Jue 11.10.2007

PSICOLOGíA  › VEINTISEIS VERDADES ACERCA DE LA FEMINIDAD

Lo que quiere una mujer

Se terminó el misterio. Se ha descubierto qué desea una mujer y Página/12 lo revela en forma exclusiva: sepa el lector por qué, “a pesar de los orgasmos, sigue dudando”, sepa por qué “la primera decepción viene de la madre”, sépalo todo. Si el lector no encuentra su respuesta, deberá intentarlo nuevamente.

› Por Miriam Britez, Graciela Etchegoyen,
Marta Fargiano, Libia Nijamkin y
Patricia I. Torres *

¿Cuál es el lugar de la mujer? ¿Mejor estar sola que mal acompañada? ¿Qué quiere una mujer? ¿Gozan de lo mismo el hombre y la mujer? Con estos interrogantes comenzamos nuestro camino.

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Freud considera que, para una mujer, el hombre es fundamentalmente un padre, y, sobre todo, el padre del amor. O bien, peor, puede ser una madre, con los reproches de ella hacia él que esto ha de acarrear.

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Si él es para ella un padre o una madre, hará de la mujer misma un niño, ella quedará acoplada toda su vida al superyó. Freud cree que lo mejor que puede pasar es que un hombre, para una mujer, sea un niño: si lo es, como dice Colette Soler, traerá la paz, pero no la pasión.

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¿Qué es una mujer para un hombre? Una mujer para un hombre es el falo, o un objeto, o el síntoma, según Jacques Lacan. Según Freud, una mujer es, para el hombre, una madre o una puta; en este último caso, no satisfará al amor sino sólo al goce.

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Las niñas están prometidas al lugar del objeto, señalado por el discurso. Una niña puede convertirse en mujer, pero no parte de una respuesta acerca de cómo serlo: deberá recorrer un camino sinuoso, con obstáculos; será necesario que la niña cambie de zona erógena, de objeto, que cambie de meta pulsional, que pase de las pulsiones activas a las pulsiones pasivas para, finalmente, situarse como objeto.

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Freud se pregunta cómo un sujeto puede querer asumir este lugar de objeto: ¿cómo alguien puede subjetivar un rol que el discurso mismo no presenta como del máximo valor? De allí el acento freudiano sobre el dolor irreparable de la privación a la que la niña debe enfrentarse.

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Requisito de la transmisión de la feminidad es castrarse de madre a hija, hacerse objeto de desecho, borrarse como cosa que completa a la madre, para aceptar el vacío del objeto.

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La pregunta acerca del deseo materno es constitutiva de toda subjetividad.

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Como dice la humorista y escritora Gabriela Acher: “Yo soy insatisfecha por parte de madre”.

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En el libro de Marcela Serrano, Nosotras que nos queremos tanto, Sara, profesional exitosa, madre soltera, le pregunta a su propia madre: “¿Nunca te dieron ganas de volver a casarte?”. “Noooo, m’hijita: todos los hombres son malos; y los que no lo son, se mueren.”

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La madre deberá tramitar y aceptar su propia castración, para luego introducir en ella a su hija, sin hacer de la misma el objeto que complete su propia falta. Es, en la madre, el pasaje en la madre de tener el falo a ser un sujeto deseante: deseante de un hombre.

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La madre está condenada a recibir el reproche porque está en el lugar del Otro de la demanda, de la demanda de amor, que es imposible de satisfacer: como tal, va a ser necesariamente decepcionante; la primera decepción viene de ella.

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Pero, también, la mujer encuentra en la madre la mirada que constituye el primer espejo: la transmisión de la feminidad es narcisizante.

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En el mito de Baubo, mito de la melancolía original de la mujer, Deméter ha perdido a su hija Perséfone, arrebatada por Hades, Dios de los Infiernos. En su camino se encuentra con otra mujer, Baubo, quien la consuela haciendo el gesto de levantarse las vestiduras para mostrarle su desnudez: le muestra lo que a ella también le falta, la reconforta con lo que no tiene. Con ese gesto, Baubo provoca la risa de Deméter, lo cual significa la salida del duelo por la hija perdida. Ese acto hace caer el luto.

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La risa caracteriza la posición de la mujer con respecto a la castración de la madre, que no es otra que su propia castración.

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En el hombre hay conjunción del goce y la satisfacción narcisista. En cambio, el goce femenino sobrepasa a la mujer, no la identifica: a pesar de los orgasmos, seguirá dudando sobre si es una verdadera mujer. Ella se fuerza por identificarse por el amor de un hombre: lo que espera de un hombre es que la haga valer como deseable, lo que quiere de un hombre es su deseo; ser dicha, ser reconocida como aquella que causa el deseo de un hombre. El narcisismo femenino es un narcisismo del deseo.

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Para Lacan, el goce netamente femenino no está regulado por la castración: puede ser experimentado, pero se torna indecible; la mujer es amiga de lo real.

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¿Qué quiere una mujer? Puede encontrarse la condición femenina, no en lo que la represente en el discurso sino en el lugar que ella pueda encontrar en el deseo (que es deseo sexual). Una mujer no puede decir lo que es como mujer sino lo que desea. Puede decir que lo que le falta es un hombre pero, a la hora de encontrar una respuesta que designe la relación entre hombre y mujer, como relación de deseo sexual, el lenguaje desfallece. No hay respuesta que indique la manera más segura de situarse para encontrar un partenaire con el que la relación de deseo esté garantizada, ni señal para una satisfacción que se conjugue con la satisfacción del otro.

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¿Qué quiere una mujer? Ella se sitúa entre hacer gozar y ser amada. Se confronta a ser dividida por el goce del partenaire, a ser sobrepasada por su propio goce y a una exigencia de amor imposible de satisfacer.

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Una mujer desea lo que no tiene, a partir de aceptar que ella no lo va a tener nunca, reconociendo que el varón es quien lo tiene y, por lo tanto, que en él está el símbolo de lo que es deseable para ella.

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Una mujer también quiere hacer hablar, que es hacer desear.

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Pero cuando los hombres ven a las mujeres desde la lógica masculina, desde la lógica fálica, dicen: “El deseo femenino es posesivo, ellas quieren castrarnos, atarnos, tenernos a su servicio, quieren quitarnos hasta la palabra, buscan en nosotros lo que les falta...”. Y eso, para un hombre neurótico, es demasiado, es angustioso, es insoportable.

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Las mujeres existen una por una, de manera singular, sin tener nada en común, no sólo con el hombre sino tampoco con otras mujeres.

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Los hombres, en cambio, quedan definidos en su condición sexual por la referencia al falo; de allí la queja tan frecuente de las mujeres, luego de una decepción amorosa: “Todos los hombres son iguales, lo único que quieren es eso”.

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El amor no resuelve la contradicción de los goces.

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El goce femenino es en exclusión: la mujer siempre está en soledad, mal acompañada. Para Colette Soler, la mujer cuya fórmula es “mejor mal acompañada que sola” ha comprendido que estamos siempre mal acompañados, incluso cuando estamos acompañados de lo mejor. Nunca se produce la fusión, la unión de los sexos.

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“Cuando miro hacia el pasado, el jardín me parece un sueño. Era hermoso, encantadoramente hermoso, pero ahora se ha perdido y ya no lo veré más.

He perdido el jardín pero lo he encontrado a él, y estoy contenta. Me ama tanto como puede, yo lo amo con toda la fuerza de mi naturaleza apasionada, y pienso que esto es propio de mi edad y de mi sexo.

Si me pregunto por qué lo amo, encuentro que no lo sé, y realmente no me importa mucho saberlo; supongo que esta clase de amor no es producto del razonamiento y las estadísticas. Pienso que así debe ser. Amo a ciertos pájaros por su canto, pero no amo a Adán por el suyo. Sin embargo, le pido que cante, porque quiero aprender a gustar de todo lo que le interesa.

No es por su inteligencia que lo amo, no, no es por eso. No hay que culparlo por su inteligencia tal como es, porque él no la hizo.

No es por sus maneras graciosas y consideradas ni por su delicadeza que lo amo. No es por su laboriosidad. No, no es eso. Pienso que es algo que lleva consigo, y no sé por qué quiere ocultármelo. Es mi única pena.

No es por su caballerosidad que lo amo. No, no es eso. Entonces, ¿por qué lo amo? Simplemente porque es hombre, pienso. Es fuerte y buen mozo, lo amo por eso y lo admiro y estoy orgullosa de él, pero podría amarlo sin estas cualidades. Sí, pienso que lo amo simplemente porque es mío y es hombre. Sencillamente llega y no puede explicarse. Soy Eva, sólo soy una chica y la primera que ha analizado esta cuestión.” Mark Twain, “Después de la caída”, en Diario de Adán y Eva.

* Extractado del trabajo “Qué es un hombre para una mujer”, cuya versión completa puede leerse en www.circulofreudiano.com.ar

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