del deseo del sueño: la aparente y la efectiva. La excepción aparente va a estar dada por los sueños punitorios, generados por el sentimiento de culpa inconsciente, mientras que la excepción efectiva va a ser producto de una neurosis traumática.

Estos sueños que reproducen el trauma generan un montón de angustia tal que llevan al despertar, y su objetivo no es el cumplimiento de deseo sino provocar esa angustia que faltó cuando el trauma se produjo.

Así, en las excepciones se hace referencia, tanto a la frustración, producto de un daño imaginario, como a un daño efectivo, equiparable a aquello que Freud interrogó en las neurosis de guerra. Un exceso de libido que el aparato psíquico no pudo asimilar, situado en esa etapa precoz, donde “aún no se estaba preparado”.

En este sentido, deja de tener importancia comprobar si el hecho efectivamente ocurrió o no. De lo real sólo restará su huella mnémica, y no necesariamente un daño físico; de lo imaginario, quedarán las reivindicaciones.

A su vez, el sujeto intentará recuperar el dominio sobre ese estímulo cumpliendo una función que es independiente del principio del placer, más originaria, tratando de ligar esas impresiones a través de la compulsión de repetición. Resta indagar la llegada de la neurosis.

Freud entiende que el hecho de persistir en el reclamo de privilegios, la no aceptación de ser uno más entre todos, es lo que lleva al estallido de la neurosis. Es evidente que esta posición “privilegiada” de las excepciones es difícil de sostener, al tiempo que potencia su rebeldía y aislamiento. Aislamiento que puede ser uno de los componentes que llevan a contraer la enfermedad, al conducirlo a la frustración duradera de la satisfacción, a un estancamiento e introversión de la libido cuyas fijaciones infantiles entrarían en conflicto con la realidad.

Estos casos de “frustración duradera de la satisfacción” conllevan un componente inhibitorio que termina por reproducir el hecho traumático en el punto de “nunca estar preparado”.

Sin embargo, en Ricardo III no nos encontramos con una fijación de características negativas, sino, en todo caso, positivas, donde la escena que se repite compulsivamente presenta algunas modificaciones respecto de la original. En ella, el sujeto ya no está padeciendo sino que hace padecer a los otros, y no sufre algo injustamente sino que se siente justificado para alcanzar sus objetivos por cualquier medio.

Vemos que en esta repetición se produjo una inversión en los términos; sin embargo, esto no le posibilita al sujeto una salida del conflicto sino que, en cierto modo, lo reproduce. Ricardo, al eliminar no sólo a sus rivales sino también a su mujer, a aliados y colaboradores, termina por quedar tan aislado como al principio. Incluso, al imputar sistemáticamente la causa de sus padecimientos al daño sufrido tempranamente, queda en una posición que supone poseer “un saber” sobre la verdad que se contrapone con el “no saber” del inconsciente, lo cual lo condena, como veíamos, a reproducir lo padecido o a hacerlo padecer a los demás.

El hecho de que Freud, para hablar de las excepciones, proponga una obra literaria, avala la hipótesis de que se trata de algo primario. Al mismo tiempo, si decimos que Ricardo remeda el trauma y éste es previo al Edipo, no afirmamos que es exterior al mismo. Cuando Freud recurre a Shakespeare para dar sustento a su conjetura, utiliza la tragedia moderna en lugar de la antigua y pone en juego la Condena en vez del Destino.

Ricardo III da cuenta del Edipo de manera atípica; prepara el terreno, pero no tratará allí la deuda simbólica sino el daño imaginario. Sus demandas serán compulsivas, sus exigencias desenfrenadas, sin ley ni culpa, y la rivalidad lo transformará en el verdugo de sus hermanos.

Esta crisis de la ley, matanza entre hermanos, es precisamente lo que Shakespeare describe que ocurría en Inglaterra durante la Guerra de las Rosas.

Al finalizar el trabajo, Freud indica que la excepción atañe también a las mujeres y es una posición específicamente femenina. Sus pretensiones a ciertas prerrogativas descansan en el mismo fundamento “congénito”: haberse sentido perjudicadas en su infancia por haber nacido niñas y no varones, es decir que, para Freud, la cuestión de la “excepción” se juega en el complejo de castración.

* El texto completo, titulado “Las excepciones”, se publicó en Conjetural, revista Psicoanalítica, Nº 45.

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