PSICOLOGíA • SUBNOTA › MODOS DE LA DISCRIMINACIóN
› Por Mabel Burin *
Hay condiciones largamente estudiadas sobre los así llamados sexismo hostil y sexismo benevolente. Miguel Moya (“Actitudes sexistas y nuevas formas de sexismo, en Psicología y género, coordinado por Esther Barberá, e Isabel Martínez Benlloch, ed. Pearson-Prentice Hall) distingue entre un sexismo hostil y un “sexismo benevolente”. Recuerda que el sexismo consiste en expresar una actitud discriminatoria de las personas en base a su sexo, femenino o masculino. Hay conductas o actitudes sexistas francas, manifiestas, llamadas sexismo hostil, que determinan la exclusión de las mujeres de determinados espacios sociales, laborales, educativos; el resultado es la producción de estereotipos de género femeninos tradicionales que mantengan las posiciones sociales del género masculino y conserven un statu quo social, económico y subjetivo para las mujeres.
Entre las formas novedosas de sexismo hostil, el mencionado autor describe el “neosexismo”, que, por ejemplo, se opone a las medidas de acción positiva que favorecen la incorporación de las mujeres al mundo laboral; expresa el temor de algunos grupos de varones a que el avance de las mujeres amenace sus intereses colectivos, por ejemplo que la incorporación de ellas a carreras laborales no tradicionales implique para ellos dificultades para encontrar trabajo.
En cuanto al sexismo benevolente, tiene un tono afectivo positivo, y se expresa en conductas habitualmente consideradas como de protección y de ayuda en los contextos laborales: por ejemplo, la creencia en que hay ejercicios profesionales más aptos para las mujeres que para los varones porque ellas son más débiles, más frágiles, más sensibles..., habría que protegerlas de condiciones laborales que las pongan en riesgo.
El sexista benevolente también puede considerar que determinada carrera laboral es mejor para una mujer porque le permite conciliar su vida familiar con su vida laboral. Según Moya, el sexismo benevolente es afín a la noción masculina de que las mujeres son un recurso valioso que hay que proteger y conservar en los vínculos de intimidad. Esta forma de sexismo es más difícil de detectar que las del sexismo hostil, y también más difícil de reconocer por quienes la expresan. En tanto las formas del sexismo hostil parecen expresarse más bien en el ámbito público, las del sexismo benevolente se despliegan sobre todo en vínculos afectivos, de intimidad, en las vidas privadas.
Ambas modalidades de sexismo ponen en juego las relaciones de poder entre los géneros, con un claro ejercicio de exclusión de las mujeres en espacios donde el género masculino pretende conservar el control de las instituciones económicas, legales, políticas, y otras, confinando a las mujeres a un tipo de ejercicio de poder tradicional: el poder de los afectos, en la esfera íntima de las vidas privadas.
Es necesario advertir el efecto del sexismo benevolente en la construcción de las subjetividades femeninas: se crea en las mujeres una ilusión promisoria de que el ejercicio de poder de los hombres será utilizado en beneficio de ellas. Así, las propias mujeres pueden ser las que promuevan esta forma de sexismo, estimulando a los varones a que ocupen posiciones de poder y de autoridad en desmedro de sus propias necesidades e intereses de género. Las visiones románticas de las relaciones entre los géneros, desde una perspectiva tradicional, contribuyen a crear este espejismo proteccionista.
Ambas actitudes, las del sexismo hostil y las del sexismo benevolente, configuran un cuadro complejo que permite analizar no sólo las relaciones de poder con relación con las oportunidades laborales, sino también los modos a menudo sutiles del mantenimiento de las inequidades entre los géneros.
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