Jue 27.09.2007

PSICOLOGíA  › ACERCA DE LA INTERPRETACION EN PSICOANALISIS

¿El vaso es verde, el vaso es bordó?

› Por Norberto Rabinovich *

Alguien cree saber que tiene un vaso de color bordó, pero ese saber es engañoso porque el vaso es transparente: el color deriva del vino que contiene. Para revelar el engaño, viene un tipo que “se las sabe” y llena el mismo vaso con tintura verde. Después de la sorpresa y anonadamiento ante la revelación, el sujeto termina por creer que el verdadero color es verde, que siempre fue verde aunque no lo sabía y que eso le fue revelado gracias a la manipulación que hizo el otro tipo. La verdad es que ambas versiones están sostenidas en efectos imaginarios: el vaso como tal no tiene ningún color y, por consiguiente, puede adquirir cualquiera. El significante, cada significante es como un vaso vacío, no tiene sentido propio y puede articularse en infinitos sentidos. Por eso, en psicoanálisis, dar sentidos no constituye la meta final de la interpretación.

Aunque siempre se aceptó que la interpretación analítica apunta a dar un significado diferente o nuevo a los dichos del analizante, o a revelar en ellos un significado oculto, ése no es su objetivo primordial, sino, en todo caso, una consecuencia cuyo valor es secundario. Jacques Lacan (“Conferencias en las universidades de Estados Unidos”, 1975) sostuvo que “la interpretación no debe ser teórica, sugestiva, imperativa. Debe ser equívoca. No está hecha para ser comprendida, sino para producir oleaje”, y que el analista “debe tener siempre en cuenta que en eso que está dicho existe lo sonoro y eso sonoro debe consonar con lo que es el inconsciente”.

Lacan enseñó que la interpretación analítica no debe recaer sobre el sentido, sino sobre la estructura literal, el material sonoro del dicho. La finalidad de esta operación estriba más en un vaciamiento del sentido de los significantes que en la producción de nuevos sentidos, aunque ambos efectos van de la mano. El significado, inevitablemente, es parcial, ambiguo, aproximado y, fundamentalmente, es supuesto. La certeza subjetiva no la aporta el sentido de las palabras, sino el sinsentido de la letra. Esta propuesta pone patas para arriba todo lo que tradicionalmente se había entendido en torno de la interpretación analítica; aunque es coherente con la práctica interpretativa que empleaban Freud y sus mejores continuadores.

Hay un primer tiempo del discurso del analizante en el que el significante –como aquel vaso de vino– viene enlazado con algún sentido y un tercer tiempo donde el equívoco, introducido por la interpretación revela una nueva significación. Entremedio, hay un paso en el cual, por un instante, el significante queda vacío de significado –como el vaso vacío– y reducido a su estatuto puramente literal. Es un punto donde convergen, se confunden, el sonido y el sentido.

La interpretación debe tomar en cuenta lo sonoro porque se trata de que lo sonoro resuene, “consuene” con el inconsciente. En esta perspectiva, no debe ser explicativa, sino poética. Se trata de un mensaje singular que no se dirige al yo, a la conciencia; no pretende ampliar las fronteras del saber, sino que apunta al inconsciente.

Hay una gran variedad de intervenciones del analista que son válidas, aunque no contengan el núcleo lógico del equívoco: señalamientos, aclaraciones, confrontaciones, etcétera. Pero ellas son como arar y abonar el terreno: otra cosa es poner la semilla. “Es únicamente por el equívoco que la interpretación opera. Es preciso que haya algo en el significante que resuene”, decía Lacan en el seminario Le sinthome. La interpretación analítica tiene la misma estructura que un chiste. Ambos juegan con el sonido de las palabras para hacer fallar el sentido dado; no produce el mismo efecto contar un chiste que explicarlo. Lo mismo vale para la interpretación analítica: no debe ser explicativa o comprensiva, y mucho menos normativa o imperativa; debe frotar las palabras para producir “oleaje”.

¿De qué oleaje se trata? De que esa interpretación despierte en el analizante la inventiva, la espontaneidad asociativa, es decir, que remueva las aguas de lo imaginario. Ese oleaje entraña una conmoción en la superficie del saber, que es donde se soporta la censura impuesta a la verdad inconsciente. Y ésta es la clave del asunto. La interpretación analítica tiene la estructura de un acto fallido, porque su meta es que falle el sentido, lo ya sabido; un pequeño giro operado sobre un significante organizador de un mito familiar puede hacer tambalear una creencia infantil forjada a lo largo de muchos años.

* Autor de Lágrimas de lo real. Un estudio sobre el goce (que distribuye en estos días Homo Sapiens), de El inconsciente lacaniano y de Nombre del Padre. Articulación entre la letra, la ley y el goce. El texto publicado es un fragmento extractado del artículo “La interpretación analítica”, que se publicará completo el mes que viene en Letrafonia, Nº 4.

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