Jue 13.03.2008

PSICOLOGíA • SUBNOTA  › BAJO LAS PRESENTES CONDICIONES LABORALES

La identidad no es idéntica a sí misma

› Por M. B.

El concepto de identidad laboral está en debate. La revolución tecnológica y la globalización tienen efecto sobre la subjetividad de los trabajadores. Perdieron vigencia muchas ocupaciones tradicionales que otorgaban identidad favoreciendo el sentimiento de sí, el reconocimiento social, posiciones de prestigio y acceso a recursos económicos. Esto incide en la construcción de subjetividades femeninas y masculinas diferenciadas, con relación a la inserción laboral. En tanto las mujeres afirman rasgos identitarios sobre la base de la expresividad emocional, ellos adquieren identidades basadas en los aspectos instrumentales de su inserción laboral: las mujeres desarrollan estilos comunicacionales y rasgos de personalidad que procuran dar y suscitar respuestas gratificantes y complacientes; los varones desarrollan estilos y rasgos no orientados básicamente hacia las respuestas emocionales inmediatas de los otros: más que solicitar respuestas positivas, desarrollan capacidad para tolerar la hostilidad u oposición que sus conductas asertivas provoquen en los otros.

Cuando hemos hallado mujeres con habilidad en los rasgos instrumentales, también se preocupaban por cultivar los rasgos expresivos emocionales. La situación inversa no siempre se encontraba entre los hombres: si desarrollaban habilidades instrumentales en su carrera laboral, dejaban de lado los rasgos emotivos. Esta polarización genérica de las modalidades de inserción laboral femeninas y masculinas entró en crisis en los nuevos contextos laborales. Las investigaciones más recientes (por ejemplo, “La especificidad de los liderazgos. Distintas organizaciones, distintos tipos de liderazgo”, de Lidia Heller, en Revista Uces, Subjetividad y Procesos Cognitivos, Nº 5, 2004, o Mujeres y economía, de Cristina Carrasco; ed. Icaria, 1999) indican que las mujeres se han “adaptado” a las condiciones de trabajo diseñadas en un universo típicamente masculino –en cuanto a los horarios de trabajo, los estilos comunicacionales, etcétera–, con el consiguiente costo psíquico, como el padecimiento del “techo de cristal” –superficie superior invisible en la carrera laboral de las mujeres, difícil de traspasar; barrera que impide a las mujeres ascender hasta los puestos más altos en las organizaciones laborales–.

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