PSICOLOGíA › CAMBIOS EN LAS NORMAS SOBRE EL NOMBRE PROPIO
› Por Sergio Zabalza *
Los cambios en la normativa que regula la inscripción de los recién nacidos hacen oportuna una reflexión sobre el lugar que ocupa el nombre en la realidad psíquica de un sujeto. Esbozaremos un comentario a partir del tango “Los cosos de al lao” (de Marcos Larrosa y José Canet; se lo puede escuchar, interpretado por Luis Cardei, en www.todotango.com). Dice la letra: “Ha vuelto la piba/ que un día se fuera/ cuando no tenía/ quince primaveras./ Hoy tiene un purrete/ y lo han bautizao./ Por eso es que bailan/ los cosos de al lao”.
Estos versos que giran en torno de una fiesta de bautismo –ceremonia de nominación, si las hay– están precedidos por un título que, no por casualidad, omite nombres propios al tiempo que también ausenta al padre de la criatura. Si los que bailan después de haber bautizado al purrete son “los cosos de al lao”, ¿no evoca esta escena lo que toda nominación supone, una ausencia constitutiva resonando desde el fondo de los tiempos?
Y si, frente a la madre –que es certísima– el padre no resulta ser más que un coso que está al lao, ¿no será acaso el nombre propio la marca de una esencial identidad desde siempre perdida? Volviendo al tango, precisamente porque es la piba la que vuelve con el purrete, el nombre –en tanto marca de aquel hueco– siempre es el del padre; aun el del padre de la madre, o el del padre de la madre de la madre y así sucesivamente. Así, lejos de ser sede o encarnación de la ley, el padre es un lugar cuya función se vehiculiza en la necesaria e indispensable ficción histórica que alimenta la realidad psíquica de todo sujeto.
De allí que, ante la pregunta “¿qué soy yo?”, quien esté dispuesto a entregarse a la conjetura y la invención tendrá más chances de construir versiones de la verdad respetuosas de su singular subjetividad y deseo.
Mal pronóstico, en cambio, para los nostálgicos de las certezas. En efecto, lejos de albergar una identidad biológica o sustancial, en la indeterminación significante del nombre descansa –cual privilegiado partenaire– esa terceridad capaz de poner distancia entre la ominosa dimensión de Cosa, propia del cuerpo de la madre, y la emergente subjetividad de quien recién adviene al mundo. Así, en la clínica con niños, solemos intentar cierta separación interrogando a la madre por el nombre del “nene-que-no-me-come”.
Desde esta perspectiva, el padre real es imposible. “La noción del padre real es científicamente imposible: sólo hay un único padre real, es el espermatozoide y, hasta nuevo orden, a nadie se le ocurrió nunca decir que era hijo de tal espermatozoide (J. Lacan, El Seminario: Libro 17, El reverso del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1992). Porque el padre antes que nada es símbolo y el símbolo siempre supone la indeterminación del referente. “Si digo agua ¿beberé?/ si digo pan ¿comeré?” (Alejandra Pizarnik, “En esta noche en este mundo”, en Textos de sombra y últimos poemas).
Bienvenidos entonces los cambios que pongan debida justicia en la relación entre géneros, ya que, entre otras cosas, aportarán más instancias significantes con que construir versiones del padre capaces de donar un lugar y una historia al sujeto. No en vano el examen de ADN que alientan las Abuelas de Plaza de Mayo está al servicio de la construcción de una historia, en tanto que la persecución genética encabezada por Sarkozy y otros mariscales apunta a la exclusión de los inmigrantes y desposeídos de la tierra: esos cosos de al lao.
* Psicoanalista, integrante del Equipo de Trastornos Graves Infanto Juveniles que coordina Nora Villa en el Hospital Alvarez.
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